Usted no tiene diferencias profundas conmigo. Tal vez la única importante es la experiencia. Mientras yo tengo veinticuatro años, usted -o tú, como siempre me pides que te hable- tiene cuarenta y dos.
En la pista de baile me sé un ignorante, y se lo digo. Usted -tú, disculpa, es una maldita costumbre- sólo se ríe de mi inexperiencia, pero me brinda confianza y comprendo que el que yo no sepa bailar no le importa. Si algún movimiento mío le interesa, no es precisamente el de bailar con usted, sino otros que le causen placer. Supongo que resistencia y fuerza son otras variables interesantes para usted.
Conforme pasan la noche y los tragos, comienzo a olvidar la distinción "usted" y "tú". Sé que es posible que mires mi ebriedad muy juvenil, pero también sé que en tu experiencia habías deseado algo fresco, casi nuevo. Por fortuna, no prostituyo palabras, y las cursilerías no llegarán a tus oídos: superficialmente podrías detectar rasgos de juventud en mí, pero lo interesante no tiene edad, y sé que estos deseos los compartimos.
Los coqueteos no cambian tanto, me doy cuenta. Quieres hacer del flirteo algo atractivo, directo, intenso: algo en lo que las mujeres de mi edad vacilan, o que ocultan tanto que resulta odiosa su tendencia a ignorar lo que nos viene integrado por instinto.
No he de negar que me pregunto si los adultos se enamoran. Regularmente pienso que no, que sus impresiones ya están desgastadas y que sus ilusiones no superan más que el saber que ya es viernes o que habrá vacaciones. Ignoro qué sea lo que pienses de mí, si ves algo interesante en mis creencias, en mi errante forma de andar, en el gusto por el licor y saberme mortal, o sólo un cuerpo que no ha sido bien usado para los encuentros carnales: y que tú quieres ser una especie de educadora, disfrutando el trabajo de guiar a los inexpertos.
He temido de lo grotesco. A veces imagino que la escala del placer no sólo depende de la duración y la intensidad, tampoco de si es algo que se ha reprimido por algún tiempo o si es algo que se practica con cierta regularidad. Tengo la creencia de que nuestra impresión acerca de si es algo delicado o grotesco influye también. Delicado o grotesco a la vista, a los oídos y al tacto. Estoy seguro que no es lo mismo un grito de placer de una joven que apenas supera la mayoría de edad en relación de alguien que le dobla la edad. Tampoco deben ser las mismas impresiones de ver un cuerpo de aquellas edades, respectivamente. Y mucho menos lo que dice nuestro tacto al percibir las partes en juego.
Sé que los titubeos y algunos pensamientos que llevan a las dudas, no frenan estos deseos. Sé que si tú has titubeado y también algunas ideas te llevan a dudas, tampoco te han abandonado los deseos. Sé, finalmente, que si no es esta noche, será mañana. Algo más: si es esta noche, es posible que mañana también.
M. Téllez.