viernes, 17 de diciembre de 2021

A la busca de Ramón López Velarde, poeta nacional imposible. Entrevista con Christopher Domínguez Michael

 

POR: RAMSÉS OVIEDO PÉREZ





Fue en el Museo de la Ciudad de Querétaro donde la secta velardeana decidió reunirse el pasado 10 de diciembre para celebrar otra noche de análisis en torno a la obra de Ramón López Velarde. Para continuar con las celebraciones del poeta nacional por su doble centenario, a los 100 años de su fallecimiento y a los 100 años de la publicación de La suave Patria, el Fondo Editorial de la UAQ, comandado por el ilustre y enojón Federico de la Vega Oviedo, llevo a cabo “El íntimo decoro. Ramón López Velarde: un encuentro entre pintores y escritores”, evento que contó con la participación de David Huerta, Fernando Fernández y Carlos Ulises Mata, quienes puntualizaron imprecisiones filológicas, recapitularon aportes críticos que ha dejado el año del centenario y dieron sus experiencias de lectura, todo acerca del poeta zacatecano. 

Asimismo, el encuentro queretano contó con la asistencia de varios pintores y críticos literarios de México, entre quienes encontramos por sorpresa a Christopher Domínguez Michael, quien, dijo, se encontraba ahí “de casualidad”. Posterior a la presentación de rigor, el reconocido crítico accedió a compartir con nosotros una breve entrevista. Espero la disfruten.

 

¿Cuál es la importancia de Ramón López Velarde en la tradición literaria de México?

Estoy aquí de casualidad, entonces no venía preparado para esta respuesta, pero en junio en la revista Letras Libres escribí un artículo que se llama “Ramón López Velarde: el poeta nacional imposible”[1] en el que digo que, por las particulares circunstancias de su muerte, su desencuentro con las figuras que él admiraba de la Revolución mexicana (como Madero y Carranza que son derrotados), él acaba pidiéndole trabajo a los enemigos, que es Álvaro Obregón; y gracias a José Vasconcelos escribe La suave Patria. Muy poco tiempo después él muere y se convierte en un poeta nacional imposible, porque López Velarde no tenía nada que ver con el discurso de la Revolución mexicana, pero no importó... La suave Patria ha atravesado el siglo como obra de un poeta nacional, de provincia, católico, maderista, que veía con mucho desdén la Ciudad de México, a los generales, y desde luego a todo lo que no fuera el “México profundo”. Entonces la importancia política e histórica pues es interesante porque es paradójica.

 

¿Cómo percibió este año de celebraciones en torno al centenario Ramón López Velarde?

Muchos mosquitos... No, no, basta la charla de hoy para ver la riqueza que tiene un poeta cuando tiene devotos tan curiosos y tan entrañables, pues sí, como todo un clásico es una poesía que cada generación va a leer y releer y va a encontrar cosas nuevas. No hay ninguna duda de que es uno de los grandes poetas de México.

 

¿Le pareció que la crítica literaria se renovó este año México a raíz del centenario?

¡Sí, claro! Sólo lo que se mencionó hoy la mayoría son cosas nuevas o que ignoraba su existencia. Yo mismo cuando me puse a trabajar mi ensayo sobre López Velarde ignoraba muchas cosas porque no había sido un autor que hubiera trabajado. Entonces, para mí este año fue muy grato porque descubrí muchas cosas que no sabía y todo aquello que vaya en contra de la propia ignorancia se agradece.

 

¿Qué aspectos recomendaría estudiar de Ramón López Velarde que quedan pendientes por revalorar?

Estudiar me parece una palabra imprecisa o que puede asustar a las personas. Habría que leerlo con pasión, con interés, con curiosidad. No es un poeta fácil. Si tú llevas a Ramón López Velarde a un taller de jóvenes escritores que quieren ser poetas y los pones a leer de buenas a primeras a López Velarde, hay muchas cosas que no van a entender. ¿Por qué? Porque tienes que hablarles de modernismo, de Baudelaire, de la renovación católica; y a la vez es un poeta —como dijo David Huerta— de la majestad de lo mínimo.

 

Fuera de los círculos académicos, ¿cómo cree que va a ser leído Ramón López Velarde por las nuevas generaciones?

¡Uy!, esa pregunta es imposible contestar porque no tengo güija. Más bien me aprovecharía de lo que hemos escuchado hoy y de ahí me preguntaría si López Velarde al morir se imaginaba que iba a ser tan leído a lo largo del siglo XX. ¿Qué va a pasar dentro de cien años? No lo sé, pero puedo estar casi seguro que seguirá siendo por varias décadas uno de los padres tutelares de nuestra cultura.




 



[1] Disponible en: https://letraslibres.com/revista/ramon-lopez-velarde-el-poeta-nacional-imposible/

*Fotos de Rodrigo Mancera, reportero de Tribuna Universitario (UAQ)

jueves, 15 de agosto de 2019

Si la filosofía es útil para el gobierno de la sociedad





Louis de Bonald (Fuente: Wikipedia)
 


Si la filosofía es útil para el gobierno de la sociedad (12 mayo 1810)[1]

Louis de Bonald (1754-1840)



Platón ha dicho que los pueblos serían felices si los reyes fuesen filósofos, o si los filósofos fuesen reyes. El gran Federico aseguraba que si quisiera castigar una provincia, él enviaría filósofos para gobernarla.

Seguramente ellos son dos autoridades respetables en filosofía, Platón y Federico; y aunque son tan opuestos el uno al otro, es difícil decidir entre ellos. Si dentro de la ciencia del gobierno queremos contar para cualquier cosa la experiencia, no podemos dejar de recalcar que Federico hablaba desde lo alto del trono, y que Platón filosofaba dentro de su trinchera, donde él no tenía que gobernar más que su escuela; y dudaba fuertemente que los pueblos hubiesen sido felices con los sistemas de gobierno que él imaginó. Si nos apoyáramos en los filósofos mismos, los veríamos tratar con mucha irreverencia al divino Platón, y no hablar de Federico más que con admiración. No obstante, los dos sentimientos pueden ser verdaderos, y su oposición prueba solamente que la filosofía de Platón fue una filosofía distinta de la que Federico quiso hablar; y las sociedades de entonces, diferentes a las sociedades de hoy.

Los filósofos paganos, en el seno de una religión sin moral, debían naturalmente separar la moral de la religión, y, disgustados de la absurdidad de las creencias públicas, retornar directamente a los preceptos de la ley natural dada en las primeras familias, ley completamente oscurecida pero sin ninguna parte enteramente borrada. Ellos buscaban, dentro de la razón del hombre, el orden y la regla que no encontraban en aquellas sociedades casi sin leyes que no fueran caprichos más o menos antiguos, ni instituciones que no fueran juegos, en aquellas el shock de las rupturas ponía sin cesar el cetro del poder en manos de la ambición y del deseo, y el balance de la justicia en manos de la venganza. En estos Estados el hombre era todo, la sociedad nada, y según el jefe fuera virtuoso o vicioso, los pueblos estarían bajo su dominación felices o infelices, sin que la sociedad, en el estado de inercia en el que estaba, pudiera mantener como deber al hombre que gobernase, o ayudar al bien que hubiera querido hacer, y conservar después eso que había hecho.

            Platón, que no veía alrededor de él más que pueblos tiranos o pueblos esclavos, entonces se excusó de pensar que los filósofos no eran parte del pueblo; y que si en algún momento fueran dotados de autoridad pública, pondrían en sus acciones públicas la moderación que detonaría en sus actitudes y sus discursos, y sobretodo esta sabiduría crearía una profesión y algunas veces una ocupación.

            Antonio y Marco Aurelio justificaron a los ojos de muchos las esperanzas de Platón. Ellos eran filósofos, e incluso esto último encumbra con un poco de ostentación la insignia de la filosofía. Pero las virtudes filosóficas de un Antonio y de un Marco Aurelio no eran influyentes en la sociedad, y todo el bien que pudieron haber hecho murió con ellos. Como ellos no sembraron en una tierra bien preparada, las generaciones siguientes no pudieron recolectar; y lejos de que este pueblo, gobernado incluso por buenos príncipes, pudiera formar una sociedad, no hubo jamás esta fuerza que las instituciones sociales da al espíritu público para contener un hombre; e incluso, saliéndose de las manos de un Tito, no tuvo nada que oponer a los furores de un Dominiciano, y pasa inmediatamente con una increíble facilidad, y quizá sin demasiado asombro, de Antonio y de Marco Aurelio, a Cómodo, a Caracalla y a Heliogábalo. Por estos Estados, sin constitución, no pudieron ser gobernados más que a fuerza de virtudes o de crímenes.

            Pero desde que la más alta sabiduría se hizo escuchar, y que, revestida de la sola autoridad que pudo comandar a los hombres y a todos los hombres, lejos de destruirla, completó y desarrolló la ley natural o de los primeros tiempos, haciéndose la aplicación del orden público y en el último estado de la sociedad; desde que la sociedad religiosa, que ha venido a establecerse, ha sido, por así decirlo, el molde donde se formó la sociedad civil, sus leyes, su moral, sus instituciones; los hombres no debieron buscar en otro lugar, ni dentro de su propia razón o sus propias virtudes, los principios de gobierno y las maneras de gobernar; y la máxima de Platón, olvidada en el siglo de Luis XIV, recordada en el nuestro, no tuvo ningún sentido, o no presentó más que un sentido falso y peligroso.

            Así la filosofía debía ser la sola religión de sabios del paganismo, y la religión debe ser la sola filosofía de cristianos. Pero como lo filósofos antiguos buscaban con razón eliminar una religión absurda y licenciosa, muy frecuentemente los filósofos modernos buscaron prescindir de una religión perfecta. La filosofía moral debe ser entonces, para nosotros, la religión, o al menos ser religiosa; y desde de estos principios Pascal, Malebranche, Fénelon, Leibniz, han tratado la filosofía. Voy más lejos, y oso decir que nuestros mismos filósofos no parecen alejados de convenir que, a pesar del malentendido en la acepción moral de la palabra filosofía y del sentido que siempre ésta ha tenido, ellos desviaron esta expresión al estudio de las cosas físicas. Así tenemos la filosofía química, o el conocimiento del gas y el oxígeno; la filosofía zoológica, o el conocimiento de los animales. Pero esta filosofía no puede servir de nada para el gobierno de los pueblos. También, cuando una experiencia inolvidable desmintió estos anuncios fastuosos de felicidad que la filosofía prometió a los pueblos, si alguna vez se tomó la pena de gobernarlos, los filósofos estaban en la vergüenza, y ellos no pudieron escapar más que sosteniendo que estos filósofos regeneradores de las sociedades no eran verdaderos filósofos, y que su filosofía no era la buena. Es un poco como decir aquí que los médicos distinguen la falsa vacuna de la verdadera. Efectivamente, una vacuna que no funciona no puede ser más que una falsa vacuna, como un día que no se esclarece no es más que un día falso; siempre admiré en esta distinción el buen juicio de la Facultad.

            Pero en fin, la filosofía, incluso la buena, si es que la hay, ¿podría ser hoy de alguna utilidad, inclusive de algún uso, para el gobierno de un Estado o solamente de una familia? Se ha buscado bastante, todas las funciones están llenas, todos los lugares tomados, no resta nada para la filosofía; y es, creo, porque no se puede poner en ninguna parte, que se quiere poner en todas.

            En efecto, el primer deber de un gobierno es dar a conocer la grandeza de la bondad de Dios y la dignidad del hombre, y dar a enseñar y practicar los preceptos de moral que rigen las relaciones de los hombres los unos con los otros; y, para llenar esta importante función, la religión es suficiente, sin que haya necesidad de la filosofía.

            Los gobiernos deben prevenir o acordar las disputas que sobreviven entre sus sujetos, hacerlos disfrutar de eso que les pertenece, y forzar a los otros a devolver eso que no les pertenece; proteger a los buenos, y contener a los malos de toda la fuerza de la sociedad; y, por esto, tienen la justicia civil y criminal, y no tienen nada que hacer por la filosofía.

            El gobierno supervisa el regreso y el empleo de contribuciones públicas, la prosperidad de la agricultura, la seguridad del comercio, en una palabra, la mejora de la fortuna pública; e incluso aquí la filosofía es inútil, y todo se hace por la administración.

            En fin, hay que formar y mantener las alianzas con sus vecinos, o preparar la paz o la guerra; la filosofía no puede servirle, y los gobiernos no tienen necesidad de la diplomacia y de la ciencia militar.

            ¿Se dirá que los hombres que ejercen estas diferentes funciones deberán ser filósofos, comenzando por los reyes? Hemos visto padres a quienes se llama filósofos, y que no creían en Dios; magistrados filósofos, quienes, miembros de clases soberanas, y con cargos por búsqueda y castigo de crímenes, le rehusaron a la sociedad el derecho a castigar con la muerte; administradores filósofos, quienes, con sus sistemas filosóficos sobre la libre circulación de granos, habrían hecho a los pueblos morir de hambre si los hubiéramos dejado, y quienes, en lugar de proponer leyes para la estricta obediencia de los pueblos, las dejaron a su discusión, y argumentaron, en los preámbulos académicos, cuando era necesario prescribir; los militares filósofos, que razonaron sobre la sumisión que su estado exige, y se constituyeron jueces de derechos de pueblos y de deberes de reyes; hemos visto legisladores filósofos, y su legislación ha sido el colmo del ridículo y la extravagancia; incluso hemos visto un rey filósofo, y dejando aparte su gloria militar, que la filosofía no reclama, le quedan sus cenas filosóficas de Postdam, sus versos filosóficos del todo va bien [sans souci] sus sistemas de finanza, e incluso de justicia, que no eran muy filosóficos. Este rey filósofo no formó más que un campo, e incluso mal delimitado, y que estuvo forzado al primer ataque. Si hubiera sido menos filósofo, hubiera fundado una sociedad; es una cuestión verdaderamente más filosófica de lo que se piensa, el saber si, por asegurar la estabilidad de este Estado, la ignorancia del padre no es más valiosa que la filosofía del hijo. No, cada hombre debe ser hombre de su profesión, y tal vez no debería hacer otra cosa. El padre debe ser ministro de la religión; el magistrado, ministro de la justicia; el guerrero, ministro de la fuerza; el rey, ministro del orden supremo, de Dios mismo, para el bien de la sociedad, minister Dei in bonum; y en estos diversos empleos, no vemos la necesidad, ni siquiera el lugar de la filosofía. Se quiere decir que los hombres deben, siguiendo sus diversas profesiones, ser modestos, íntegros, vigilantes, valientes, etc.; ¿deben en fin cumplir con celo, probidad e inteligencia las funciones que les son confiadas? ¿Quién lo duda? Pero esto no es de la filosofía, es de la virtud, del honor, de la capacidad; es del buen juicio, del sentido común, es mucho más raro que el espíritu, y aplicado a los deberes de la vida pública; ¿y por qué llamar a eso de la filosofía, y poner en alto eso que debe estar, por así decir, bajo la mano de todo el mundo?

            ¿Será ahí, en fin, no en los hombres sino en las instituciones, donde nosotros pondremos la filosofía? ¿La religión debe ser filosófica? ¿La justicia filosófica? ¿La fuerza pública, la administración, la realeza misma filosóficas? Para nada. La religión, la justicia, la realeza sobretodo deben ser buenas o razonables: quiero decir que los principios o las leyes deben estar formadas sobre la razón, no del hombre, sino de la sociedad, o sobretodo de su autor, y que el ejercicio debe estar dirigido por la virtud. La filosofía está absolutamente desplazada, porque ella lleva sus sistemas; y la sociedad no habría comenzado aún, si hubiéramos tenido que esperar a que los filósofos estuvieran de acuerdo solamente sobre la definición de la palabra sociedad. Tuvimos grandes reyes, y hombres distinguidos por sus talentos y sus virtudes en todas las partes del servicio público; y nadie, que yo sepa, pensó en hablar de la filosofía de Luis el Gordo, de Felipe Augusto, de San Luis [Luis IX], de Enrique IV; de la filosofía del abad Suger y de Sully, de [Mathieu] Molé y de Aguesseau, de Duguesclin y de Turenne, de [Arnaldo de] Ossat y de Torcy.

            Si recorremos las diversas funciones de la sociedad doméstica, del padre, de la madre, del hijo, del marido, del jefe, del sirviente, del propietario, del vecino, etc., encontraremos por todas partes relaciones conocidas, deberes marcados, virtudes prescritas, mucho antes de que fuera cuestión del mundo de la filosofía. En una palabra, si la filosofía es otra cosa que la razón, la virtud y el conocimiento de sus deberes, ¿qué es entonces, y de qué utilidad puede ser para la sociedad? Y si ella no es otra cosa que la razón, la virtud y el conocimiento de sus deberes, ¿por qué dar un nombre tan fastuoso a cualidades tan conocidas, y me atrevo a decir, tan comunes en un pueblo cristiano? Y si se me permite esta comparación, ¿no es una charlatanería absolutamente similar a aquella de sus operadores que, para vender mejor su droga, llaman miel de aire a eso que encontramos en todas partes bajo el nombre de maná?

            La filosofía, si es para nosotros algo distinto de la religión, es un mueble de gabinete que no se debe mover. Aísla al hombre, y no puede servir a nada más que al hombre aislado. No está suficientemente activa para la sociedad. Soporta a los hombres, y por servirles debe amarlos. ¡Qué cosa! La filosofía, que supone un hombre bueno, no enseña más que a soportarlo; la religión, que nos enseña que está inclinado al mal de su juventud, prescribe amarlo, y del amor de los hombres da a la vez el precepto más formal y el ejemplo más decisivo.

            Un indiscreto amigo de la filosofía le hace honor, en un periódico acreditado, de haber agitado todas las ideas positivas. Esto fue meter el dedo en la llaga; fue indicar el lado débil de la filosofía, y la inmensa ventaja que la religión tiene sobre las doctrinas humanas para el gobierno de sociedades y la dirección del hombre.

            Tal es la fuerza de las ideas positivas, que pueden, lo sé, como las ideas más vagas, entrenar las mentes falsas en los grandes desórdenes; pero que, sin ellas, la mente más justa y el corazón más recto no pueden hacer ningún bien en el gobierno.



[Traductores: Regina Espinosa Romero y Ramsés Oviedo Pérez]






[1] Nota de los traductores: el presente texto se tomó de Bonald, M. de, Melanges littéraires, politiques et philosophiques, t. II, París, imp. Adrien le Clere et Cie., 1858, pp. 217-226. Se eliminaron algunas cursivas de las expresiones sin referencia o parafraseadas y se actulizaron algunos signos de puntuación de acuerdo a las normas vigentes. Agradecemos al Acervo Bibliohemerográfico Fondo del Tesoro de la Universidad Autónoma de Querétaro el acceso al material bibliográfico.

lunes, 15 de abril de 2019

Eso no es poesía

Tenemos cosas dentro del pecho que tienen que salir. Sí, es verdad que no todas las personas permiten que salgan las palabras que intentan describir nuestros sentimientos o emociones. Por otro lado, hay quienes lo hacen y no se sienten satisfechos con el resultado -como si los estados fenoménicos fueran reales y esto fuera un argumento a su favor. En este último conjunto, también se encuentran quienes escriben sus pensamientos y no tienen reparos en llamar a esas líneas "poesía". No todo lloriqueo, creencia, descripción o pensar es poesía. 
  Aquí es donde se me exige argumentar mi última oración del párrafo anterior. O al menos donde se supone -porque así lo dictaría el canon- que debería justificar tales palabras. Pero no, desde ahora puedes detenerte a leer esto, porque no habrá ninguna justificación, no leerás premisas ni conclusión. No voy a decir que podemos tener un tesis fuerte o débil de lo que entenderíamos por "poesía". 
  Si quitáramos los nombres de los escritores de sus obras, ¿juzgaríamos diferente el resultado de sus líneas? Sí. Basta sólo escuchar un apellido o nombre famoso, y de antemano pensamos que nos va a gustar o que por fin leeremos algo bueno. Esto es falso. ¿Por qué tener en el pedestal a los nombres? Claro, habrá nombres paradigmáticos. Pasa como en el futbol (de antemano, dicen "futbol" y los puristas se asustan), podemos discutir quién es un buen delantero y qué características debe tener, ¿quién es mejor, Pelé o Maradona? ¿Messi o Cristiano Ronaldo? Quizá sea difícil, pero sabemos que en realidad hay un Pelé o un Messi. 
  Lo que tú escribes no es poesía. Cuando yo jugaba no era un Messi. Jugué para divertirme, porque podía y porque me gustaba hacer tonterías en un campo. Tú te convences de que esas líneas son una obra de arte. No, sólo tienes cosas en la cabeza -como todos- y escribes -como todos. En realidad no hay nada especial en tus palabras: como tampoco había nada especial en mi juego -a pesar de que varias veces hice ganar a mis equipos y arrancaba sonrisas con mis tonterías. Es doloroso ver pensar a algunas personas. También es doloroso saber que alguien vive engañado. Una pluma puede ser inútil para alguien y esto no tiene porqué asustarnos. Un balón puede ser inútil en mis pies, y no hay temor ahí. 
Consuelo: la gente gritó mis goles -o la gente se enojó con mis líneas. 
Segundo consuelo: tus líneas tienen un tinte terapéutico. Aprovecha.


M. Téllez.

jueves, 28 de marzo de 2019

Pertenencia y sueños

Los pensamientos no nos pertenecen. 
 Supongo que podemos entender lo anterior de dos maneras: 1) que no somos responsables, dueños o productores de nuestros pensamientos o 2) independientemente de cómo surja un pensamiento, no nos pertenece así como no podemos sujetar voluntariamente el oxígeno que necesitamos. Es decir, un pensamiento podrá seguir ahí aunque no queramos, no nos pertenece, porque si nos perteneciera podríamos deshacernos de él: como el empaque de nuestros audífonos, la basura de nuestro dulce preferido, etc.

Es curioso cómo hay personas que quisimos tener en nuestras vidas y*, independientemente de que haya una justificación, realmente sabemos que la prosperidad nunca iba a llegar. Es más curioso que ni la apariencia ni las ideas integran aquella posible justificación. Peor aún -o no (?)-, ni siquiera la idea de la pasión carnal está en tal justificación. 
 Los pensamientos no nos pertenecen, y un ejemplo claro es cuando en sueños ella sigue apareciendo. De igual manera, como un comportamiento típico no deseado, poco sirve comprender la nula prosperidad de algo cuando esos pensamientos siguen por ahí. 
 Seguramente hay un paso o un puente en la descripción que se omite y que podría servir de remedio. Mientras tanto... 


M. Téllez.
*En italiano es permitido dejar el mismo sonido de dos palabras que terminan en la misma vocal, siempre y cuando haya una coma de por medio. Ignoro si en español hay tal regla, pero igual la apliqué.

jueves, 18 de octubre de 2018

Ro

La tarde comenzó a teñirse de un ambiente que no había experimentado. Sentía una tibia emoción, como si un niño supiera calmar su euforia al momento en que lo llevan hacia su deseo anhelado. La diferencia es que yo no tenía certeza de qué deseos serían satisfechos: había posibilidades, pero todo era especulación. Y como alguna vez me dijo mi acompañante: "yo no trabajo con especulaciones".
  Arribamos a un local capitalista, donde el objeto de las miradas simples de los mortales se pierden la mayoría de las veces. Tú, Ancelotti, me mostraste el truco de comprarle al capitalista a cambio de infiltrar el producto propio. La noche caía y el ambiente seguía tiñéndose de colores, si bien apacibles, intensos y placenteros. Claro que desde antes de arribar al local capitalista ya estábamos manipulando nuestros sentidos y las ideas de los dioses diseñadores florecieron: un lujo y goce único.
 Después de nuestra estancia en aquel local, viajamos a otro punto. Inmediatamente conocí el lugar: todas las anécdotas las rememoré. Los rumores del lugar, e incluso algunas ensoñaciones latieron en la mente. Ignoraba qué encontraría al interior. Al cruzar la cortina negra, el ambiente se mostró desnudo: oscuro, con sonidos de fiesta y seductores; los rumores y las anécdotas tomaban su propio sitio, porque ahora mi experiencia me dictaría la realidad. 
 Conforme pasaban los tragos, diversos cuerpos se detenían a conocernos. Disfruté ver el goce y el arte de Ancelotti con un cuerpo que -intuyo- él seguramente ya conoce. Fue como presenciar un film, donde él era el magnate que tenía todo en sus manos: como un artista acariciando su guitarra o su pincel para ejecutar una obra. 
 Finalmente, Ro se quedó con nosotros. 
 Conforme transcurrían las luces y los sonidos, no comprendía si la plática tenía sentido: mi primera intuición es que la mentira ocupaba el lugar de la sinceridad. Sin embargo, eso no le importó a mis manos ni a mis labios: rozaba los pómulos de Ro como hace tiempo mis labios no actuaban. Las caricias tenían un ritmo que no comprendí, pues mis dedos habían hecho un pacto entre ellos de no tocar la mismas zonas que los demás ya habían palpado. Le dije a Ro de una presunta armonía que descubrí en ella: "Nunca me habían dicho algo así"- respondió. ¿Mentira? ¿Qué importa? Por momentos, Ro se acurraba sobre mí, y yo la protegía, ¿de qué? Tal vez de mis propios fantasmas y de no tener que escuchar más torpezas mías. Me acerqué a su rostro y nuestros labios se cruzaron en distintos lapsos. La duración siempre parecía tener condicionantes: placeres que tienen restricciones. La intensidad se torna mera interpretación. Las intenciones son máscaras, donde tal vez importa más averiguar qué tipo de antifaz es el propio: hay algunos totalmente falsos, deseos descarnados, y tal vez haya quienes usen menos maquillaje, imaginando que las intenciones no son tan descarnadas. Por último, las miradas fueron menos usuales. Ahora que lo pienso, es posible que para Ro haya más riesgo y, por tanto, se debe proteger más una mirada que el acceso a la saliva. 
 Cayó la madrugada. Las canciones fueron cantadas a voz apaciguada por el licor. Las calles parecían meros senderos cubiertos de algún material para no caer al abismo. El ambiente no moría ni murió: simplemente lo exprimimos a nuestra manera, y él nos cobijó como solamente él sabe hacerlo. 

M. Téllez. 


lunes, 20 de agosto de 2018

Propuestas de un candidato futurista

III. Baño y sueño instantáneos

Nuestro proyecto que lleva por nombre “Baño y sueño instantáneos”, busca coadyuvar en hacer más efectivo el tiempo que tienen las personas en su vida. Sabemos que los ciudadanos tienen metas que conseguir, y en ocasiones su rendimiento no es el óptimo porque pierden tiempo en ciertas tareas: el aseo personal y el descanso son dos factores que si bien son considerados indispensables, suelen absorber tiempo vital en la persecución de algún fin.
Comenzaré hablando de las circunstancias que implican la parte del baño instantáneo. El aseo personal es importante, además de ayudar a prevenir enfermedades, también contribuye a una buena presentación. No debemos olvidar que el aseo mencionado favorece a no tener que lidiar con olores desagradables en el transporte público, en las oficinas, salones, etc. Todos estos escenarios tendrán consecuencias positivas con el uso del baño instantáneo.
Colocaremos diversas cabinas en distintos puntos de las colonias de nuestra alcaldía. Para poder acceder al servicio gratuito del baño instantáneo, se requerirá el uso de retina para mayores de edad. En caso de que un menor quiera usar el baño instantáneo, tendrá que hacerlo con la retina de su padre, madre o tutor. Al acceder a la cabina del baño, esta comenzará a inundar la habitación de vapor, el cual eliminará gérmenes y bacterias en su cuerpo, consiguiendo una limpieza corporal óptima. Este proceso dura alrededor de veinte segundos. Acto seguido, se activará un ventilador cuya finalidad es obtener un secado adecuado para el cuerpo. Este proceso dura diez segundos. 
Respecto al cuidado del cabello, se tendrá que acceder a la cabina del baño con una gorra especial que hallará una vez que la cabina le permita el acceso vía retina. La gorra especial lavará su cabello en sincronización con la liberación de vapor de la cabina, es decir, una vez que comience el baño instantáneo. El lavado de cabello dura cerca de diez segundos. Los cinco segundos posteriores al lavado, servirán para que la gorra libere tanto la suciedad que haya en el cabello como la concentración de agua utilizada en la misma. Al finalizar este proceso, se quitará la gorra, al quitársela es cuando comenzará el secado en todo el cuerpo. 
Otro beneficio del baño instantáneo es el ahorro de agua. Se estima que se usarán no más de cinco litros de agua por persona en el baño. Y la duración de este proceso no rebasará el minuto. Toda persona podrá tener un máximo de dos baños al día. 
Comprendemos que la demanda del uso de estos baños públicos y gratuitos puede ser demasiada. Con la finalidad de beneficiar a quienes deseen la adquisición de los mismos, se pondrán a la venta. Para adquirir un baño instantáneo se deberá renunciar a la instalación de regadera o tina que posean quienes busquen su posesión. Lo anterior es para asegurarse que no habrá consumo de agua innecesario por parte del comprador. El precio de la cabina del baño podrá ser saldado con trabajo comunitario. 
Hasta aquí es la primera parte del proyecto, ahora hablaré de su parte complementaria: el sueño instantáneo. 

M. Téllez. 

jueves, 16 de agosto de 2018

Manifiesto

Las derrotas pueden ser descritas, narradas de manera excepcional, pero la experiencia siempre pasará encima. 
  Sin embargo, la experiencia no existe por sí misma: la almacenamos. 
  ¿Sabes qué podemos hacer con la experiencia? Desecharla. No es tarea fácil, pero sí posible. 
  ¿Sabes qué más podemos hacer con la experiencia? Suponerla e imaginarla en un futuro. 
  Quiero suponer experiencias que te involucren.  Es un pensamiento atrevido, viniendo de alguien que opta más por desechar experiencias que por almacenarlas y tenerlas en buenos recuerdos o como experiencias buenas: da igual si son buenas o malas, directo al spam de la memoria, donde luego de algunos días son borradas definitivamente.
  También es un pensamiento atrevido porque si bien las experiencias pasadas no dejan rastros en mi sistema, sí que hay alertas de archivos similares que dañan al mismo. Sin embargo, la duda, y porque quiero, de que impliques peligros potenciales similares, aunque pueda aparecer, no la tomaré en serio. 
  No se trata de apoyar el lema genérico que reza "si no arriesgas no ganas". Se trata al menos de dos cosas: 1) ¿ya qué queda por perder? y 2) ¿qué significa realmente "ganar"?. 
  ¿Sabes qué más podemos hacer con la experiencia? Adelantar el tiempo y averiguar si pensamos o nos abandonamos. 

M. Téllez.