miércoles, 22 de febrero de 2017

Asiento con límite afilado

No me gusta viajar en el transporte público a lado de gordos o gordas. Aunque mi malestar no se agota en esos casos, también aplica para aquellos -y aquellas- que ocupan más espacio del que delimita un asiento en el transporte. Perder hora y media o dos horas -sólo de ida- al día sólo en el transporte ya es de por sí causa de alguna molestia: que se estén encimando en tu asiento es la gota que convierte el malestar más o menos común en estrés.
 He imaginado: los asientos deberían tener un botón tipo 'de alerta', y cuando lo aprietas, salen de los bordes del asiento -donde estás- unas láminas de acero diseñadas para cortar carne humana, y huesos humanos. Creo que ya hubiera descuartizado diario, al menos, a una persona. Supongo que imaginar mi invento es lo que me arranca alguna especie de sonrisa en mis viajes cuando me toca a lado de personas que ya caractericé líneas arriba. 
 ¿Se imaginan? Ya no tendríamos que perder tiempo con personas que no comprenden algo simple como 'respetar' el espacio del otro en el transporte público. Todos estarían advertidos de que si te pasas de la raya -literalmente, o bien, de los bordes de tu lugar- podrías quedar mutilado, sea de un pedazo mínimo de carne o bien perder el brazo o hasta una oreja -por aquellos que nos usan como almohadas-. 
 Mi invento se agota en el universo de los sentados: cuando te toca estar parado, no hay reglas. No tiene tanto sentido pedir espacio cuando estás de pie en el metro, hora pico, hora de salida del trabajo y hora escolar. Creo que estamos más o menos educados estando de pie, excepto aquellos que tienen que leer a todas horas: es evidencia clara de que leer no te hace razonable; si fueras razonables, guardarías el libro para no ponérselo en la cara a quien está parado junto a ti. 
 Quizá también debas contar y averiguar a cuántas personas dejarías mutiladas. Imagínalo.

M. Téllez.

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