Puedo jurar que aquí siento la brisa del tren
que enmudece las voces como arriba lo hacen los autos y
cada vez hay menos espacio para los brazos.
Pienso en la ciudad como rincones, venas y cuevas
que contienen a un montón de bichos insignificantes
que se roban el pan en cuanto se dan la media vuelta,
donde los prietos siguen siendo los feos y
cien vidas valen menos que dos boutiques.
Juro que puedo sentir la brisa del tren.
Valencia
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