sábado, 18 de noviembre de 2017

Al principio

Me deslizo en silencio para no causar ruido en este ambiente ni tirar algún recuerdo. Si algo cae al suelo, dolerá y recordaré. Si me muevo deprisa, provocaré sonidos que me harán pensar en algo relacionado contigo. 
Al principio fue así, cautela e intentar evitar todo movimiento brusco. Pero un ser humano no resiste durante tanto tiempo las leyes que se da a sí mismo, somos animales, no dioses. La debilidad de la voluntad existe, y no tendríamos porqué negarlo ni asustarnos. Claro, una cosa es una debilidad en algún momento y la otra ni siquiera esforzarse, pero eso es otro asunto.
Decidí entrar a la habitación y comenzar a saltar, arrojar todo objeto que me hiciera recordar, abalanzarme contra los recuerdos: que me envuelvan, que quiero odiarlos y matarlos. 
¿Por qué quise ser cauteloso? Una vez le confesé a un cuerpo que llegada la mayoría de edad, encontré absurdo querer humillar a los recuerdos y a quienes fueron causas de ellos. "Es que eres un caballero", me dijo. Lo dudo, pensé. Aunque uno no dice siempre lo que piensa, y yo no lo hice frente a ese cuerpo: gran decisión, me lo agradecí después de un encuentro. Pero eso es otro asunto.
Las ganas de estrujar del cuello a los recuerdos y sentir su último aliento siguen latentes. Se me ocurrió que por extensión, primero tendría que terminar contigo. Pero el hecho de encontrarte me quita fuerzas y causa pereza, así que decidí ni siquiera pensar en si el argumento por extensión era verdadero: seguro que puedo recurrir a otros métodos para hallar la verdad de otras razones donde tú no seas variable.  
En poco tiempo noté que aunque hiciera alboroto en el cuarto, los recuerdos ya no caían, y si caían, no causaban daño. Aún así tengo ganas de aniquilarlos. Sé que este es el estadio que versa acerca de una especie de capricho por querer ver el daño que puedo causar, especialmente si se trata de llegar a la consecuencia insalvable de quitar existencia. Considero que, una vez dominada esta habilidad, podría ser más fácil detectar qué recuerdos de verdad merecen morir, o si tiene sentido que alguno sobreviva. 

M. Téllez.

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