miércoles, 31 de diciembre de 2014

SAL

A Nacho, 
manos de seda y puños de cal.

Los pies del obrero,
descansan en sal.

No, no descansan,
arden,
            lloran,
                        sufren,
                                     gritan,
¡se queman en sal!

Hoguera de 
sangre castigada.

Van,
         tropiezan,
caen. 

Sufriendo el pan,
                                 saliva seca,
                    -coagulada-
espesa
             y 
                 dura.

Impotencia articulada,
en puño de cal. 

Pan que calla las entrañas,
no embravecidas de hambre.

Embravecidas de lágrimas,
gritos, 
            llanto
                        y 
                            sal. 

sábado, 27 de diciembre de 2014

Efectos de los actos

Efectos de los actos

Hoy no siento tanto. Pero, permite que me explique.
  No siento al nivel de perder la cabeza y tengo duda de por qué ocurre así. A lo mejor tengo miedo, a lo mejor no quiero o tal vez quisiera saber tú qué piensas; y de esa manera entender cómo proseguir. No preguntaré aquí tú que sientes y qué reflexionas. La pregunta queda. Me siento extraviado y no es por ti. Deja lo explico. Extraviado porque no me percibo aquí. Digo esto porque si piensas 'extravío' como 'perderse', entenderías mal. Me pierdo cuando te beso, comienzo a sentir; pero de otra manera que no es la que definí al principio. Siento el roce de tu cuerpo junto al mío, siento la diferencia de cantidades y eso me hace sentir con responsabilidad. Te debo cuidar y a la vez dejar que mis pasiones te comuniquen lo que deseo contigo. Me pierdo en tu mirada, que nunca podré saber qué quiere decir y a pesar de ello, la manera en que la interpreto parece acertada o aproximada a lo que deseas. Me pierdo en creer que deseas lo que también deseo. Me pierdo imaginando en lo que puede ocurrir mientras sucede algo que me está cautivando. Aún así, me siento extraviado. Por momentos quisiera que me encontraras, después concluyo que no tienes porqué buscarme. Y así se me van los minutos, sin que esté pensando en este enredo. Está ahí, asechando, como aquellas heridas que surten efecto cuando uno menos lo quiere. Sí me gustaría perder la cabeza, pero, ¿cómo hacerlo si ni siquiera me percibo? Quisiera no tener dudas ni miedos, sin embargo, ¿cómo superarlos si estoy en este enredo? Un laberinto del que debo salir, donde no puedo lanzar chispas al aire para que me rescaten, donde los gritos son en vano, los rezos más inútiles de lo habitual. Como cuando la esperanza se desvanece. Y de esa manera me gustaría desvanecerme en ti, como algo inevitable cuando ves los hechos; cuya carga teórica le indican a cualquiera que era necesaria la consecuencia.

M. Téllez.

Maldiciones

Maldiciones

¿Por qué no te atreves a tocar el tema? ¿Por qué razón quieres caminar sin mirar atrás? ¿Es porque sabes que estoy detrás, no?
  Sin duda te señalaría como una cobarde. Sin importar qué dirían las filas de feministas rancias. Que me dejen en paz, que hoy no quiero hablar de los paradigmas de reconocimiento. Esta cuestión es distinta y no tienen porqué intervenir. No estoy sometiendo a quien le digo cobarde, no la estoy dañando. No bajo un argumento razonable, es sabido que los argumentos psicológicos referentes al daño se desmoran más fácil que el anhelo de ser intocable.
 Eres una cobarde. Y te maldigo por tu cobardía. Te presento una fila de argumentos razonables y los enfrentas con el silencio, con la evación, con un "no sé". ¿Cómo no desesperar? ¿Por qué no me alejas de manera violenta o tranquila? Sin duda prefiero la primera, con la segunda me dejarías con percepciones causadas por dudas, tales como: ¿por qué sigue siendo razonable? La carga teórica influye en esto, también. La razonabilidad es pensada -en este contexto, específico- como las sobras que aún pueden ser recuperadas y por alguna inducción extraña, que sean restablecidas. Pero no haces algo, callas, evades, me dices que ignoras. Lo dejo pasar, pero regresa ese sentimiento que me causa la duda. Así somos, queremos la 'verdad'. Y la verdad no duele, que nos dejen en paz esos llorones. Regresa la duda y el sentimiento, planteo la cuestión y reaccionas igual. Es entonces cuando desespero más y me dan ganas de maldecirte, como lo hago ahora. Los profanos le llaman 'ardor' a esta actitud. Me da mucha risa su actitud razonable de corte deontológico. No se tratara de alguien que no toleran porque se derrumba su estúpida actitud. A pesar de las ganas, no lo hago. Ya no. Hay algo que sí, pensar en tu actual situación. Dado el coraje, concluyo que sigues sin amor, ese amor que tanto buscaste cuando estaba a tu lado. Concluyo que sigues sola, como me contabas cuando estabas abrazada a mí. Rechazada por todos. Menos por mí. Y ahora por mí.
  Rechazada y cobarde, ¿qué me puedes decir? Mejor calla, haces bien en callar, en ignorar y en evadir.
 Así comienzan mis maldiciones. Después vacilo. También tengo mi conjunto de lloriqueos. Y quisiera estrecharte, no curar tus heridas con palabras, caricias, roces ni besos. No. Prefiero que seas consciente de mi presencia, que la valores de corazón. Pero ya no es tiempo de realizar esas acciones. ¿Cómo es que lo sé? No lo sé. Es tu silencio el que me hace concluir.
 
M. Téllez.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

LLORO


Cae,
        el llanto,
entre sollozos
                   -Impotentes reclamos- 

Lloro, 
       por qué, de qué, 
                                    por algo.
Sé que lloro, 
                   entre risas, pieles 
                                                y ojos.
Lloro por algo, 
por todo. 

Por el vino sin alcohol, 
Por los pecados, 
                            desterrados de la carne.
Por el cigarrillo, 
                          sin tabaco y nicotina. 
Por las vegetarianas, 
                                   potomaniacas. 
Por los culos esculpidos únicamente para cagar.
Por los ciclos vislumbrados, 
                                                jamás cerrados.
Por los demonios enclaustrados.
Por la desgraciada vanidad de poeta, filósofo y loco de academia.

Lloro por ti, por él, por mi. 

Lloro por el mundo,
absurdo y egoísta.

Por la sombra que cobija,
encarcelada a los pasos,
Corre, 
          vocifero,
-angustia derramada- 
no puede,
corro, con ella, en ella 
                                  sonríe,
                                            llora,
lo sé. 


lunes, 22 de diciembre de 2014

Vacío

Vacíos

Sea el caso de alguien que tiene una vida 'estable'. Definiré estable como alguien que tiene relaciones sociales basadas en una lealtad razonable hacia sus amigos -y viceversa-, tal vez una novia razonable, afectos positivos hacia su familia -y viceversa-, en una sola palabra, alguien que tiene en quién confiar, con quiénes sonreír, con quiénes departir o con quiénes beber un buen cóctel. Teniendo algo así, no podríamos pedir más en tanto a nuestro ámbito social. Pero, ocurre algo. Nos aburrimos de nuestras acciones. Ya había escrito algo similar a lo que planteo aquí, en aquella ocasión mi conclusión era el pensar en el suicidio -claro, teniendo en cuenta otros factores, no sólo lo social- como una decisión razonable -alejándonos de las típicas críticas, tales como que es cosa de cobardes y demás cosas fundadas en creencias rancias-.
 Esta vez es distinta la conclusión y la causa por la que retomo ese hastío que origina la rutina, a pesar de que tengamos una vida estable. En esta ocasión estoy pensando en los agentes por los que definí lo que es estable. Pienso que en algún momento debemos pedir un descanso, o alejarnos en silencio. Hacernos a un lado mientras ellos departen, mirar, escuchar alguna canción mientras le damos un buen trago a nuestro cóctel y entender que no siempre estamos -ni tenemos por qué estar- en disposición de alguien, así sea alguien a quien le tengamos un profundo aprecio. Esto no implica que seamos groseros con esas personas o que olvidemos ese profundo aprecio que les tenemos, claro que podemos discutir lo segundo, pero lo primero es inobjetable.
 Debemos alejarnos, ellos también nos cansan -como la rutina-, de manera sutil, pero ocurre. Y no hay porqué temer respecto a ese sentimiento, es claro que somos cambiantes, ya Kant nos decía que la permanencia no está en nosotros. Hoy nos sentimos muy fuertes, mañana que les hable esa persona en quien han depositado toda su confianza, todas sus acciones, en una sola palabra, esa persona por la cual depende su vida, para decirles que ya no quiere que la busquen ni que tengan comunicación pues ya encontraron a alguien más, entonces ya no serán fuertes. O tal vez sí. Estoy seguro que no. Somos cambiantes. Y por tanto no hay razón para no entender que de repente nos aburramos de los agentes por los que definimos la vida estable -al menos en el sentido que le quiero dar a este discurso-.
 Lo anterior tiene una finalidad: debemos darnos un respiro. Incluso teniendo amigos, nos podemos sentir invadidos. Muchas veces me pregunto qué piensan de mí mis amigos, si es esperan algo, si es que creen que ya me conocen, por qué se juntan conmigo, qué ven en mí o qué les motiva para aceptar una invitación mía para ir a departir mientras bebemos o escuchamos música. Y lo pienso porque no quisiera que me idealicen. No quisiera que esperen algo de mí, así como ellos esperan de ellos. La lealtad está ahí, pues son mis amigos, de eso no hay duda. Ojalá no vayan más lejos y no olviden que aunque intento defender que debemos esforzarnos hasta lo más, no dejarnos caer, buscar, correr, que aumente nuestra respiración y querramos más, uno también se cansa. Es la maldita condición de humano. Hay consecuencias. Es imposible andar con precaución para no joder a otro, no somos adivinos ni olfateamos cuando alguien no está de humor'. Pero somos razonables. Así como observadores y atentos a las palabras que el otro dice.
 Esto es un lloriqueo, o tal vez no. Lo que hay detrás y quiero dejar claro es que la razonabilidad es fundamental en el ámbito de la amistad. Al menos la amistad que sostengo aquí, que es una basada en un diálogo si no pedante sí que se esfuerza por ser estructurado y que intenta llegar a algún fin. Además de que es una relación que nos brinda el apoyo para no sentirnos solos frente a circunstancias que si no son muy fuertes, sí nos afectan por aquella condición a la que maldigo en distintas ocasiones, la de humano.

M. Téllez.

viernes, 19 de diciembre de 2014

Extrañar

Extrañar

De poco sirve pensar que ya no estás aquí. Te extraño. Nuestras acciones ya eran cotidianas, no por eso carentes de vitalidad o valor. A veces aburridas o muy pasivas. No por ello carentes de importancia para mí. Me hago la cuestión ya común de joven, ¿ tú qué pensarás?, ¿también extrañarás cómo era cuando convivíamos? Ya qué importa- me digo. Sin saber si sea cierto o falso. Sé que en este ámbito no se trata de algo verdadero o no. O eso pienso. Detesto mi condición de humano. Estoy seguro que no soy el único que quisiera ser como una memoria artificial, donde es posible eliminar datos, sin que quede rastro alguno. Eso he tratado de hacer con las memorias que tengo de ti. No he podido. A veces bebo para poder escribir respecto a éste tema. Estando sobrio sé que estos temas son ínfimos, no valen la pena, hay cuestiones más importantes que estos lloriqueos de humano. A pesar de que los pienso así, mi estancia de solo no apoya esa tesis. Al contrario, me orilla a dudar, a preguntarme si estaré haciendo lo correcto, pues ya es mucho tiempo que no logro superarlo. Una cicatriz que no se va. Como las arrugas que jamás se irán. Marcas de la vida. ¿Para qué tendrán que estar esas marcas? Hay marcas que son superficiales, no se sienten. Sólo sabes que están ahí cuando alguien las menciona. Sin que te mencionen sé que estás ahí, en donde mis memorias. Cicatriz que no requiere ser nombrada.
 
Déjame, déjame ya. ¿No ves que abandoné tanto y luego de tu desprecio no pude recuperar algo? Aquel cambio no hizo ruidos. Bastó la razón para no caer. Sólo me detuve, un respiro, me toqué las rodillas, sentí el cansancio: debía continuar. Continué. Continúo. Pero como ese deportista que no quiere entender que requiere descanso, donde su carrera se ve en peligro, serio o no serio, sigo sin detenerme. Ignoro las caricias que puedan servir como masaje, ignoro los besos que quieran ser una anestesia. Ignoro un cuerpo que quiera darme su energía. Como si lo que necesitara fuera transferencia de energía. No hay energía como la mía. No la hay. O eso pienso.

M. Téllez.

jueves, 18 de diciembre de 2014

Entre mis libros.

Entre mis libros

Tomo un vaso de vino. He roto todas las copas que tenía. Algunas con amigos, el resto yo solo. No me resulta sencillo hablar de lo que siento sin una buena bebida. Hay quienes creen que beber para hablar es de cobardes. Se equivocan. Hay tantos imbéciles sobrios que sólo hablan porque tienen boca. En mi situación, he dicho bajo qué universo de discurso ocupo una bebida.
  Veo tus nuevas fotos y luces hermosa. Sin embargo, el sentimiento no es todo admiración. Sé que no puedo mirarte en la escuela, por tu casa, con tus hermanos, tus padres, en el parque, etc. No sé si algún día pueda mirarte en algún lugar cotidiano. Por eso mi sentimiento no es todo admiración.

M. Téllez.