Vacíos
Sea el caso de alguien que tiene una vida 'estable'. Definiré estable como alguien que tiene relaciones sociales basadas en una lealtad razonable hacia sus amigos -y viceversa-, tal vez una novia razonable, afectos positivos hacia su familia -y viceversa-, en una sola palabra, alguien que tiene en quién confiar, con quiénes sonreír, con quiénes departir o con quiénes beber un buen cóctel. Teniendo algo así, no podríamos pedir más en tanto a nuestro ámbito social. Pero, ocurre algo. Nos aburrimos de nuestras acciones. Ya había escrito algo similar a lo que planteo aquí, en aquella ocasión mi conclusión era el pensar en el suicidio -claro, teniendo en cuenta otros factores, no sólo lo social- como una decisión razonable -alejándonos de las típicas críticas, tales como que es cosa de cobardes y demás cosas fundadas en creencias rancias-.
Esta vez es distinta la conclusión y la causa por la que retomo ese hastío que origina la rutina, a pesar de que tengamos una vida estable. En esta ocasión estoy pensando en los agentes por los que definí lo que es estable. Pienso que en algún momento debemos pedir un descanso, o alejarnos en silencio. Hacernos a un lado mientras ellos departen, mirar, escuchar alguna canción mientras le damos un buen trago a nuestro cóctel y entender que no siempre estamos -ni tenemos por qué estar- en disposición de alguien, así sea alguien a quien le tengamos un profundo aprecio. Esto no implica que seamos groseros con esas personas o que olvidemos ese profundo aprecio que les tenemos, claro que podemos discutir lo segundo, pero lo primero es inobjetable.
Debemos alejarnos, ellos también nos cansan -como la rutina-, de manera sutil, pero ocurre. Y no hay porqué temer respecto a ese sentimiento, es claro que somos cambiantes, ya Kant nos decía que la permanencia no está en nosotros. Hoy nos sentimos muy fuertes, mañana que les hable esa persona en quien han depositado toda su confianza, todas sus acciones, en una sola palabra, esa persona por la cual depende su vida, para decirles que ya no quiere que la busquen ni que tengan comunicación pues ya encontraron a alguien más, entonces ya no serán fuertes. O tal vez sí. Estoy seguro que no. Somos cambiantes. Y por tanto no hay razón para no entender que de repente nos aburramos de los agentes por los que definimos la vida estable -al menos en el sentido que le quiero dar a este discurso-.
Lo anterior tiene una finalidad: debemos darnos un respiro. Incluso teniendo amigos, nos podemos sentir invadidos. Muchas veces me pregunto qué piensan de mí mis amigos, si es esperan algo, si es que creen que ya me conocen, por qué se juntan conmigo, qué ven en mí o qué les motiva para aceptar una invitación mía para ir a departir mientras bebemos o escuchamos música. Y lo pienso porque no quisiera que me idealicen. No quisiera que esperen algo de mí, así como ellos esperan de ellos. La lealtad está ahí, pues son mis amigos, de eso no hay duda. Ojalá no vayan más lejos y no olviden que aunque intento defender que debemos esforzarnos hasta lo más, no dejarnos caer, buscar, correr, que aumente nuestra respiración y querramos más, uno también se cansa. Es la maldita condición de humano. Hay consecuencias. Es imposible andar con precaución para no joder a otro, no somos adivinos ni olfateamos cuando alguien no está de humor'. Pero somos razonables. Así como observadores y atentos a las palabras que el otro dice.
Esto es un lloriqueo, o tal vez no. Lo que hay detrás y quiero dejar claro es que la razonabilidad es fundamental en el ámbito de la amistad. Al menos la amistad que sostengo aquí, que es una basada en un diálogo si no pedante sí que se esfuerza por ser estructurado y que intenta llegar a algún fin. Además de que es una relación que nos brinda el apoyo para no sentirnos solos frente a circunstancias que si no son muy fuertes, sí nos afectan por aquella condición a la que maldigo en distintas ocasiones, la de humano.
M. Téllez.