Maldiciones
¿Por qué no te atreves a tocar el tema? ¿Por qué razón quieres caminar sin mirar atrás? ¿Es porque sabes que estoy detrás, no?
Sin duda te señalaría como una cobarde. Sin importar qué dirían las filas de feministas rancias. Que me dejen en paz, que hoy no quiero hablar de los paradigmas de reconocimiento. Esta cuestión es distinta y no tienen porqué intervenir. No estoy sometiendo a quien le digo cobarde, no la estoy dañando. No bajo un argumento razonable, es sabido que los argumentos psicológicos referentes al daño se desmoran más fácil que el anhelo de ser intocable.
Eres una cobarde. Y te maldigo por tu cobardía. Te presento una fila de argumentos razonables y los enfrentas con el silencio, con la evación, con un "no sé". ¿Cómo no desesperar? ¿Por qué no me alejas de manera violenta o tranquila? Sin duda prefiero la primera, con la segunda me dejarías con percepciones causadas por dudas, tales como: ¿por qué sigue siendo razonable? La carga teórica influye en esto, también. La razonabilidad es pensada -en este contexto, específico- como las sobras que aún pueden ser recuperadas y por alguna inducción extraña, que sean restablecidas. Pero no haces algo, callas, evades, me dices que ignoras. Lo dejo pasar, pero regresa ese sentimiento que me causa la duda. Así somos, queremos la 'verdad'. Y la verdad no duele, que nos dejen en paz esos llorones. Regresa la duda y el sentimiento, planteo la cuestión y reaccionas igual. Es entonces cuando desespero más y me dan ganas de maldecirte, como lo hago ahora. Los profanos le llaman 'ardor' a esta actitud. Me da mucha risa su actitud razonable de corte deontológico. No se tratara de alguien que no toleran porque se derrumba su estúpida actitud. A pesar de las ganas, no lo hago. Ya no. Hay algo que sí, pensar en tu actual situación. Dado el coraje, concluyo que sigues sin amor, ese amor que tanto buscaste cuando estaba a tu lado. Concluyo que sigues sola, como me contabas cuando estabas abrazada a mí. Rechazada por todos. Menos por mí. Y ahora por mí.
Rechazada y cobarde, ¿qué me puedes decir? Mejor calla, haces bien en callar, en ignorar y en evadir.
Así comienzan mis maldiciones. Después vacilo. También tengo mi conjunto de lloriqueos. Y quisiera estrecharte, no curar tus heridas con palabras, caricias, roces ni besos. No. Prefiero que seas consciente de mi presencia, que la valores de corazón. Pero ya no es tiempo de realizar esas acciones. ¿Cómo es que lo sé? No lo sé. Es tu silencio el que me hace concluir.
M. Téllez.
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