Te conocí un día de invierno, con
frío y hambre, pero íntegro y estoico. Mis maneras eran secas, escépticas, con
miles de contradicciones, pero de una sola pieza, un optimista irreductible.
Me acerqué a ti con las mismas
ansias con las que abro un libro, ávido de empaparme en sus secretos. Me
enganchaste porque tenías aquello que los poetas se pasan la vida persiguiendo
y que la mayoría no logran sino arañar con sus garabatos. La tuya fue una
sintaxis inexplicable, misteriosa y peligrosa… por ser inextirpable. Nos
refugiamos en un café y aunque el lugar era acogedor no era sino el sonido de
tu risa lo que me brindaba calor.
Cuando llegó la primavera nació
en mí, como aquello que florece tal cual florece, sin explicaciones, una dulzura
que se manifestaba cada vez que estaba cerca de ti. ¡Quise! ¡Libre y
genuinamente estar cerca de ti!
Fui más yo cuando tú estabas. Me
salvaste de mí, me sacaste de mí mismo para hacerme nacer de mis entrañas. Sin
desgarrarme llegué a un mundo nuevo, que siempre había estado allí pero en el
cual no vivía hasta que tú me llevaste de la mano. Era el mundo de lo sagrado,
que nunca es silencioso, que grita a todo pulmón por ser volteado a ver, pero
yo estaba hipnotizado por el canto de “ese [mi] maldito yo”.
Toda mi razonabilidad se veía
desmoronada ante una leve mueca de tristeza dibujada en tu rostro. Incendiabas
mis edificios racionales con tan sólo una caricia. Me llevaste a profanar ese
nuevo mundo, a corromperme, a renunciar a la razón en pos de tu sonrisa, dimití
sin saberlo y no me importó cuando lo supe. Me adentré en tus terrenos
desconocidos, valiente, intrépido, confiado, nada podía hacerme daño llevando
puesta la armadura de la razonabilidad…qué ingenuo.
Es cuando me enfrento al peligro
del gran incendio que, espoleado por la ilusión de la autosuficiencia empuño mi
razón instrumental sólo para verla reducida a cenizas en mí ya despellejado
brazo. ¡Quise apagar un incendio con una jeringa! Una vez más me limite a
encender un cigarrillo, ya nada podía hacer, bebí de una copa que no debí y
ardí con las primeras hojas del otoño, hasta apagarme consumido de nuevo en el invierno.
M.J.R.M.