Sobornó la mecha del desvalido,
y de un bocado apagó los titubeos.
Volvió para sí,
verdadero.
Y
encontró:
luz,
sobre la mesa,
contando sus pasos,
pensando en silencio,
no intentó tomarla,
en su lugar,
contempló,
hasta el último vaho
que gritaba a media voz:
A
di
ó
s.
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