¿Han sentido esa soledad de infancia cuando llegan a un grupo que desconocen mientras los otros ya saben sus prácticas y al verte lo hacen por debajo del hombro? Esa emoción es la que generan las personas religiosas de corte extremista, partidarias políticas extremas, aficionadas a un equipo extremistas, etc.
Uno no quiere ser agredido ni ser menospreciado. Ese tipo de personas que mencioné, le generan un daño a las personas y a la vida en comunidad. Si a caso cooperan, su altruismo es el famoso altruismo parroquial. Criticar ese tipo de altruismo no es decir que debemos ayudar a todos en todo momento -las acciones demasiado exigentes son un problema muy conocido-, sino -llanamente- decir que debemos ser razonables.
Aunque a algunos no nos guste, la gente puede adorar a sus dioses y rezarles para que su familiar que necesita una transfusión de sangre -y que su religión prohíbe realizar- mejore. No nos gusta por varias razones, en primera, nos parece absurdo que algo que jamás ayudará -como sí puede hacerlo un donador- sea tomado en serio. Luego, nos inquieta que esas personas sean necias. La necedad es algo que desespera a todos: ellos nos desesperan porque creen en cosas extrañas, y nosotros los desesperamos porque no creemos lo que ellos. Sin embargo, ambos bandos deben ser razonables. El adorador de dioses que adore a sus dioses en su templo o en su casa y no mezcle sus creencias en decisiones públicas. ¿Por qué? Porque se debe argumentar con razones que el otro puede aceptar: y no todos aceptan que un argumento se justifique sólo porque una tabla con diez reglas cayó del cielo.
Es asombroso -y deprimente- que la gente no se canse de pelear. Nosotros que no somos religiosos -y sí presumiblemente razonables-, entendemos que seguirán existiendo esas personas creyentes, y no nos molesta. Ustedes que creen, deben entender que seguirán existiendo personas como nosotros y no debe molestarles. Si les molesta, es que aún creen que ustedes tienen la Verdad, y entonces no están siendo razonables, sino fundamentalistas y por tanto, extremistas.
A muchos les gusta gritar y golpear para señalar que tienen razón en lo que discuten. Otros -como la gente razonable-, prefieren dar razones y ser sensatos: si nos equivocamos porque nuestras razones son muy débiles, dogmáticas o irrazonables, y está bien; nuestro sistema de creencias no es una línea delgada que se rompe y de inmediato dé paso a un comportamiento repulsivo -como diría Frans De Waal-.
Ya no hay que creer en lo que han dicho nuestros padres, tíos, abuelos, profesores de la primaria, secundaria o bachillerato. Tampoco en lo que se dice en el mercado, en la televisión pública, las revistas del corazón, las notas sin referencias serias, etc. No todos debemos ser investigadores, a muchos no les gusta leer ni buscar bibliografía, sin embargo, sí podemos evitar ser necios y legos. Nuestras capacidades están ahí y podemos conocer algo, si bien no ser expertos, sí lograr algo; la evolución ha dejado claro este asunto.
Odiar a las personas es absurdo. El odio tiene distintas causas, algunas más razonables que otras -es más razonable odiar a los secuestradores torturadores violadores asesinos que al aficionado que le va a nuestro equipo rival-. Sin embargo, es absurdo odiar como un instinto. Odiamos porque creemos que así debe ser, no educamos nuestras emociones. Por eso es que a ti te golpearon y tú golpeas, porque quien te golpeó era un lego, igual que tú. A lo mejor que podemos aspirar como personas razonables quizás sea a gobernar las emociones, y aunque tengamos una impresión que nos genere odio, debemos saber frenar el impulso y dejarlo ahí, pero no actuar con el odio que se tiene. Si odiamos la violencia, hay que ser sensatos, si no, sólo seremos uno más de aquellos altruistas parroquiales, que defienden a su gente pero olvidan a otros, o hasta los agreden.
Quizás nos tardemos 50 años en que todos entendamos estas cosas, y lo más probable es que ni siquiera todos lo entiendan ni lo acepten. Sin embargo, eso no es motivo para tristear y no hacer, la supervivencia no es fácil, ni tampoco hacer lo correcto en muchas ocasiones, tampoco lograr una vida -en comunidad- que sea más agradable. Si anhelamos esa vida agradable, hay que mirar de qué manera podemos hacer. Nuestros antecesores no lograron las cosas solos, tampoco las grandes figuras de la historia. Cada quien miró qué podía hacer y entregó sus fuerzas a ello. No es tarde para conciliar fuerzas como nuestros antecesores lo hicieron.
M. Téllez.