La percepción social de que México está en un mal momento va alcanzando cotas inesperadas. En los últimos días el despliegue burlón de memes, comentarios de sobremesa y reiteradas marchas sociales, ofrecen un pulso incontestable de la hostilización social mexicana. Los señalamientos que se puedan y tengan que hacer al respecto, deben abrir panoramas. El peligro de la despolitización sería silenciar a los ciudadanos. Esta realidad quiere y quiere no la “izquierda”.
Entretanto, a la fecha
hay quienes esperan la maduración de un «momento propicio» para revolucionar
nuestro contexto, dando dos perspectivas: 1) la de que la revolución debe
estallar ahora; y 2) la de que la revolución estallará «a su debido tiempo». Otros
insisten, benévolamente, en que el “neonacionalismo” está brotando del cascarón
de naciones como Francia, EUA o Gran Bretaña en aras de un pretendido
proteccionismo. Pero ¿acaso no ven que en el Estado mexicano y su aparato
institucional está inmerso en una grave esclerosis institucional? Claro, el
pulso nacionalista que ha devenido con los preparativos del Centenario de la
Constitución de 1917 da la ilusión de que el orden celebratorio va de la mano
del orden fáctico de la aplicación normativa. En tales circunstancias, se ha
apoyado la confusión de que los planes y programas constitucionales implican.
La última moda en paradigmas jurídicos ha encumbrado al «garantismo» de tal
manera que lo ha polarizado como ideología de orden nacional. Vivimos de su
discurso a diario. Y a la indolente élite de poder le da igual la protesta ciudadana.
Lo peculiar del pueblo mexicano es que es dispersa su forma de reivindicación.
No habría que pasar por alto los autores que han analizado “el ser del
mexicano”. Al “entrarle” al tema, las conclusiones de Zea, Ramos o Uranga (por
citar unos), tienen poderosa vigencia: el mexicano tiene problemas para organizarse con los demás porque no se
reconoce a sí mismo. Lamentablemente sigue ocurriendo.
En efecto, no hay razones
para desvincular semejante apuntalamiento con relación al actuar cotidiano del
pueblo mexicano. Si se piensa en la falta de cohesión social surgirá
seguramente el diagnóstico sociológico. Lo que muchos referirán es que el
problema de fondo es la «falta de conciencia social » (incluso es algo que
asume el CNI-EZLN). La expresión no tiene jiribilla. Sino que está envuelta en
dificultades: la primera de las cuales –insoslayable– corresponde a los planes
y programas impuestos por el neoliberalismo. Lo cual se diafaniza por el modus operandi de un orden socioeconómico global. Más que nunca, hoy es
fácil identificar la brújula que orienta a los Estados: el imperialismo
monopolista. A decir verdad, es un término significativo: porque explica las
decisiones gubernamentales de la Federación. Explica, a lo sumo, la
concentración de la producción y el capital, la fusión del capital bancario con
el capital industrial, la exportación de capital, la constitución de
asociaciones monopolistas y la consumación del reparto territorial del mundo
por las potencias capitalistas. Vamos, destapa el inri de México. Está lógica
viene cumplimentándose en nuestro país desde hace tiempo. Lo más curioso es que
no la veamos ni reconozcamos. Hay menudos obstáculos.
La gobernabilidad,
gobermedia y gobernanza del titular del Ejecutivo, está vejando ideales y principios rectores de una
nación. Ideales que, hoy más que nunca, debiéramos refrendar todos. En serio. Y principios que, como la democracia, la justicia, la identidad y la independencia, debemos concretar. Que no gane la ingenuidad. Pues ¿qué bien común
se puede sostener en medio del capital global? Está claro que el cinismo político
es una regla sin excepciones. Sus acciones buscan encajar en la fórmula del
«todo va bien pese a lo que haga». El problema fundamental que conviene
recordar en la comparecencia de los funcionarios del Ejecutivo Federal que
“explicaron” –en un gesto de bondad educativa– el proceso de flexibilización de
gasolinas y diésel, del 13 de enero ante la Comisión Permanente del Congreso de
la Unión, no fue tanto la degradación de la soberanía nacional, cuanto el
rescate institucional del propio gobierno en una teatralidad cuya trama es la
de un mefistofélico presidencialismo que se somete al internacionalismo
económico. Ante este panorama, recobra total validez la necesidad de una política de la verdad. Más sofistas no
queremos en municipios, Estados y Federación ni concesión alguna al “Show de
Trump”. Lo que cabe poner en boga hoy es la pregunta de ¿esto es cierto? ante
cualquier declaración política. Y aún más la pregunta: ¿qué condiciones de
poder hacen posible que esto pase como pase? Cambios de criterio pueden depurar la hiperpolítica mexicana. Y aun más: pueden reconsiderar las concepciones de la geopolítica crítica de México en el mundo.
Estamos mal. Pero la
paradoja dialéctica que presenciamos hoy estriba en que la propia desesperanza
es lo que puede convertirse en nuestra única ventaja. Una convicción que
debiera rebrotar entre todos los conciudadanos mexicanos. Es todo un reto.
Ramsés Jabín Oviedo Pérez
Ramsés Jabín Oviedo Pérez