Todos tenemos en el hogar cosas debajo de una escalera, cosas en una bodega, un ático, algún cuarto desocupado donde hay de esas cosas que se guardan quién sabe para qué. Así somos también. Guardamos cosas en nosotros, ideas, sentimientos, varias palabras. Y quién sabe para qué las tenemos adentro. Es cierto que no todo lo podemos decir, si fuera así, los secretos no existirían, por decir algo. Pero piensa en las cosas que te lastiman aún. Llegarás a viejo y es muy probable que tengas referencias de hoy día. Algunas agradables, algunas que te pueden desgarrar el corazón, que al menos te quiebren la voz y llores.
De vez en cuando limpiamos esos lugares de la casa que ya mencionamos. Pero se vuelven a llenar: se ensucian. Nos ocurre igual. Por supuesto que hay gente muy cuidadosa respecto a la limpieza del hogar y en su corazón sólo hay dolor o cosas así, ahí la analogía que hago pierde sentido. O tal vez no. Esa gente en ocasiones limpia a cada instante porque es una especie de ansiedad, están enfermos -por decirlo de alguna manera-. No saben que sus acciones son un tipo de patología. Pero no nos desviemos. Aunque gente no enferma se revise de vez en cuando el ser y pueda limpiarlo, se vuelve a llenar. Esto debería quedar claro. Las implicaciones de esto son obvias si nos detenemos a pensar. Conflictos básicos como los familiares comienzan, rencor hacia el padre, la madre, los hermanos y demás familiares. Luego puede ocurrir con los amigos. Así también con la pareja. Y el problema somos nosotros. ¿Por qué no hablas? ¿Por qué no te permites un día llorar? ¿Por qué sólo cuando te alteras tienes que gritar y decir cosas que tal vez ya nadie rememora? Es claro que estas preguntas no tienen cabida para aquellos que han sido criados con ideales tales como los de empresarios, esas personas que usan frases de líderes personales. Ellos son felices, según ellos. Pero no todos tenemos ingenuidad -o certeza- para creerle a esos líderes, queremos encontrar certezas en nosotros, queremos ser la medida de nuestros juicios, tal vez porque así nosotros sabemos el valor de lo que decimos en correspondencia con nuestra experiencia. Tampoco caben aquí esas personas que no saben estar consigo mismas. Un caso curioso son aquellos que tienen bienes materiales y los usan, pero no se pierden en ellos. Que no han sufrido de la austeridad de algún gusto por necesidad o por sacrificio de algún objetivo que chocaba con ese gusto.
Estas líneas son para ti que te han roto el corazón tal vez por imbécil o por alguna otra razón. Para ti que te preguntas si tiene sentido ser razonable con las personas. Tú que inicias proyectos con otros pero que esos otros tal vez estén perdidos en la neblina del aburrimiento por tonterías, no del aburrimiento de tristeza; ese sentir que se asemeja a la depresión. Tal vez deberíamos intentar acomodar las cosas del corazón o del interior o como le quieras llamar. Porque sacarlas es una cosa complicada. La gente cree que hablando se solucionan las cosas; claro, las cosas sencillas, pero el problema somos nosotros, y en estos asuntos extraños, no somos tan sencillos. Somos unos necios entre otras cosas. Si no lo crees, mírate: conoces los consejos para ser el mejor y no lo eres porque no las realizas; aún no queda claro que esta vida podría ser la última.
Alguna vez leí en un prólogo de una compilación de poemas -a cargo de Chumacero- que los mexicanos no tenemos la sensibilidad para observar las cosas. Parece cierto. Pero eso no implica que no podamos detenernos a observar, y en especial -a causa de estas líneas- observarnos a nosotros. Nos hace mucha falta -ya dije a quiénes nos hace falta, los otros no caben aquí-. Tenerle miedo a la muerte ha quedado claro en muchos siglos que no tiene sentido, pero tener miedo de lo que hemos ido ocultando y guardando en nosotros -seguramente tampoco tiene sentido- nos ha detenido en muchas ocasiones, y es probable que más allá de eso, nos arruine una calma que de por sí ya es difícil de alcanzar.
M. Téllez.
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