Las líneas desesperadas suelen causar gracia, pena, empatía o -aunque eso pasa seguramente con todas las líneas- indiferencia. Pero los gritos reales plasmados en esas líneas, que tienen fuente sea en la razón o en el sentimiento, no sólo nacen con potencia del vientre y todo ese recorrido interesante, sino que se atrincheran y adquieren fuerza precisamente por su fuente.
Ojalá haya un espacio en donde existan cuerpos y mentes razonables o indiferentes, que por fin me dejen querer. ¿Por qué no he podido gritar tan alto que nadie me mire extraño?
Desde un festival de risas en un vagón con un amigo de viaje es en ocasiones visto extraño. ¿Y qué importa? Dirán algunos. Bueno, tú que puedes hacer esa pregunta, en algún momento vas a señalar algo: y me darás asco. El cauteloso es por ello admirado: se sabe sujeto a sus propias críticas.
¿Cuándo podré querer y estar en un escenario tal que los prejuicios no me dañen? Y no me refiero a un daño psicológico: me refiero a ese daño que se da cuando las palabras pican a nuestras espaldas, que se realizan hacia otros cuerpos con el fin de ser blanco de alguna duda que tiende a la crítica que desfigura aquello que apenas logramos construir con un esfuerzo que -como siempre pasa- pocos ven.
Estaba a punto de escribir "Busco un espacio en donde...", y continuar con un lloriqueo. Pero, ¿acaso nos damos cuenta que vivimos en un mundo tal que nos hacen buscar un espacio? Parece que no pertenecemos aquí.
Un espacio, para nosotros. Un espacio para estar. Una línea desesperada, donde sólo quiero decir que me lastima la gente irrazonable. Y tus palabras, que me hacen no despreciarme por respirar.
M. Téllez.