Un compendio lleno de lloriqueos, letras que narran la historia de aquellas "Cartas a una cristiana". Ocho meses de delgadas grafías que intentaban algo, y que hoy se van.
Mientras preparaba la chimenea para incinerar aquel compendio, pensaba en que alguien debería inventar una chimenea para incinerar recuerdos. O como aquella historia que no sé exactamente ahora el nombre del autor, que alguien hiciera un trato con Dios o con Satanás, y apostar nuestros recuerdos: ya nos preocuparemos cuando nos quedemos sólo con los peores.
Visitas realizadas, llamadas de angustia, más y más palabras que se fueron. Nombres que son recorridos, y que hoy no sabemos si más tarde los rememoraremos.
Borracheras que aunque no estuvieran escritas, siguen en la famosa caja negra llamada mente. Se debería poder realizar limpieza en nuestras ideas así como podemos hacerlo con los compendios y demás cosas que algún día creímos que serían valiosas. Pero el valor es relativo en estos asuntos: aunque siempre he creído que la vida no es valiosa en sí misma. El argumento de que la vida es valiosa por las experiencias se cae muy fácil: qué experiencia tiene aquel que muere de hambre, que es explotado, que quizá nunca conoció la luz del sol por trabajar en alguna mina. Incluso se podría tener experiencias que algunos podrían considerar interesantes, pero puede ser el caso que eso no satisfaga a esa persona en cuestión. Y si la vida es valiosa sólo porque de repente lo creemos, parece que así será también con las cosas que la impliquen: y seguro se cae fácil ese valor con un par de cuestiones interesantes. Pero el caso es que deberíamos poder limpiar nuestras mentes.
Ver cómo el fuego consume el papel y la tinta sólo se confunde entre el papel quemado y las llamas, hace pensar que así nos desvanecemos: entre acciones repetidas por todos, palabras dichas por antiguos y coetáneos, y una vida que de por sí no es valiosa.
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