martes, 5 de julio de 2016

Huellas

Tengo grabados en la piel distintos momentos que me arrancan una sonrisa. Uno de ellos fue el hecho de ser más o menos ridículo -como parece que soy-, y que mis tonterías te causaban gracia. Recuerdo que fue en una mesa, rodeados, pensando en algo que hoy no me acuerdo qué era, y no tengo ganas de recordar. Contaré otro más.
 El escenario estaba nublado por la oscuridad, la luz blanca se ausentaba y en su lugar aparecían pares de luces distintas, pero que no eran obstáculo para que la oscuridad gobernara. Supongo que me acerqué, y aunque nunca he sido bueno para los ritos, quise danzar contigo. Conforme avanzaba el ritual, los destellos de tu destreza, delicadeza y belleza, ya eran más que evidentes para mí. Entonces comprendí, y me advertí a mí mismo, los riesgos de creerse inocente en las danzas frente a quienes tienen virtudes que no había conocido. No me sentí avergonzado de mi inexperiencia, sino temeroso de perderme en pasos que desconozco, en lugares que no había imaginado: en sensaciones que me abrazarían hasta quitarme el aliento racional que tanto está en mí. 
 Las palabras son otro asunto. Hay risas y en cada paso dentro de ese paisaje impresionante, descubro nuevos caminos de las mentes. Y sé que es una oportunidad poder recorrer esos senderos. 
 Hemos pasado madrugadas juntos, como señalé entre bromas. Y aunque tus retos de tolerancia al sueño quisiera aceptarlos, sé que perdería, porque si gano: no me gustaría ganar, y porque horas después me causaría gracia tener que sentirme derrotado por mi cuerpo. 

M. Téllez.

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