viernes, 23 de octubre de 2015

Encuentro

Hace tiempo que no la veía. No, este texto no es para ti ni para ti, es para ella. Últimamente todos se ponen el traje de mis palabras. Y aunque alguna vez explique, jamás creen. Más pereza. No importa.
Llegué tarde, cinco minutos después. No es tanto tiempo, aunque mi puntualidad siempre está ahí, pasa desapercibida: como esas virtudes grandes que luego no se ven. Todo fue con una cadencia que hace tiempo no apreciaba. Tuve tiempo de respirar, de aceptar mis errores, de mirar mis pretensiones, en una sola palabra, de ver que ya no soy el mismo. Tú tampoco eres la misma. Dice una canción española: hace tiempo que ya no te veo, ¿habremos cambiado? Quizás a peor. Exactamente no sé si hayamos cambiado a peor. De ser el caso que sí, seguro soy quien tuvo esos cambios.
Noté que mirabas mis labios y no sé porqué. Pensé que me habían quedado residuos de la comida que acompañó la plática, pero no fue así. También pasó por mi mente que a lo mejor temblaba alguno de mis labios, por una especie de nervios, de esos que están ocultos y  los sentimos hasta que una parte de nuestro cuerpo nos delata. Pero tampoco fue así. 
También te miré. Hace tiempo que no veía unos ojos tan claros, unos labios tan finos y una boca que se puede dar el lujo de hacer las muecas que desee. Sólo he mirado ojos perdidos, cansados, irritados; labios olvidados, resecos, y bocas que sólo son bocas. 
Hubo silencios. Desde hace meses que no experimentaba el silencio agradable, sin inquietud de querer decir algo para que desaparezca esa ausencia de voces. 
Hay personas que arrastran los dolores de las palabras que interpretaron a su antojo, eso y más cosas. Nosotros no arrastramos nada. Fuimos nosotros, hambrientos o fingiendo tener hambre, lanzando palabras de millones de instantes que han pasado. No agregamos juicios de valor a nada, al menos no exponiendo arduas justificaciones de nuestras concepciones del bien. No había pereza. 
Como en cualquier circunstancia, un buen trago tenía que estar presente. El líquido aguardó, porque no me permití combinar ese placer con otro placer -el compartir palabras y espacios contigo-. Fue una buena decisión. Seguro que lo haría de nuevo. 
Después, el adiós. Sin esperanza de nada, un adiós. Tal vez tuve un impulso -los primeros movimientos-, aunque mi condición de ignorante y mi anhelo de condición estoica me hizo tener a la mano una pasión adecuada. Aunque no hay razón de engañarme, hubiera dado vuelta, regresar unos pasos y verte, aunque no supiera para qué -o tal vez sí lo sabía-. 
No sólo mi pluma descansa cuando te cuento cómo las personas se molestan por mis líneas, por mis creencias y por mi manera de hacer. El hálito que en ocasiones puedo percibir dentro de mí, se tranquiliza. Es preferible para mí seguir así, dándole descanso a mi pluma y que mi hálito encuentre calma. Sólo no debo cruzar la línea para sentir apego en hechos que no dependen de mí. 

M. Téllez. 

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