lunes, 29 de febrero de 2016

Guiones.

Me han ocultado mucho, nunca he sabido qué lugar me corresponde en las historias que las personas se cuentan a sí mismas hasta que a ellas se les ocurre abrir el pico para informarme y hacerme partícipe del papel que he estado jugando sin percatarme. Personaje inconsciente, etéreo, fuera de sitio.

Cuando me llega la noticia del sitio que ocupo en cada uno de los guiones me pasmo. ¿Por qué no me avisan desde el comienzo? ¿Por qué no puedo tener la dicha de saber que juego un papel en el sospechoso caudal de las historias que otros cuentan?

Me olvido de mí. Una vez que me informan, cambio totalmente. Repienso mi guión incansablemente. Juego roles diversos, de pronto conscientes. Me confundo.

La verdad nunca se me aparece, más bien, me la cuentan. Me la cuentan "cuando es el momento", cuando no esté en poder de reaccionar de una forma peligrosa, cuando estoy ya atada, enmarañada de hilos, de rumbos. No puedo salir. Estoy dentro.

Incluso cuando pienso que todos los guiones en los que puedo participar se me han revelado, aparece irremediablemente, una nueva obra. Un nuevo papel, una nueva noticia. No sé dónde estoy parada, no sé con quién cuento. Mejor dicho, no sé quién me cuenta.

Me he cansado ya de participar en el último momento, cuando se ha acabado el guión previsto y tengo que llegar a moverme como se me ocurra. A salvar un guión idiota, que ni siquiera he elegido. Así mi vida, así mis papeles.
Avísenme cuando me toque morir.

Ixchelt Hernández

domingo, 28 de febrero de 2016

Oye enero déjame decirte que ese día me regalaste un bonito panorama entre sombras y cielos.
 By Nayely Acevedo Martínez

miércoles, 24 de febrero de 2016

Iy

Cuando salí y te miré parecía que estuvieras esperándome y como si yo fuera por ti: como si ya nos conociéramos. Sólo faltaba mi ánimo para darte un beso.
¿Qué debería hacer?
Al principio pensé en hablar de nuestras miradas: te observé y me miraste. Pero eso no debería quitarme -ni quitarte- tiempo. Mi duda sustantiva es: ¿qué debo hacer? 
¿Te pido lo que un ser humano cualquiera podría pedir? ¿Te busco sólo por instinto? ¿Cómo saber que soy quien está decidiendo fijarme en tu presencia? ¿Eres necesaria para mí? ¿Por qué ahora? ¿Mañana seguiré sintiendo esto? ¿Qué es la convergencia entre pensarte y desearte? ¿Esa convergencia es amor? ¿Esa convergencia es parte o soy yo? ¿Esa convergencia es verdadera? ¿La profundidad de mis cuestiones son firmes o caerán y perderán su estatus si te declaro algo aventurero y que puede ser un error para mi propósito?
Veo una barrera entre lo desconocido y lo conocido; entre este silencio habitual y lo que podemos decirnos; entre esas miradas donde quizás decimos tanto, dudamos tanto, y las palabras de hecho que al final pueden ser inútiles para lo que queríamos -o pretendíamos- comunicar con nuestras miradas. 
¿Tú qué harás?
También veo el obstáculo de paja acarreado por la historia -alguna historia- que sugiere que no harás porque eres mujer. Patético.
¿Qué harías?
No gastaría palabras que quizás debo ahorrar porque detesto desperdiciar. Te cuento que no podría decirte lo que cualquiera puede porque ya no veo razones para continuar lo habitual. No te diré lo que podría entender como interesante por aquello del desperdicio.
Por fin, estas líneas deberán llegar a ti y espero las leas como te aparezcan; aunque intenté ser sincero y lo que quizás soy. 
Hay que mirarnos otra vez. 

M. Téllez.

martes, 16 de febrero de 2016

NY

¿Ya habrás terminado de leer la novela que te obsequié? 
Me fui interesando por ti y sigo sin saber cómo o por qué pasó. Quizás ya me había cansado de pretender estar bien sin hablar. Contigo podía platicar desde la mañana hasta la madrugada. Y supongo que ese asunto cada quien lo interpretó a su manera: tú buscabas un amigo y yo no sabía qué ocurría.
En ocasiones me pregunto -de manera retórica para satisfacer mis pretensiones-: ¿alguien hará y te escribirá tanto como yo lo hice en casi un mes? Contaré la respuesta -para seguir satisfaciendo mis pretensiones-. No, nadie lo hará. ¿Quién más hace atractivo el narrar conocimiento interesante? ¿Quién presta atención al matiz de tus preferencias? ¿A quién podrás conocer que haga y sepa tanto como yo? ¿Quién más quiere morir joven y por eso cuando el interés es genuino realiza cosas para ti? 
La experiencia es lo que me queda. Quizás es lo único que ya debo esperar. No puedo escribirte cosas llenas de rencor porque ya mi cuerpo y mis ideas están cansadas de esas tontadas. Quisiera silencio, que no haya tantas nubes, que las palabras sean sinceras, que la gente se vaya sin despedirse y que hayan dado lo que deban dar y que yo no sea un estorbo para mí. Puedo sugerir que es bueno saber que te hayas desvanecido de mi vista. Por más que haya podido darte lo que yo ofrezco, hubiese tenido temor de invadirte con mis dudas. Quizás la puerta de la compañía y las cosas buenas que hay dentro al cruzarla hubieran amortiguado mi pesadez, pero eso es ser demasiado optimista: y en esos asuntos ya no sé cuál es mi postura.
La injusticia y las miradas me persiguen, quizás por eso me siento obligado a escribir. Cuando puedo brindar hablo de cosas que estando en modo común no comunico. En este caso, aunque no estoy brindando y me persiguen las cosas que dije, me siento orillado a sacarte a colación. 
Sé que es buen lapso en el transcurrir de mis ideas porque podría escribir que deseo acariciarte, que podría mostrarte mis más brillantes conclusiones con mis labios rozando tus labios y la piel que se cruce en mi argumentación, así como delinear en tus muslos las grafías que creo más pertinentes con mis dedos. Te persuadiría de que el mundo no contiene hechos: los hechos del mundo son sobre él, y los que me importan son los que tienen que ver contigo. Lograría hacerte entender lo que biológicamente siento por ti, te haría otra canción y te dedicaría las mejores dos líneas que salgan de mi pluma aunque para ello haya tirado al cesto más de quince cuartillas. Reconocería que sin ti me sentiría desafinado, enmarcado en el desorden y asustado al no tener en quien confiar mis anhelos. 
Es un buen lapso porque también podría decir que no necesito de un cuerpo, y menos del tuyo. No requiero de miradas compasivas para saber que mis acciones serán mejores cuando yo lo decida, no porque unas palabras vacías me intenten motivar. Tampoco necesito de balbuceos que intentan comunicarme algo que me dicen más de una persona -de ti- que de algo medianamente interesante. No deseo desperdiciar horas del día y la tarde en más de mil palabras escritas para intentar hacerte entender algo; tampoco ocupo gastar en otros detalles que quizás nunca aproveches porque esa es tu condición: siempre a velocidad lenta, recordando el pasado y lo negro de una ausencia, retrasando acciones interesantes por temor a otras ausencias, por temor a ti misma. 
Es interesante lo que podemos hacer con las letras. Es el nuevo atractivo -o debería serlo- el entender que podemos funcionar según la circunstancia. Hay más de una circunstancia en cada párrafo y otras escenas distintas a la circunstancia en distintos puntos del párrafo. 
¿Habrá quien te pueda señalar tantas cosas interesantes como yo? 

M. Téllez. 

domingo, 14 de febrero de 2016

Noviembre

Uno siempre acaba volviendo a los lugares donde la vida se reprodujo. Lugares comunes, donde conviven la soledad y los otros.

Es noviembre. Noviembre, diciembre y enero son meses rarísimos. El cielo es azul claro; el Sol, más lejano que nunca, pequeño y blanco. A pesar de eso, a veces es abrasador. Siempre termina por producirme tristeza ese viento bajo que se cuela en el cuerpo. Todo es tan perfecto...nada mata más que la belleza.

Mientras observo, mis emociones son como escupitajos. Es imposible sentir algo cierto, tengo la impresión de un sentimiento más vivo, que hace unos años se intensificaba por estas fechas y me comprimía los pulmones. Era una tristeza honda y delgada, que no se iba mas que disipaba. Ya no estoy tan segura de sentirla, creo que es sólo un recuerdo.

Aunque viendo el pasto brillante, el cielo claro, la ausencia de voces...creo que esa tristeza no se ha ido. Sigue aguardando.

martes, 9 de febrero de 2016

No es lineal

Lo que pensaba que era el tiempo -la manera en que lo vivimos- dejó de ser así: ya no era lineal. 
Encontré motivos para reír que no sabía si eran mis palabras, mis sonidos intelectuales, la presencia de un amigo o un movimiento natural del cuerpo en esa condición.
Luego de reír, me miraba a mí, como en un retrato: mi sonrisa no me provocaba nada, la detesté. Mi amargura era tan espesa que como cualquier absoluto no le encontré algo que fuese contrario. Sentía la pesadez pero a la vez me seguía mirando: pensé que había visto un retrato, pero esa ilusión de creer que era yo quien veía era eso, pues estaba viendo el mismo retrato. Lo que creí que era yo no era más que vana ficción: no sabía si la risa y la amargura ya habían ocurrido o si todo lo estaba imaginando. Luego regresaba a sentirme sobre el sofá, contemplando mi estado. O lo que creía que era mi estar.
No entendí qué justifica que las cosas no sean como las percibo, la objetividad dejó de parecerme interesante y perdió todo su significado: estaba experimentando un círculo en el tiempo, miraba mi pasado, justificaba mi futuro pero entendía que el presente debía estar ahí aunque yo no lo sintiera como tal -si no, ¿cómo es que podía estar experimentando?-
Mi cerebro se expandió y una coraza invisible cubrió mi abdomen. No me sentía más fuerte, tampoco tenía pretensiones de sentirme invencible: eso se desvaneció junto con lo que creía lineal. Todo saber medianamente interesante que sabía respecto al cerebro y sus implicaciones en un plano común se largaron: yo no soy mi cerebro ya que yo no elegí tal forma o estructura. Estamos instalados en una cosa que funciona por los moldes de miles de años, y es muy probable que nada interesante podamos hacer con eso. Ser virtuosos -en el sentido ético- es quizás la tarea más sencilla que podríamos realizar. 
Los otros ya no ocuparon relevancia en mis ideas: ni siquiera podía entender mis funciones perceptivas. Si pienso el asunto de los demás hoy, en este momento: ellos no se dan cuenta de nada de estas cosas y pedirles virtudes es exigirles tanto como yo quisiera dejar de ser mi cerebro estándar o las necesidades biológicas con las que vivo. 

M. Téllez.