martes, 9 de febrero de 2016

No es lineal

Lo que pensaba que era el tiempo -la manera en que lo vivimos- dejó de ser así: ya no era lineal. 
Encontré motivos para reír que no sabía si eran mis palabras, mis sonidos intelectuales, la presencia de un amigo o un movimiento natural del cuerpo en esa condición.
Luego de reír, me miraba a mí, como en un retrato: mi sonrisa no me provocaba nada, la detesté. Mi amargura era tan espesa que como cualquier absoluto no le encontré algo que fuese contrario. Sentía la pesadez pero a la vez me seguía mirando: pensé que había visto un retrato, pero esa ilusión de creer que era yo quien veía era eso, pues estaba viendo el mismo retrato. Lo que creí que era yo no era más que vana ficción: no sabía si la risa y la amargura ya habían ocurrido o si todo lo estaba imaginando. Luego regresaba a sentirme sobre el sofá, contemplando mi estado. O lo que creía que era mi estar.
No entendí qué justifica que las cosas no sean como las percibo, la objetividad dejó de parecerme interesante y perdió todo su significado: estaba experimentando un círculo en el tiempo, miraba mi pasado, justificaba mi futuro pero entendía que el presente debía estar ahí aunque yo no lo sintiera como tal -si no, ¿cómo es que podía estar experimentando?-
Mi cerebro se expandió y una coraza invisible cubrió mi abdomen. No me sentía más fuerte, tampoco tenía pretensiones de sentirme invencible: eso se desvaneció junto con lo que creía lineal. Todo saber medianamente interesante que sabía respecto al cerebro y sus implicaciones en un plano común se largaron: yo no soy mi cerebro ya que yo no elegí tal forma o estructura. Estamos instalados en una cosa que funciona por los moldes de miles de años, y es muy probable que nada interesante podamos hacer con eso. Ser virtuosos -en el sentido ético- es quizás la tarea más sencilla que podríamos realizar. 
Los otros ya no ocuparon relevancia en mis ideas: ni siquiera podía entender mis funciones perceptivas. Si pienso el asunto de los demás hoy, en este momento: ellos no se dan cuenta de nada de estas cosas y pedirles virtudes es exigirles tanto como yo quisiera dejar de ser mi cerebro estándar o las necesidades biológicas con las que vivo. 

M. Téllez. 

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