miércoles, 24 de febrero de 2016

Iy

Cuando salí y te miré parecía que estuvieras esperándome y como si yo fuera por ti: como si ya nos conociéramos. Sólo faltaba mi ánimo para darte un beso.
¿Qué debería hacer?
Al principio pensé en hablar de nuestras miradas: te observé y me miraste. Pero eso no debería quitarme -ni quitarte- tiempo. Mi duda sustantiva es: ¿qué debo hacer? 
¿Te pido lo que un ser humano cualquiera podría pedir? ¿Te busco sólo por instinto? ¿Cómo saber que soy quien está decidiendo fijarme en tu presencia? ¿Eres necesaria para mí? ¿Por qué ahora? ¿Mañana seguiré sintiendo esto? ¿Qué es la convergencia entre pensarte y desearte? ¿Esa convergencia es amor? ¿Esa convergencia es parte o soy yo? ¿Esa convergencia es verdadera? ¿La profundidad de mis cuestiones son firmes o caerán y perderán su estatus si te declaro algo aventurero y que puede ser un error para mi propósito?
Veo una barrera entre lo desconocido y lo conocido; entre este silencio habitual y lo que podemos decirnos; entre esas miradas donde quizás decimos tanto, dudamos tanto, y las palabras de hecho que al final pueden ser inútiles para lo que queríamos -o pretendíamos- comunicar con nuestras miradas. 
¿Tú qué harás?
También veo el obstáculo de paja acarreado por la historia -alguna historia- que sugiere que no harás porque eres mujer. Patético.
¿Qué harías?
No gastaría palabras que quizás debo ahorrar porque detesto desperdiciar. Te cuento que no podría decirte lo que cualquiera puede porque ya no veo razones para continuar lo habitual. No te diré lo que podría entender como interesante por aquello del desperdicio.
Por fin, estas líneas deberán llegar a ti y espero las leas como te aparezcan; aunque intenté ser sincero y lo que quizás soy. 
Hay que mirarnos otra vez. 

M. Téllez.

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