¿Ya habrás terminado de leer la novela que te obsequié?
Me fui interesando por ti y sigo sin saber cómo o por qué pasó. Quizás ya me había cansado de pretender estar bien sin hablar. Contigo podía platicar desde la mañana hasta la madrugada. Y supongo que ese asunto cada quien lo interpretó a su manera: tú buscabas un amigo y yo no sabía qué ocurría.
En ocasiones me pregunto -de manera retórica para satisfacer mis pretensiones-: ¿alguien hará y te escribirá tanto como yo lo hice en casi un mes? Contaré la respuesta -para seguir satisfaciendo mis pretensiones-. No, nadie lo hará. ¿Quién más hace atractivo el narrar conocimiento interesante? ¿Quién presta atención al matiz de tus preferencias? ¿A quién podrás conocer que haga y sepa tanto como yo? ¿Quién más quiere morir joven y por eso cuando el interés es genuino realiza cosas para ti?
La experiencia es lo que me queda. Quizás es lo único que ya debo esperar. No puedo escribirte cosas llenas de rencor porque ya mi cuerpo y mis ideas están cansadas de esas tontadas. Quisiera silencio, que no haya tantas nubes, que las palabras sean sinceras, que la gente se vaya sin despedirse y que hayan dado lo que deban dar y que yo no sea un estorbo para mí. Puedo sugerir que es bueno saber que te hayas desvanecido de mi vista. Por más que haya podido darte lo que yo ofrezco, hubiese tenido temor de invadirte con mis dudas. Quizás la puerta de la compañía y las cosas buenas que hay dentro al cruzarla hubieran amortiguado mi pesadez, pero eso es ser demasiado optimista: y en esos asuntos ya no sé cuál es mi postura.
La injusticia y las miradas me persiguen, quizás por eso me siento obligado a escribir. Cuando puedo brindar hablo de cosas que estando en modo común no comunico. En este caso, aunque no estoy brindando y me persiguen las cosas que dije, me siento orillado a sacarte a colación.
Sé que es buen lapso en el transcurrir de mis ideas porque podría escribir que deseo acariciarte, que podría mostrarte mis más brillantes conclusiones con mis labios rozando tus labios y la piel que se cruce en mi argumentación, así como delinear en tus muslos las grafías que creo más pertinentes con mis dedos. Te persuadiría de que el mundo no contiene hechos: los hechos del mundo son sobre él, y los que me importan son los que tienen que ver contigo. Lograría hacerte entender lo que biológicamente siento por ti, te haría otra canción y te dedicaría las mejores dos líneas que salgan de mi pluma aunque para ello haya tirado al cesto más de quince cuartillas. Reconocería que sin ti me sentiría desafinado, enmarcado en el desorden y asustado al no tener en quien confiar mis anhelos.
Es un buen lapso porque también podría decir que no necesito de un cuerpo, y menos del tuyo. No requiero de miradas compasivas para saber que mis acciones serán mejores cuando yo lo decida, no porque unas palabras vacías me intenten motivar. Tampoco necesito de balbuceos que intentan comunicarme algo que me dicen más de una persona -de ti- que de algo medianamente interesante. No deseo desperdiciar horas del día y la tarde en más de mil palabras escritas para intentar hacerte entender algo; tampoco ocupo gastar en otros detalles que quizás nunca aproveches porque esa es tu condición: siempre a velocidad lenta, recordando el pasado y lo negro de una ausencia, retrasando acciones interesantes por temor a otras ausencias, por temor a ti misma.
Es interesante lo que podemos hacer con las letras. Es el nuevo atractivo -o debería serlo- el entender que podemos funcionar según la circunstancia. Hay más de una circunstancia en cada párrafo y otras escenas distintas a la circunstancia en distintos puntos del párrafo.
¿Habrá quien te pueda señalar tantas cosas interesantes como yo?
M. Téllez.
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