sábado, 24 de septiembre de 2016

De ataques

Siempre me ha gustado recibir insultos, ofensas o alguna especie de ataque de esos que hace la gente que termina siendo dominada por sus impulsos y que -es evidente- no han alcanzado la mayoría de edad. No soy masoquista ni algo así: ya sé que el dolor es parte de la vida, pero lo que dice la gente cuando quiere señalar -con alguna ofensa- que los dañaste y remarcar con marcatextos rojo alguna falla tuya que les hirió de alguna manera: me causa gracia y me gusta.
 ¿Qué tanto somos -o fuimos- importantes en su percepción -que de por sí ya está dañada y cargada de cosas jodidas de las cuales estamos exentos- que jugamos un factor relevante para que se les nuble el juicio y ocupen reclamar como saben? 
 Rememoro sentir la sangre hirviendo y ser como esas personas: cuando tenía 16 ó 18 años, tal vez. Hoy, aunque no soy viejo, sé que las energías no se gastan en asuntos de ese tipo: hay que entender que algunas personas son ejemplo de cómo no debemos ser. 
 Ahora bien, del hecho que cause risa y gusto recibir insultos, no se sigue que sea incólume: caigo ante aquellos que son capaces de hablar como si todo estuviera bien y no logran admitir su falibilidad. Pienso en esos necios a los que Sócrates interrogaba. No admitir la ignorancia -y realmente todo ese tema- parece una trivialidad pero no lo es. Pienso que un asunto semejante es el no aceptar la falibilidad: creer que podemos inferir cualquier tipo de cosas , que nuestra carrera es la piedra filosofal, que un gusto es el motor de la vida -en sentido objetivo- y que lo que siento es tan importante: más importante que escuchar razones y argumentos lógicos. Todos los rasgos que mencioné son contingentes: una inferencia depende de probabilidad; la carrera es un asunto trivial; los gustos son de por sí variables; y las emociones/pasiones ni siquiera son susceptibles de valor veritativo. 
 Es muy graciosa esa gente -incluso su intención sea 'justa' o de 'buena voluntad'- que habla siempre desde algo tan poco interesante como lo son los sentimientos o emociones: su lenguaje queda reducido a lo que los animales también hacen. Con esto no indico que seamos superiores a los animales, sólo señalo que si aceptamos una diferencia entre animales humanos y animales, cuando sólo estamos sintiendo y así dirigimos todo nuestro discurso, somos animales con un acervo de lenguaje quizá poco amplio frente al de los animales: nos olvidamos de las razones y que las pasiones nos hacen ser estúpidos en distintas ocasiones: especialmente cuando se trata de disgustos. 
 Mientras tanto, mi duda -ya luego de superar el gusto por las miradas que sólo me indican lo cruel que alguien la ha pasado (lo cual también me llega a divertir)- se desvía -quizá no tanto, pero no contaré ahora las conexiones pertinentes- y plantea: ¿acaso no hay estudios ridículos? ¿Acaso no algunos 'profesionistas' confunden un estudio con caridad? ¿Por qué no mejor se van a ayudar como su corazón -porque al final la teoría vale madre para algunos- les dice y dejan en paz recintos que realmente sí pretenden buscar respuestas e investigaciones interesantes? Este lloriqueo se vuelve más académico y pedante, como suelen ser las cosas. Pero la duda queda: ¿desde cuando medio saber una teoría, escuchar y medio orientar se volvió una cosa digna de ser estudiada? La religión también cura ciertos tipos de males -como ayuda a la autoestima y distintos miedos se sabe que funciona-, y un sacerdote no dice menos mentiras que pupilos de pseudociencias, donde la pseudociencia no es problema: sino sus pupilos que creen saberse los curanderos del alma. 

M. Téllez.

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