sábado, 29 de octubre de 2016

Prostitución de las palabras

De entre las múltiples cosas por las que puedo lloriquear, pero que la causa de tal cosa radique en una molestia, se encuentra la prostitución de las palabras.
Entiendo por 'prostitución de las palabras' cuando una palabra es usada de cualquier manera, en diversos contextos, tomada a la ligera, que si alguna vez significó o quiso hacer referencia a algo, ya perdió tal cosa. El hecho de que use esa expresión no tiene nada que ver con las prostitutas: más vale acotar, no faltan los llorones o defensores de cualquier tipo de causa.
Un ejemplo de la prostitución de palabras, que es ahora muy extendido por muchos jóvenes, es la crítica hacia contemporáneos de menor edad: decir 'te amo' a los 13 ó 10 años les parece absurdo. Así 'te amo' es una prostitución que significa -según algunos- algo muy profundo y serio. Otros ejemplos, que me gustan más, son las palabras 'reflexión' y 'aprendizaje'. Parece que la gente dice 'reflexión' para implicar -necesariamente- un pensamiento que nos ponga sensibles o para darnos cuenta de algún error. O a veces usan 'reflexión' para querer decir algo más crítico, cuando realmente podríamos decir llanamente: criticar. Y entenderíamos -o se entiende- que no hablamos de críticas ordinarias, sino interesantes. 
El caso de 'aprendizaje' es extendido en diversas carreras, pero mi experiencia sólo me alcanza para señalar a algunos practicantes de psicología que hablan de 'aprendizaje' para todo: si sientes algo, es aprendizaje; si te das cuenta de algo, es aprendizaje; si participas, es aprendizaje. Pienso que el 'aprendizaje' es algo más complejo que un mero darme cuenta de algo, o de un 'experimenté' tal cosa y en este momento digo tal juicio -que evidentemente puede cambiar en una semana-. Que quede asentado que no es pedantería, sino que si vamos a dar un discurso o soltar frases de cereal, al menos que sean claras y no vagas ni ambiguas.
Pero la prostitución de palabras por la que quiero expresar un lloriqueo derivado de molestia viene a colación por la palabra 'amigos'. No me interesa si mis razones son conservadoras, si el asunto es muy trivial o algo semejante: llanamente quiero exponer mi lloriqueo, así como muchos publican estados de facebook que no aportan nada interesante.
Veo que algunos publican fotos y les parece sencillo decir cosas como: "un amigo que conocí apenas"; "un amigo que en poco tiempo me cambió la vida"; "amigos que me hacen los días mejores". Soy incapaz de dar un periodo de tiempo estimado para decir: x es un amigo, esto porque caería en una especie de vaguedad, pero creo que estamos de acuerdo en paradigmas de amigos: aquellos que ya en unos 5 años conocemos, y que nos han visto en distintas condiciones y escenarios. Así las cosas, alguien con quien sonríes en tus clases -por un semestre (de esos semestres que no son de 6 meses)- o con quienes ves en pocas ocasiones sólo para reír, no caben en tal conjunto.
La causa de la molestia, como cualquier lloriqueo, tiene una razón extraña: ¿por qué insistimos tanto en llamar de determinada manera a quienes sólo son compañeros y de hecho nos hacen pasarla bien? ¿Por qué llamamos 'amigos' a quienes se les critica a espaldas suyas, no coincidimos con ellos -y también se dice a sus espaldas-, a quienes ya en una ocasión mostraron actitudes despreciables con nosotros y hoy día siguen teniendo actitudes extrañas? ¿Por qué darles un 'lugar' en el espacio de nuestro lenguaje, y más aún, uno que implica cosas interesantes como lo implica la palabra 'amigos'? 
No es mi intención dar respuestas, sino exponer el asunto. Pienso que hacer tal cosa no tiene sentido, y no veo una respuesta sensata y más o menos entendible para justificar esas acciones que, seguramente, son triviales y todo el mundo lo hace. A lo mejor por eso es que tanto me inquieta: el común de la gente hace cosas tan jodidas que, como los demás las realizan, se vuelve ordinario y no hay algo que deba asustarnos, como gente ordinaria que somos. Ordinarios. 

M. Téllez.

domingo, 23 de octubre de 2016

Metro

Ella tenía el cabello castaño, muy fino y largo. Su piel, blanca y amarilla a la vez, estaba rematada por un tatuaje oblongo. Sus ojos eran grandes y rasgados, exagerados con una gruesa línea negra sobre los párpados.

Una amplia boca entreabierta. Flaca, chaparra. Seguía viéndose pequeña a pesar de las botas de plataforma. La nariz espantosa, prominente.

La deseé cuando la vi dormida. Parecía una niña o una estúpida, un tanto de ambas cosas, como todo mundo cuando va cabeceando en el metro. Me gustaron sus orejas pequeñas, con un piercing en el lóbulo.

Cuando se levantó pude ver sus piernas delgadas como hilachos. Se fue, bonita y encorvada, mientras en el otro carril un tipo bailaba tap más allá de la línea amarilla.

Valencia

La filosofía en la formación educativa

El pasado viernes 21 de octubre del 2016 -si no estoy errado- en el Canal del Congreso transmitieron una sesión donde se enunciaron iniciativas frente al proyecto de Constitución que M.A Mancera planteó para la CDMX. Quiero comentar, asi como plantear dudas -y entre las dudas algunas críticas- a la iniciativa que mencionó la Diputada Constituyente del PRD, Elena Chávez González. 
La Dip. Elena Chávez González mencionó la importancia de tomar en cuenta los derechos de los animales, por lo que -según su iniciativa enunciada- hay que defender a los animales y esta preocupación debe estar en la Constitución de la CDMX. No voy a discutir acerca de esa propuesta, ya que me parece éticamente correcta -ya luego nos pondremos a pensar a qué animales sí y a qué otros no y por qué-. Lo que me gustaría criticar -y debe entenderse que hablo de 'criticar' en el mejor de los sentidos (es una lástima que la gente sólo conozca las críticas con carga negativa y no aquellas que fomentan fortalecer nuestras premisas o, bien, re-evaluarlas)- es la razón por la que según la Dip. los animales son importantes: habló de grados de conciencia. 
Es sabido que en las discusiones acerca de deliberar si tenemos deberes hacia los animales o no, siempre relucen dos criterios: 1) porque sienten o 2) porque razonan -o bien, alguna idea que implique el tener pensamientos, conciencia, etc.-. Hoy día, en las discusiones de ética, la idea de defender la 'razón' -o, insisto, cualquier otra facultad relacionada con la capacidad de hacer juicios, proponerse fines, etc.- es ampliamente rechazada: incluso hay humanos que no poseen esa capacidad o es limitada: humanos en estado vegetativo, enfermos mentales o con algún síndrome que les afecta tal facultad. Si obedecemos de manera precisa nuestra defensa de la razón como criterio para establecer deberes, nosotros no tendríamos deberes hacia esas personas. 
Hablar de grados de conciencia en animales es problemático: establecer 'x' grado será vago. Además de que, bien podemos pensar en algún animal que esté privado -por alguna circunstancia- de la conciencia pero que aún dé signos de manifestar dolor -habrá que cuestionarnos si debemos causar dolor aunque alguien no tenga conciencia de sí mismo-. En fin, lo anterior es para que cualquiera -en este caso, una diputada- tenga precaución con lo que sostiene respecto a asuntos que son problemáticos: se comprende la razón de incluir a animales, pero no podemos ir defendiendo ideas sin buenos argumentos, porque entonces la necedad y el fundamentalismo nos están guiñando el ojo.
Ahora bien, otra cosa que mencionó la Dip. Elena Chávez González, y que -según entendí- vinculó con el asunto de la defensa de los animales, es que se impartan clases de filosofía en la formación académica de estudiantes en la educación pública. El vínculo entre defensa de derechos de animales y filosofía es por la causa -de nuevo, según entendí- de que ésta apoya para sensibilizarnos en estos asuntos, además de que también se pretende ser más razonables con nuestros mismos derechos. Si tal vínculo entre los derechos -especialmente los de los animales- y la filosofía no fue así, me disculpo de antemano por haber comprendido erróneamente. Lo anterior no es factor relevante para no cuestionar esta propuesta: que implica la enseñanza de contenidos filosóficos.
Mis dudas son genuinas y ponen también acento en que si bien las humanidades son importantes, no por ser humanidades -sólo por llevar ese nombre- implícitamente son una especie de 'conocimiento salvador' o algo semejante. Mi primer duda es: ¿a qué nivel -o niveles- se aplicará el criterio de enseñar filosofía? ¿Cuáles serán los criterios para evaluar que alguien es candidato para enseñar filosofía a menores de 12 años -si es que se dice que desde primaria debe iniciar este conocimiento-? Lo anterior es una duda genuina por lo siguiente: en la academia hay tantos amantes de filósofos como Hegel, Heidegger, Foucault, Deleuze, Marx, San Agustín, Platón, que si bien forman parte de contenidos filosóficos, dudo que sean razonables para niños. 
La segunda cuestión es: ¿qué tipos de contenidos se pretenden enseñar? O poniendo la cuestión un tanto más dura -y que seguro pondrá tensos a muchos-: ¿qué tipo de filosofía se enseñaría? De nuevo, aquí la cuestión es genuina por dos razones: 1) el área en el que alguien es especialista y 2) la manera de trabajar en filosofía. El asunto de 1) es el siguiente: hay muchos candidatos especialistas en estética, metafísica, ontología, fenomenología, ética, filosofía política, etc. Hay cuestiones de determinadas áreas que resulta difícil ver en qué podría ayudar a sensibilizar al estudiante: preguntarnos por "¿Qué es el ser?" No parece ser razonable. 
Hablar de términos extraños tampoco parece ser razonable para enseñarse a niños o jóvenes de secundaria. Este último asunto es el que implica 2) dicho líneas arriba: hay un tipo de filosofía que pretende más claridad que otra. Con esto no quiero excluir ni quitar importancia al estudio que muchos hacen en diversos problemas filosóficos: conocidos como 'continentales'; otro estudio es el conocido como 'analítico', el cual es el que predica el asunto de la claridad. 
Ahora bien, con esto no quiero reducir el amplio campo de la filosofía, ya que hay estudios muy fructíferos como el ético o filosófico político que pueden echar luz a los asuntos que implican la vida en sociedad, el trato hacia los demás, etc. La duda apunta -como espero que quede claro- a que, luego de preguntarnos qué se quiere enseñar, pensemos en que existe una diversidad de estudios -en los cuales hay muchos especialistas- y que parecen no ser razonables para los estudiantes: que algo nos ponga a pensar mucho, no se sigue que sea vital o importante para creer que sensibiliza. Con esto también quiero llamar la atención a quienes se dedican a la filosofía: si el estudio que se hace es muy abstracto, no se sigue que la persona que lo analice se vuelva virtuosa, así como leer no te hace razonable. 
Hasta aquí mis críticas. Para terminar, resalto la importancia que sus propuestas tienen -según mi juicio, y seguramente el de otros-, Diputada Elena Chávez González, ahora queda sólo refinarlas: del hecho de que un estudio sea de 'humanidades', no se sigue que logre implícitamente formar personas virtuosas -o al menos provocar dudas que se vinculen con el propósito que usted quiere-; para ello, habrá que implementar un análisis de qué áreas se necesitan.

M. Téllez. 

miércoles, 19 de octubre de 2016

7 vidas

En algún escrito defendí la idea de que la vida humana no tiene valor por sí misma. Lo anterior es para criticar argumentos muy extendidos y aceptados como 'la santidad de la vida' o, en su versión sin carga religiosa, 'lo valiosa que es la vida'. No voy a reconstruir los argumentos que di ni nada por el estilo: ahora quiero criticar una idea que surge de la pregunta "¿Tiene algún sentido la vida?". Pienso que tienen alguna relación conceptual tanto el asunto del valor de la vida como el sentido de la misma. La intuición -respecto a tal relación conceptual- es que parece que nuestros argumentos en favor de el valor de la vida -o si es valiosa-, depende de darle sentido a ésta -es decir, señalar algo trivial como "Es valiosa para mí porque el sentido que le doy es..."-. Lo que criticaré es que aún afirmando que tenga sentido la vida -humana-, parece que apelamos a una razón tanto contingente como débil.
 ¿Tiene sentido la vida humana? Respondamos que sí. Imaginemos que el sentido de la vida es 'x'. Pienso que no hay ningún problema al no tener en cuenta una razón específica de sentido de la vida y por ello asumo que se puede sustituir 'x' por cualquier razón -biológica, mística, etc.-. Parece que si tiene sentido la vida, entonces merece la pena vivir. Se sigue que si no merece la pena vivir, entonces la vida no tiene sentido -o se perdió por alguna circunstancia tal sentido (si es que se puede perder tal sentido {esa duda no la tomaré en cuenta})-. 
 Imaginemos, ahora, que tenemos 7 vidas. Según lo que hemos dicho, la vida tiene sentido, así que esas 7 vidas tendrían sentido -siendo todo lo demás igual-. La pregunta que surge es: ¿aceptaríamos vivir 7 vidas? Me detengo a desarrollar todo este punto, que es la crítica central que busco hacer.
 Parece que al afirmar un sentido de la vida -ya dijimos que el que sea-, aceptamos todo lo que implica: nuestra historia, el contexto, nuestros talentos, miedos, sueños, en una sola palabra, todo lo que pueda haber en una vida. Dado que aceptamos todo ese entramado, parece que si tenemos 7 vidas, entonces aceptaríamos seguir viviendo 6 veces más siendo los mismos: si no lo aceptamos, por tanto nos disgusta algo de todo el entramado que se dijo líneas arriba. 
 Así las cosas, ¿viviríamos 6 vidas más además de esta? La respuesta es complicada, y por ello es que el sentido de la vida parece ser débil: parece que se pregona sólo tomando en cuenta -y muy en serio- que sólo tenemos una vida. Pero, ¿acaso el hecho de tener sólo una vida es condición suficiente para responder apresudaramente que la vida sí tiene sentido, y luego de un breve examen darnos cuenta que quizá es la presión la que nos orilla a responder que sí? Si así son las cosas, entonces el sentido de la vida no es objetivo ni serio: es maleable por las circunstancias y, por tanto, parece que no estaríamos en problemas si dijéramos que 1) no tiene sentido o, bien, 2) que el hecho de que pueda tenerlo, no se sigue que sea algo inamovible a tal grado de que debamos vivir 7 o 17 vidas más. 
 No estoy a favor de 1) ni de 2), sólo sugiero que son posibles respuestas que pueden surgir luego de tomar en cuenta la crítica que se expone. De lo que sí estoy a favor, es que deberíamos dejarnos de frases de cereal y entender que frases motivacionales no sirven de nada serio: podemos tener posters e imágenes que a lo mejor nos produzcan esperanza, pero no se sigue que eso sea el remedio o el sentido para seguir viviendo. Lo que se pueda decir acerca de una 'vida buena', dará por hecho un sentido que bien podemos criticar, y esto no es trivial: si realmente comprendemos las cosas, entonces sabremos que vivir o morir no es una decisión atroz como muchos legos lo siguen creyendo.

M. Téllez.

lunes, 17 de octubre de 2016

Piedra filosofal: lo que estudio

Hay muchos jóvenes universitarios que creen que el objeto que estudian –gracias a la carrera que hayan elegido- es la piedra filosofal de lo que conocen -y eso que conocen, suponen es lo más importante-. Seré más detallado con lo que acabo de enunciar, y luego criticaré esa actitud, que aunque es muy trivial y tal vez no merezca tanta atención ni tinta derramada, quizá no sea un asunto tan inútil como parece.
Hablo del conjunto conformado por ‘jóvenes universitarios’ por lo siguiente: son quienes ya estudian y abarcan un espectro de determinados problemas que surgen del objeto de estudio de su carrera. No excluyo necesariamente a jóvenes de bachillerato, ya que pueden estar interesados en algunos problemas ya desde su bachillerato, sin embargo, por comodidad, hablar de un universitario implica hablar de la carrera ‘x’, o las carreras ‘x’ y ‘z’. También imaginemos que el universitario ‘a’ está seguro de su carrera: igual por comodidad a lo que diré líneas abajo.
Creer que ‘x’ carrera es la piedra filosofal implica una actitud pedante. Aunque hay que señalar que también puede implicar un impulso positivo para que el universitario se esfuerce más en su área. Lo que voy a criticar es la actitud pedante: cualquiera puede tener las creencias que quiera con tal de ser productivo en su área. 
Creer que ‘x’ es la piedra filosofal por lo que estudio resulta pedante a causa de: 1) creer que hay carreras inferiores, 2) creer que determinada carrera ayuda a comprender ciertos fenómenos en comparación a otras que no ayudan e 3) incluso creer que ‘x’ da más dinero que otra –lo cual supone una atención primordial en el dinero-. 
No voy a hablar del asunto del dinero planteado en 3). Respecto a 1), parece que es una consecuencia posible de tomarse en serio 2): sin embargo, es claro que ninguna rama de lo que podamos llamar ‘conocimiento’ puede abarcar todo fenómeno posible, así que tomarse en serio 2) implica no tomarse en serio más o menos –siendo sensatos- todo lo que nos rodea y que intentamos comprender –llamaré a esto la idea del ‘mayor conocimiento posible’. 
Lo anterior es la razón que considero más razonable para no ser pedante: la idea del ‘mayor conocimiento posible’. Ahora bien, parece que una intuición –más interesante, tal vez- es que la creencia de que ‘x’ es piedra filosofal en comparación con ‘z’ es porque ‘x’ resuelve mayores casos y ocupa un razonamiento más abstracto y complejo: distinto de ‘z’, que puede estar influido por cuestiones contingentes y que no es capaz de resolver asuntos ex ante: como pueden ser la psicología, sociología, etc. Llamemos a esto ‘diferencia conceptual’. Situados en la diferencia conceptual, si nos preguntan algo como: ¿no estás de acuerdo que es mejor algo que te ayuda a resolver más casos, que se trata de razonamientos precisos, coherentes y complejos, en relación con un estudio que “a lo mejor” te da una respuesta –una de tantas que hay en ese estudio-, que trata con objetos contingentes y que puedes intuir proposiciones poco precisas y no coherentes en lo que dicen sus exponentes? Podríamos responder afirmativamente: estamos a favor de estudios que nos ayuden con precisión, coherencia, etc. Ya en este punto, ahora imaginemos que alguien que trabaja con estudios contingentes –como los psicólogos, por ejemplo- atiende a su piedra filosofal y es pedante: ignora la diferencia conceptual, además de que va contra lo que acabamos de afirmar: que es mejor cierto tipo de estudios que otros. 
Con lo expuesto no quiero decir que estoy a favor de cierto mirar por debajo de los hombros por trabajar con cuestiones abstractas que con asuntos contingentes: de hecho me interesa más señalar que si la cuestión de la pedantería es de por sí una muestra de ignorancia del mayor conocimiento posible, la pedantería parece ser más ridícula cuando alguien de determinadas áreas –como de estudios contingentes- se pone el traje de la pedantería: no se da cuenta de las fallas que tiene su estudio. 
Así las cosas, hay una diferencia ya no sólo conceptual, sino también epistemológica: qué tantos casos o situaciones podamos conocer –y darles respuestas a los interrogantes que nos planteen tales casos- puede depender de la contingencia del estudio: así que un psicólogo que crea que su estudio –por poner un ejemplo- ayuda a entender a los humanos, está errando y no comprende que debería decir: puedo ‘conocer’ un humano en este caso. Lo anterior es distinto de cuando un lógico dice algo como: tales y tales proposiciones son susceptibles de valor veritativo –atiende a todo un conjunto de proposiciones, sin importar contingencias en el mundo-. 
Finalmente, me gustaría señalar una intuición que seguro es extendida: todos estamos capacitados para estudiar en una o más áreas, pero es obvio que no podremos cubrir un espectro tan enorme de lo que podamos llamar conocimiento. Creer que nuestra carrera es una piedra filosofal sólo porque es algo con lo que podemos vivir a diario, es ignorar tanto: y esa ignorancia sólo es consecuencia de creer en cuentos tan ridículos como creer que algo es mejor que otra cosa –hasta podríamos hablar del racismo o clasismo en áreas-.

M. Téllez.