En distintos trabajos distinguimos qué es lo que somos: guerreros, 'huevones', 'tranquis', necios, 'arwenderos', etc. Pero esto es una guerra, y quienes comprenderán las siguientes palabras son soldados. Y eso es lo que somos: soldados.
Libramos distintos enfrentamientos: mujeres, hombres ignorantes, hombres decadentes, en una sola palabra, humanos perdidos. Cualquiera podría decirnos que nosotros también estamos perdidos por ser soldados y pelear, pero precisamente ahí radica nuestra diferencia: peleamos.
La guerra, quizá más interesante, es la que se libra con el licor. Nuestros artefactos contienen líquido que es nuestra munición. Obviamente no la desperdiciamos con cualquiera, y pasa lo mismo que con un golpe que tiene que ser certero o cuando alguien se queda con una sola bala: hay que más o menos intuir en qué momento se debe emplear. Otra cosa pasa cuando tenemos municiones de sobra, ahí también radica el nivel del soldado, pero esa discusión es una tontada.
Les decía de la guerra. Pues sí, una vez que se entra en el campo de batalla, no podemos rendirnos, a menos que realmente el cuerpo lo demande y la batalla no sea tan crucial. De hecho, parece que aún no tenemos batallas cruciales, sólo son enfrentamientos para ganar terreno, que ni siquiera sabemos si tiene sentido ganar, pero que nosotros creemos que igual y sí. Una mamada.
Ahora, no he de negar que la pólvora de nuestras armas me ha hecho daño, y no necesariamente físico ni mental, es otro tipo de daño. Ni siquiera sé si sea daño. Sólo sé que parece que poco a poco, el estar peleando cada vez más, no sólo usando armas, sino de plano el estar en los enfrentamientos que ya conté, causa desapego de los que no son soldados: parece que tienen miedo a la violencia, cuando de hecho, hoy día, eso es lo que más o menos gobierna.
Si te hablo con un arma en la mano, es porque tengo confianza contigo. Si te invito a disparar conmigo, a iniciar otra batalla en otras tierras para querer gobernar, entonces eres ya compañero de viaje.
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