Cuento I
Me senté en la
silla que estaba olvidada en el rincón de la casa abandonada, entre las
penumbras, alejada del amor, hice que la silla existiera nuevamente, todos la
habían olvidado ya... ¡Pobre de ella!, tal vez la silla era yo transformado porque
a veces también me olvidan. Estábamos destinados a encontrarnos y a unirnos, la
encontré y me senté sobre esa café y nada cómoda, por cierto.
Hacía frío en esa
habitación, un frío penetrante y desolador, de ese que cala los huesos, que hace
que tiembles y que tus dientes choquen los unos con los otros por no poder
controlar la mandíbula, ese frío sin límites. Sólo temblaba, a veces
frotaba mis manos en el afán de conservar calor, de seguir viviendo (si es que
a esto se le puede llamar vivir).
Sentado porque ya
me hastía caminar pues siempre termino siguiendo gente, con un suéter delgado
que encontré días antes en el basurero, los pantalones que llevo puestos hace
no sé cuántos años, desde ese día en que me embriagué en la cantina, cuando no
sé cómo perdí las riendas de mi vida y preferí dejar todo para permanecer así,
perdido, distante, hundido en mí,
oliendo a licor barato con riesgo a perder la vista. Lo elegí. Siempre
elegimos.
Alcé la mirada al
techo que ya permitía la filtración de agua, habían unas goteras, olía a
humedad, a lo lejos corrían las ratas, escuchaba sus ruidos de roedor, sus
ruidos de inconformidad. Les pedí perdón por no seguirlas pero estaba esperando
no sé qué sentado, esperaba como siempre lo hago, siempre espero pero nunca
actúo, me da miedo hacerlo. Espero que otros lleguen y hagan algo por mí.
Luego, recorrí todas las esquinas elevadas de ese cuarto, sobre mí hallé una
mariposa negra –dicen que anuncian la muerte- y no me dio miedo, tal vez ella
era la que me esperaba y no yo a ella. Nadie me ha dicho que no puedo, nadie me
ha puesto cadenas. Soy mi jaula.
Cerré los ojos,
temí abrirlos de nuevo, descubrir que seguía ahí, que eso era mi realidad y no
era un sueño. Había basura por doquier, unos restos de muebles que el tiempo
había lastimado como siempre lo hace, entraba luz por la ventana que aún
conservaba un pedazo de vidrio, al filtrarse por ahí y acceder a la vivienda
adquiría una pesadez increíble. La veía, no me irradiaba, esperaba que
oscureciera, cerré los ojos y fingí dormir, escuchaba voces, probablemente era
la esquizofrenia reprimida o la conciencia que hablaba rápido y bajo por temor
a mí.
Lo logré, cuando
los abrí de nuevo era de noche busqué desesperadamente la botella que me
dieron casi regalada, la que saciaba mis ansias, que controlaba mis dolores,
que me daba fuerza. Vivía para ella y por ella, consagrado a ella. Bebí unos
tragos pequeños pues estaba a punto de acabarse, era lo único que poseía
entonces y pronto se iría como todo. La tapé y la guardé en el bolso del
pantalón sucio y roto.
Dejó de importarme
tener o no abiertos los ojos pues no percibía nada, sólo ausencia de color me
rodeaba. No había problema ya, pensaba en mí como siempre lo hice, en mi
miseria, mis uñas con hongos, mi barba y bigote largos, mi cabello enredado,
mis pocos dientes que aún habitaban en mi apestosa boca, mi lengua que sufría
tanto ahí, aguantando la saliva que corría por ella. Pensaba, luego no sé, caí
en el silencio, era lo único que podía hacer. No me moví de la silla por horas
y horas, aún sigo sobre ella…
Amanece lento, no
puedo disfrutar ya ese espectáculo que la naturaleza regala diariamente pues he
perdido toda emoción y sensibilidad que da la capacidad de sorpresa, miserable
soy, lo sé. La luz de nuevo, las ratas que nunca dejaron de manifestar que
estaban ahí, temiéndome, quiero creer pues necesito sentirme superior a alguien: sigo siendo humano –un miserable humano-. O tal vez planeaban dejarme ahí, sin
molestarme para que cuando me muriera se comieran mi carne. No sé, nada sé.
Me pierdo en una de
las paredes, parece que alguien dibujó un rostro y que me observa, lo ignoro. Ahora
dirijo mi vista al montón de basura y encuentro unos pedazos de cartón, logran
capturar mi atención y comienzo a soñar como hace mucho no lo hacía, imaginar:
renacer por dentro. Me levanté por fin del asiento, fui hacia los trozos sucios
pero amplios, un poco humedecidos y roídos, comencé a romperlos con mis manos
dándoles alguna forma, me diseñé unas alas de cartón. Quería volar más que nada
en el mundo, el miedo se me olvidó.
Las coloqué en mis
brazos, salí de la casa corriendo. Cercano estaba edificado un puente, me
dirigí a él, llegué, me paré en el borde, me impulsé con un pie, extendí mis
brazos intentando llegar al sol. Vuelo como una pluma, sonrío como antes, más
que antes. Llego alto, muy alto, esta sensación es hermosa, libre, valiente por
lo menos una vez. Salgo de la atmósfera, huyo de mi cárcel y no paro. Me acerco
al Sol, mis alas se empiezan a incendiar, se desintegran, me quemo con
plenitud. Un vuelo en llamas. La ceniza se funde.
Ixchelt Hernández