Duerme todo lo que puedas, duerme
niño, duerme.
Estoy parado sobre un lago, los
peces se distinguen en aquella agua cristalina, de esa que dicen que ya no hay.
En mi cabeza tambaleante un nido de pájaros, ese huevo que comienza a romperse
cuando presto atención a un ganso que pasa rozando una de mis pantorrillas y
grazna tan fuerte que hace que mi corazón se espante. Estoy inmóvil, callado,
ausente. Estoy pero no me siento seguro de estar.
Estoy perdido en la neblina de mi
memoria, mis ideas se arremolinan en cada oportunidad. Estoy olvidando que debo
ignorar una de las cosas importantes que alguna vez me mencionaste, olvido
olvidar. Estoy pensando, creo yo. Estoy creando aquel escenario probablemente,
pero no me convenzo de aquel pensamiento absurdo que brota de las cavernas de
mi imaginación un tanto olvidada.
Estoy presente. Estoy ahí, con
aquella fauna irreal ante tus ojos despiertos, colorida ante los míos; de un
segundo a otro todo cambia de matiz, esos peces son amarillos como la yema del
huevo que mi madre cocina en esa cómoda rutina matutina; el pájaro que acaba de
salir de aquel cascarón es color verde, como la hierba que crece en los lugares
húmedos; el ganso ahora es rojo, como la sangre que brota de mi nariz cada que
me porto mal. El agua tornasolada me muestra destellos de brillo, cambia de
color como yo de pensamientos.
Soy entonces, como la extrañeza
brotada de algún lugar lejano, rodeado de normalidad en ese momento. Comienza a
estremecerme todo aquel colorido, y yo apagado, distante, extraviado. Mi color
es gris, mis ojos observan pero no saben que es lo que en verdad ven. Mi
sentido del tacto ahora es precario, apenas siento la frialdad de ese río de
jugo de naranja que corre entre mis piernas deformes. Mis brazos comienzan a
ser devorados por ese pajarraco inmundo traído a la vida en un afán de
conservar la especie.
No siento dolor, comienza a correr
un liquido viscoso, creo que es mi sangre, quiero creer que es eso, prefiero
pensar que aún poseo algo. Recorre mi cuerpo una repentina satisfacción. Él ha
dejado de picar y ahora solo hay agujeros en mis “extremidades” superiores.
Puedo observar el hueso desde este ángulo. La vanidad se va, ahora no existe.
Los peces ahora carnívoros hacen lo propio con los pies…
Estoy desapareciendo, abandonándome,
sin embargo sigo parado aquí, en silencio y con temor a gritar, no me vaya a
regañar papá. Me trago esas lágrimas que inundan mis inmensos ojos. Solo me
olvido de mi una vez más, me refugio en la seguridad de mi mente, por lo menos
ahí nadie puede entrar. Respiro, me callo más. Respiro, vuelvo a respirar.
Respiro. Respiro y siento nuevamente. Respiro y todo sigue igual.
Cuando los peces sacian su apetito
voraz me apresuro a ver que quedó de mí. No más ni menos de lo que he tenido
siempre, quizás jamás me percate de lo que yo era. Tal vez ni yo mismo sé que
es lo que me falta. Quito ese nido ahora vacio de mi cabeza. Ya hay nada
alrededor mío. Ya se han ido los que no dejaban que la nada viniera. Respiro y
reacciono.
Despierto y me doy cuenta que todo aquello
fue un sueño, el cual era menos nocivo que la realidad. Me observo y percibo
dolor por todas las partes que conozco de mi cuerpo, puedo decir que hasta me
duelen partes que no sabía que existían. Mi padre me ha golpeado hasta casi
matarme. Mis brazos llenos de moretones, mis piernas infestadas de quemaduras
de cigarro. Tengo miedo. Él ha despertado y se dirige hacia mí. Y me digo en
voz muy queda ¡No grites, te pegará!
Ixchelt Hernández
No hay comentarios.:
Publicar un comentario