Conócete a ti mismo.
En la dinámica social cotidiana nos cruzamos con muchas personas que nunca buscan ser engañados pero sí engañar. Aman la verdad cuando no los acusa, quieren engañar sin ser engañados pero andan por la vida ignorando que son ellos mismos los que se engañan. Entonces, odian la verdad a causa de esa otra cosa que aman como si fuese verdad.
Estas
personas creen que lo que les complace es lo verdadero sin escuchar la voz de
la razón. Se conducen cegados creyendo que lo que suponen como verdadero es en
realidad verdadero. Le dan a la opinión valor de verdad. Funden a la opinión y
al conocimiento haciendo imposible el aprendizaje y descubrimiento diario. Se
ponen algún tipo de venda en los ojos y andan como dormidos por el mundo. Me he
topado con muchos así: prepotentes, repetidores de palabras, simulacros de
intelectuales, mitómanos profesionales. Algunos utilizan su retórica para
engañar a otros, nunca comprometidos con la verdad e ignorando el daño que
provocan. Parece sencillo vivir de esta forma pero todo esto implica una conducta
irresponsable.
Cuando
conocí a Sócrates, a través de Platón, sentí un choque fuerte. A través del corpus platónico, se muestra a Sócrates
como ese ciudadano ávido de conocimiento, en búsqueda constante. El que entregó
su vida al cumplimiento de la máxima délfica: “Conócete a ti mismo.” El que
llevó a cabo el análisis interno y conoció sus alcances y limitaciones. El que
proclamó “yo sólo sé que no sé nada” o “yo sólo sé que ignoro” —frase millones
de veces repetida y ultrajada por incontables personas—. Esa frase que mueve a
cuestionamientos internos y está llena de emotividad cuando se conoce el
contexto de este ateniense visto como un héroe adelantado a su tiempo.
Sócrates sabía que no sabía y aquí es donde radica la
gran diferencia entre los demás y él. Estaba consciente de sus limitaciones:
sabiendo lo que ignoraba se sentía hambriento de conocimiento. Se
ocupó en dialogar con otros, buscando encontrar en este ejercicio, respuestas
que satisficieran la búsqueda. Así, este proceso que Sócrates desarrolló al
cuestionar a sus conciudadanos (mejor conocido como dialéctica) suponía alimentar el alma tanto del cuestionador como
del cuestionado. Esta docta ignorancia socrática o saber ignorante es el
reconocimiento de un vacío. La maravilla del vacío radica en que se puede
llenar. Para hacer posible esta toma de conciencia es necesario el uso de la
razón. Así, el hombre se conduce como tal y no como animal, desencadenando una
formación del carácter apegada siempre a la norma principal de la razón.
Una
persona que se conoce a sí misma, nunca realizará algo que vaya en contra de la
razón y seguirá las normas que ésta establezca. Así, si cada persona logra
conocerse a sí mismo, habrá una mejor dinámica social en tanto cada uno de los
individuos sabrá escuchar a la voz de la razón. Suena bien. Lo extraordinario es que no es
imposible.
Ixchelt Hernández
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