viernes, 13 de diciembre de 2013

Conócete a ti mismo.

Conócete a ti mismo.

En la dinámica social cotidiana nos cruzamos con muchas personas que nunca buscan ser engañados pero sí engañar. Aman la verdad cuando no los acusa, quieren engañar sin ser engañados pero andan por la vida ignorando que son ellos mismos los que se engañan. Entonces, odian la verdad a causa de esa otra cosa que aman como si fuese verdad.
Estas personas creen que lo que les complace es lo verdadero sin escuchar la voz de la razón. Se conducen cegados creyendo que lo que suponen como verdadero es en realidad verdadero. Le dan a la opinión valor de verdad. Funden a la opinión y al conocimiento haciendo imposible el aprendizaje y descubrimiento diario. Se ponen algún tipo de venda en los ojos y andan como dormidos por el mundo. Me he topado con muchos así: prepotentes, repetidores de palabras, simulacros de intelectuales, mitómanos profesionales. Algunos utilizan su retórica para engañar a otros, nunca comprometidos con la verdad e ignorando el daño que provocan. Parece sencillo vivir de esta forma pero todo esto implica una conducta irresponsable.
Cuando conocí a Sócrates, a través de Platón, sentí un choque fuerte. A través del corpus platónico, se muestra a Sócrates como ese ciudadano ávido de conocimiento, en búsqueda constante. El que entregó su vida al cumplimiento de la máxima délfica: “Conócete a ti mismo.” El que llevó a cabo el análisis interno y conoció sus alcances y limitaciones. El que proclamó “yo sólo sé que no sé nada” o “yo sólo sé que ignoro” —frase millones de veces repetida y ultrajada por incontables personas—. Esa frase que mueve a cuestionamientos internos y está llena de emotividad cuando se conoce el contexto de este ateniense visto como un héroe adelantado a su tiempo.
Sócrates sabía que no sabía y aquí es donde radica la gran diferencia entre los demás y él. Estaba consciente de sus limitaciones: sabiendo lo que ignoraba se sentía hambriento de conocimiento. Se ocupó en dialogar con otros, buscando encontrar en este ejercicio, respuestas que satisficieran la búsqueda. Así, este proceso que Sócrates desarrolló al cuestionar a sus conciudadanos (mejor conocido como dialéctica) suponía alimentar el alma tanto del cuestionador como del cuestionado. Esta docta ignorancia socrática o saber ignorante es el reconocimiento de un vacío. La maravilla del vacío radica en que se puede llenar. Para hacer posible esta toma de conciencia es necesario el uso de la razón. Así, el hombre se conduce como tal y no como animal, desencadenando una formación del carácter apegada siempre a la norma principal de la razón.

Una persona que se conoce a sí misma, nunca realizará algo que vaya en contra de la razón y seguirá las normas que ésta establezca. Así, si cada persona logra conocerse a sí mismo, habrá una mejor dinámica social en tanto cada uno de los individuos sabrá escuchar a la voz de la razón. Suena  bien. Lo extraordinario es que no es imposible.
Ixchelt Hernández

No hay comentarios.:

Publicar un comentario