Lucha de contrarios-complementarios
Nos miramos en el segundo
indicado, identificándonos inmediatamente, fue como una especie de
reconocimiento. Desde ese momento, mis días no han sido iguales. Parece ser que
con esa mirada, pudo penetrar en mis pensamientos con fuerza tal que ahora, al
cerrar los ojos no puedo dejar de imaginar su rostro. Me he aprendido de
memoria el sitio exacto que ocupan ojos, nariz, y boca en su rostro. Incluso puedo decir que siento
cuando una sonrisa se aproxima. La siento antes de que se muestre.
Llegó a acomodar todo, a darle
orden al caos. Es esa persona que me ha demostrado que no importa cuánto tiempo
estés con otra persona, lo que importa es demostrarle que es especial cada
segundo que estás con ella. Él y sus grandes ojos que hablan con los míos. Él
con su paso vagabundo. Él con su mano que encaja perfecto en la mía. Somos tan
diferentes es muchos aspectos, me atrevo a decir que somos diferentes en casi
todos, sin embargo, acontece en nuestra dinámica diaria esa “lucha de
contrarios” que Heráclito mencionaba. Seguramente transpolaré la teoría heraclítea
cosmogónica a una teoría amorosa forzadamente. Esos contrarios que en realidad
no son tan contrarios, sino complementarios. La lucha de contrarios no es una batalla que al momento de tener lugar,
origine destrucción sino una dinámica de complementación que da lugar a la
génesis misma.
Para el filósofo de Éfeso, la lucha de los contrarios entre sí, lejos de
ser una suerte de batalla en la unidad del Uno, le es esencial al ser mismo del
Uno, puesto que el Uno solamente puede existir en la tensión de los contrarios.
La realidad es una pero al mismo tiempo es múltiple esencialmente. Para que
exista el Uno es necesario que sea a la vez uno y múltiple, es decir que posea
“identidad en la diferencia.”[1]
Es decir que es necesario que existan estos
contrarios para dar lugar a la Unidad: la lucha de contrarios comprendida como
el proceso de la creación. En el fragmento 51, Heráclito pone en manifiesto la
necesidad de estos contrarios para dar lugar a una unidad, al referirse al arco
y la lira, plantea la conexión tal que actúa al mismo tiempo por caminos
contrarios y es mantenida si y sólo sí la tensión se mantiene equilibrada
exactamente a la otra, pues si ocurre que una de las tensiones opuestas se
fortalezca en demasía, la armonía se destruye. La lucha de
contrarios-complementarios posibilita el orden y el equilibrio. Son un
ensamble, es decir, partes que funcionan en pos de un mismo fin.
Fr. 51 (de HIPPOL., Refut., IX, 9, 2)
[Y que esto no lo saben todos ni lo reconocen, se lo reprocha de la
manera siguiente:] “No comprenden cómo lo divergente converge consigo mismo:
armonía de tensiones opuestas, como [las] del arco y la lira.”
La armonía como lucha, realizada por la
justicia, es la que irradia el orden mismo del mundo. Para Heráclito el cosmos
“siempre ha sido y será fuego eternamente viviente, que se enciende según
medidas y se apaga según medidas.” (Fr. 30) La importancia de los contrarios
para este fuego eterno es grande, ya que el fuego, para seguir existiendo
necesita pues, al haber intercambio hay una compensación mediante la cual el
fuego gana lo mismo que cedió antes. Hay energía conservada y una equivalencia
imperante en los intercambios de los contrarios.
El cambio produce cierto desorden y supone
algún grado de irracionalidad, sin embargo, ese desorden e irracionalidad se
resuelven en la unidad del propio cambio, considerándolo en conjunto. El
principio de identidad de lo que es se da precisamente en el cambio, es decir
que “lo que es” es “porque es cambio,
y no a pesar de su cambio”[2], es
decir que el cambio explica el ser.
Así, ese morir y renacer, la noche y el día,
el hombre y la mujer, la salud y la enfermedad que siento cuando lo veo, es una
lucha que se desarrolla tanto en mí como en él. Estamos dando lugar al
nacimiento de algo que aún no sé cómo nombrar pero que es común a ambos y
necesita de ambos para seguir existiendo.
Ixchelt Hernández
[1]
Copleston, Frederick, “El mensaje de Heráclito” en Historia
de la Filosofía I – Grecia y Roma, [Trad. de Juan Manuel García de la
Mora], 7ª ed., Ariel, Barcelona, 2004, p. 53.
[2] Nicol, Eduardo, “De la política a la
Filosofía como concepción del mundo – Unidad y pluralidad.” en La idea del hombre, Herder, México, 2004, 239.
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