sábado, 15 de febrero de 2014

Muerte.

La muerte es un tema que me ha preocupado desde mi infancia. A los cinco años ya era evidente mi angustia hacia ello, cuando pedía a mis padres que por favor no se murieran.
Actualmente no he sufrido muchas muertes significativas, pero cada una ha sido muy dolorosa. Es un miedo que raya lo absurdo. Existen paliativos para calmar ese miedo: bien famosa es aquella argumentación que dice que cuando estamos vivos, no nos debe preocupar la muerte porque nos es ajena y cuando estamos muertos, ya no estamos ni somos, y la nada es también sinónimo de ninguna preocupación.
Pero es precisamente el ya no ser lo que, al menos a mí, me causa terror. Por temporadas pienso en ello, llegando a tener sueños tan vívidos de la muerte de mis seres más queridos que realmente me espantan e incrementan el sentimiento de angustia hacia ello.
Quizá el cese de la propia existencia me cause angustia, pero es sobre todo la pérdida de quienes amo lo que me da más miedo. No creo en el Cielo, el Infierno, ni cosa parecida. Quizá eso es peor porque no logro concebir que quien ahora amo, con quien convivo y que es una extensión de mi felicidad y mi tristeza llegue el día en que deje de ser. Esa persona son mis padres, qué injusta es la vida al tener que quitárnoslos cuando quisiéramos vivir menos que ellos. También lo es mi hermano, mi novio, mis mejores amigos, mi familia. A todos les digo que yo me quiero morir antes, porque soy tan egoísta que sé que no podría sobrellevar una pérdida de ese calibre.
Gracias a ello entiendo la necesidad de crearnos un Paraíso, un Más Allá donde esperará lo que había en este mundo, donde además todo es mucho mejor, porque sólo nos espera lo bueno. Sin embargo, yo dejé hace tiempo el dulce consuelo de la religión católica, donde fui criada, y no podría pensar sinceramente en la amable esperanza de que los que amo existan después de la muerte.
El ser humano siempre se ha sentido contrariado por la experiencia de la muerte del Otro. También por la propia, obviamente, pero la gran mayoría no ha podido comunicar nada al respecto. Sólo las largas agonías, y la experiencia de algo como volver de un infarto pueden arrojar alguna luz al respecto. En realidad, nadie puede saber qué pasa una vez que todas las funciones corporales han cesado. Digo, yo he decidido que la idea cristiana al respecto no me satisface, pero más no puedo decir. Mas ahora que sabemos que el concepto de alma humana probablemente no sea más que un amasijo de neuronas y funciones cerebrales, quizá nuestras esperanzas sean vanas al creer que algo equivalente sobrevivirá a la muerte del cuerpo.

De cualquier forma, espero no tener que enfrentarme a una muerte más. Que algo suceda en el tiempo o que descubran cómo mantenernos incorruptibles. Sé que la muerte es lo sucesivo a la vida y viceversa, en un ciclo infinito. En lo abstracto, tiene sentido. Pero cuando nos enfrentamos a los casos concretos, no lo entendemos. Y ni Hegel y su Filosofía de la Historia ni nada me hará comprender la muerte de quien amo en su caracterización vital. Quizá cuando esté enfrentándome a ello salga de su escondite la niña cristiana y vuelva a pensar que en el Paraíso está la respuesta.

Valencia.

1 comentario:

  1. Dejar de ser es lo que asusta, el no poder ver eso que denominamos mundo sin nosotros asi como no poder vernos sin ese algo-mundo. Mi resumen de la muerte.

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