La
muerte es un tema que me ha preocupado desde mi infancia. A los cinco años ya era
evidente mi angustia hacia ello, cuando pedía a mis padres que por favor no se
murieran.
Actualmente
no he sufrido muchas muertes significativas, pero cada una ha sido muy
dolorosa. Es un miedo que raya lo absurdo. Existen paliativos para calmar ese
miedo: bien famosa es aquella argumentación que dice que cuando estamos vivos,
no nos debe preocupar la muerte porque nos es ajena y cuando estamos muertos,
ya no estamos ni somos, y la nada es también sinónimo de ninguna preocupación.
Pero
es precisamente el ya no ser lo que,
al menos a mí, me causa terror. Por temporadas pienso en ello, llegando a tener
sueños tan vívidos de la muerte de mis seres más queridos que realmente me
espantan e incrementan el sentimiento de angustia hacia ello.
Quizá
el cese de la propia existencia me cause angustia, pero es sobre todo la
pérdida de quienes amo lo que me da más miedo. No creo en el Cielo, el Infierno,
ni cosa parecida. Quizá eso es peor porque no logro concebir que quien ahora
amo, con quien convivo y que es una extensión de mi felicidad y mi tristeza
llegue el día en que deje de ser. Esa persona son mis padres, qué injusta es la
vida al tener que quitárnoslos cuando quisiéramos vivir menos que ellos.
También lo es mi hermano, mi novio, mis mejores amigos, mi familia. A todos les
digo que yo me quiero morir antes, porque soy tan egoísta que sé que no podría
sobrellevar una pérdida de ese calibre.
Gracias
a ello entiendo la necesidad de crearnos un Paraíso, un Más Allá donde esperará
lo que había en este mundo, donde además todo es mucho mejor, porque sólo nos espera
lo bueno. Sin embargo, yo dejé hace tiempo el dulce consuelo de la religión
católica, donde fui criada, y no podría pensar sinceramente en la amable
esperanza de que los que amo existan después de la muerte.
El
ser humano siempre se ha sentido contrariado por la experiencia de la muerte
del Otro. También por la propia, obviamente, pero la gran mayoría no ha podido
comunicar nada al respecto. Sólo las largas agonías, y la experiencia de algo
como volver de un infarto pueden arrojar alguna luz al respecto. En realidad,
nadie puede saber qué pasa una vez que todas las funciones corporales han
cesado. Digo, yo he decidido que la idea cristiana al respecto no me satisface,
pero más no puedo decir. Mas ahora que sabemos que el concepto de alma humana probablemente
no sea más que un amasijo de neuronas y funciones cerebrales, quizá nuestras
esperanzas sean vanas al creer que algo equivalente sobrevivirá a la muerte del
cuerpo.
De
cualquier forma, espero no tener que enfrentarme a una muerte más. Que algo
suceda en el tiempo o que descubran cómo mantenernos incorruptibles. Sé que la
muerte es lo sucesivo a la vida y viceversa, en un ciclo infinito. En lo
abstracto, tiene sentido. Pero cuando nos enfrentamos a los casos concretos, no
lo entendemos. Y ni Hegel y su Filosofía de la Historia ni nada me hará comprender
la muerte de quien amo en su caracterización vital. Quizá cuando esté enfrentándome
a ello salga de su escondite la niña cristiana y vuelva a pensar que en el
Paraíso está la respuesta.
Valencia.
Dejar de ser es lo que asusta, el no poder ver eso que denominamos mundo sin nosotros asi como no poder vernos sin ese algo-mundo. Mi resumen de la muerte.
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