La
importancia de responder esta pregunta viene con el fin de la ética, pues al
responder qué es el hombre, se hace posible establecer valores universales
fijos, es responder cuál es la manera de actuar correcta. La pregunta es una
cuestión de vida y de muerte, pues el espanto es que el hombre muere, aunque
quizás es de mayor espanto encontrar que el hombre vive, pero entonces ¿qué es
el hombre como tal? “La pregunta sigue
sin resolverse, porque nadie tiene suficiente autoridad para dar una definición
única y universal del hombre como tal, pero el problema entonces es que si no
se define este concepto, nunca podrá plasmarse en una ley.”[1]
El
hombre como hombre, es un ser que oscila entre la fragilidad y el poder, para
los griegos cretenses oscila entre Zoé (vida
infinita) y Biós (vida finita).
Cuando el hombre pregunta ¿qué es el hombre? él mismo se niega y se afirma, se
ve envuelto entre la mesura y lo orgiástico, entre lo justo y lo injusto, entre
la suavidad y la violencia, entre la vida y la muerte. “Platón rompe con el misterio orgiástico e instaura una primera
experiencia típica de la responsabilidad”[2]
ya con una carga encima llamada responsabilidad, no hay duda alguna de que ya
existe en ese mismo hombre la moral, es decir la autoconciencia de lo bueno y
lo malo.
Mientras
el hombre se pregunta todo esto, se ve acechado por “otros” hombres y protegido
por otros más, (y a veces por los mismos), lastimado y curado, liberado y
esclavizado. El hombre tiene Poder para cualquier opción y al darse cuenta de
dicho poder, ya sea en él mismo o en otro, vuelve a preguntarse ¿qué es el
hombre como tal?
Responder
la pregunta, va a determinar al hombre en su “estar-en-el mundo, en el tiempo, “presente vivo”, “mundo de vida”, el
estar-en-el-lenguaje.” El lenguaje abrirá el horizonte ante el cual la
humanidad hablante dará sentido al mundo, en el que van a sobresalir los
“otros” con los que tenemos que convivir en el lenguaje y desde el lenguaje. Se
abre una comunidad de habla, sin embargo ese horizonte se ve negado a varias
personas que no podrían entrar en dicha comunidad moral y que por lo tanto no
tendrían consideración alguna.
“Se ha definido al hombre como un ser
racional capaz de formar parte de una comunidad que además puede comunicarse
con ella a través del lenguaje, pero esto excluye a quienes no tienen esas
características de la categoría hombre, y entonces se hace un grupo aparte de
los hombres, el de los excluidos, entonces definir al hombre por el lenguaje da
como resultado que la definición sea excluyente y no universal.”[3]
El
hombre se ha empeñado en atribuirse una cualidad especial que lo distinga de
los animales, la de la razón, quizás porque “si
la razón no puede generar el poder, se debe afirmar que el poder tiene la
razón, aun si no es la mejor”[4]
y el poder parece siempre estar del
lado de “nosotros” ( los dueños del discurso) en vez del de “los otros” (donde
están los excluidos, los enmudecidos ya sea por la naturaleza o por el dolor,
la violencia o los males actuales de la sociedad)[5]. El problema no es el
hombre singular sino los hombres, pues irremediablemente están condenados a
interactuar los unos con los otros.
Kant
afirma, en la dialéctica trascendental
que el interés de la razón está contenido en tres preguntas: 1) ¿qué puedo
saber?; 2) ¿qué debo hacer? y 3) ¿qué me está permitido esperar? En el fondo,
esas tres preguntas se reducen a una, ¿qué es el hombre?[6] Cualquier respuesta será
problemática y difícilmente absoluta.
Todos, cada día nos hacemos cuando menos una de esas preguntas, especialmente
¿qué debo hacer? La cosa se complica todavía más cuando agregamos elementos
como la libertad y la dignidad, la primera es trascendental porque depende de La ley. La segunda es una idea de lo incondicional y absoluto en cada sujeto:
“como persona, es decir, como sujeto de
una razón moralmente práctica, el hombre está por encima de todo precio; en
efecto, como tal (hombre noumenal) no puede ser estimado únicamente como un
medio para los fines de otros, ni siquiera de los suyos propios, sino como un fin
en sí, es decir, que posee una dignidad (un valor absoluto) que obliga al
respeto de él mismo a todas las otras criaturas razonables, y que le permite
medirse con toda criatura e esta especie y estimarse a sí mismo en pie de
igualdad.”
En efecto, concederle
a cada individuo estas características es de lo más razonable, no obstante y
aunque no es nada desdeñable, no responden a la pregunta ¿qué es el hombre? Y
como no lo hace, no es posible plasmarlo como algo fijo, universal y fuera de
dudas. Aun así la política lo plasma en la ley (la constitucionalización de los
derechos humanos), apoyándose en un
escalón que nunca se construyó, lo que trae como consecuencia una ley sin poder, ineficaz y en muchos casos un bonito adorno de lo que llamamos Democracia.
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