Becker, E., “El eclipse
de la muerte”, FCE, México, 1977.
El texto habla sobre el heroísmo
como una manera de enfrentar la muerte y también como una manera de encarar la
vida. Es decir, de justificar la propia existencia. El autor plantea que lo que
más necesita el hombre es sentirse seguro en su estimación personal y que ésta
necesidad se manifiesta con toda naturalidad desde la niñez, es decir, un niño
que requiere creerse un objeto de enorme valor en el universo e indispensable
para la vida, sólo lo conseguirá si es reconocido como un héroe. Sin embargo,
éste deseo no abandona al niño cuando crece, sino que lo acompaña durante toda
su vida, por más que se disfrace siempre estará presente y lo estará porque la
sociedad establece un sistema de heroísmo que regula y permite desempeñar éste
papel. Según plantea el autor, la conquista de éste sentimiento de heroísmo es
el gran reto de los individuos en la actualidad.
En cuanto al origen del temor a
la muerte hay diversas posturas, el autor nos plantea por un lado, el argumento
de “la mente sana” que sostiene que el temor a la muerte no es algo natural
sino el resultado de una serie de experiencias desafortunadas durante la niñez
(recordando que es en la niñez cuando se da el proceso de balance entre el
narcisismo básico y las fuerzas del mundo que no corresponden a sus deseos).
Desde éste punto de vista, es la sociedad la que crea éste miedo para someter
al individuo. Por otro lado, el argumento de “la mente morbosa” sostiene que se
trata de un miedo natural del que nadie escapa y que a pesar de disfrazarse
está presente en el fondo de depresiones, esquizofrenias, fobias, neurosis y
tendencias suicidas. No obstante el terror a la muerte es al mismo tiempo el
mayor impulso vital que se tiene para mantener la vida, sin embargo, este
terror no puede ser siempre consciente porque no nos permitiría funcionar con
normalidad sino que tiene que ser reprimido y esto también requiere de un
esfuerzo.
Que el heroísmo surge como una
manera de encarar el terror a la muerte y que el cristianismo, entre otras
razones tuvo un gran éxito por la conquista de la muerte, es algo que el autor
no discute. Cuando la filosofía sustituye a la religión se enfrenta con el
mismo problema, la muerte y es ésta la que inspira la mayor parte de la
filosofía, pues al preguntarse por la muerte irremediablemente terminamos preguntándonos
por la vida. La muerte es la última experiencia personal e incomunicable que
tenemos en vida, es decir, es el acto con cual se cierra la vida por lo que
está directamente relacionado con el modo de vivir. Es por esto que nos vemos
forzados a buscar el cómo justificar y significar nuestra limitada existencia.
Dado que no podemos escapar a la muerte y es algo que no conocemos, es
necesario reprimir esa idea y vivir un día a la vez, mientras encontramos
respuestas que nos satisfagan.
El texto es palpablemente
vigente, de manera más relevante en esta primera etapa del siglo XXI, donde la
individualidad está en su apogeo y el relativismo toma gran fuerza, la
significación de lo que es la vida y la muerte ha entrado en una crisis donde
no se sabe bien qué es más terrible si la vida o la muerte, si es mejor “malo
por conocido o bueno por conocer”. Lo cierto es que cada vez es más difícil
reprimir la certeza de la muerte. La idea de lo efímero, lo rápido y lo finito
lleva a cuestionar la valorización de lo que hacemos con nuestra propia
finitud, lo cual por desgracia muchas veces lleva al “disfruta, goza y atáscate
mientras puedas” como lo más importante y cada vez resulta más difícil pensar
en el otro, la frase “suerte es que la flecha mate a mi compañero” está muy
presente.
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