Reminiscencia amorosa
Cuando una relación comienza, no
queremos que termine. Sucede que cada persona al encontrar otra que le
interesa, comienza a dar “lo mejor de sí” para que esa relación o interacción
no se quiebre tan fácilmente. A pesar de sabernos finitos: reconocer en el
exterior la finitud y nuestra incapacidad de acceder a la infinitud, tendemos a
esperar siempre que las relaciones humanas duren mucho tiempo. Es, tal vez, en
un afán de inmortalidad, de querer postergar la existencia.
Me refiero especialmente a las
relaciones amorosas. Aquí se nota más a simple vista la modificación de las
conductas en pos de un buen funcionamiento interpersonal. Se reconoce que la
otra persona, dueña de nuestras atenciones, algunas actitudes o rasgos que son afines a nosotros.
Se tiende a actuar de alguna forma para ser notados sólo por ella/él. Tal vez
sea que, como dice Platón en el Fedro, vemos en el amado una reminiscencia —es
claro que este postulado platónico sólo tiene validez con la inmortalidad del
alma, la cual es la base de la teoría platónica—de aquello que veíamos en la Llanura
de la Verdad (248c). El alma es
la que persigue volver a la matriz misma, al lado del Dios con quien pasó
tiempo en tal llanura y es ella la que guía al cuerpo para estar cercana a
aquello que recuerda. Platón plantea una nueva forma del amor: en este símil,
amamos en virtud del Dios que seguíamos, es decir que amamos en virtud de lo
que conocemos.
Amaremos según el estado de conciencia que traiga el alma: un alma buena
y que más Ideas haya visto, se conducirá de manera más adecuada. El amor es una
manía, que aparejada con otros recuerdos, hace que el hombre sepa o pueda
conducirse. Así, el amor ya no puede ser ciego, puesto que el alma sabe lo que
busca debido a su anterior contemplación. Debido a que el cuerpo es percibido
como el vehículo mismo, ya no será la causa de los males del hombre, sino el
alma misma será la responsable del bien o del mal que se cause. No se trata de
sólo frenar de tajo los deseos y hacer que sólo exista prudencia, sino
encontrar el punto de equilibrio para que la prudencia conduzca a los deseos y
para que estos deseos muevan a actuar al hombre adecuadamente. El cuerpo es un
vehículo de la prudencia y la pasión su agente.
Mientras el alma está en el plano terrenal, tras haber caído de su morada
en el cielo, vive dentro del cuerpo y este es su vehículo para conocer en este
plano. Así, el alma será la conductora y será ella la que tenga los recuerdos
antes vistos. Así, como antes mencioné, al ver al amado recordará al Dios que
seguía en la Llanura de la verdad y, no será un mero deseo físico sino uno más
allá de lo sensible, más bien un amor inteligible. Mientras se está aquí y tras
haber encontrado a ese “alguien” que te recuerda muchas cosas, será
comprensible que esta persona enamorada desee quedarse por siempre al lado de
su amado, pretendiendo regresar al punto de partida de su felicidad. Estar con
su amado equivale a estar con su Dios, es por esto, que pretende satisfacerlo y
halagarlo en todo momento para no perder ningún tipo de cercanía con él.
Si atendemos a la teoría erótica del Fedro, tenemos al amor como una
manía inmortal y trascendente. No es algo que acabe en este mundo sino que
comienza en el mundo suprasensible, continúa en el mundo sensible cuando un
alma tiene la suerte (no sé si sea la palabra adecuada para describir este
momento) de caer en un cuerpo y luego, al morir, continúa en el plano
suprasensible al regresar son el Dios que guía al alma. Y así ocurre en tanto
el alma siga cayendo de arriba a algún cuerpo. Seguirá recordando y deseando
permanecer cercano a su Dios o a lo más parecido a él que encuentre.
Ixchelt Hernández
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