domingo, 2 de marzo de 2014

Reminiscencia amorosa

Reminiscencia amorosa

Cuando una relación comienza, no queremos que termine. Sucede que cada persona al encontrar otra que le interesa, comienza a dar “lo mejor de sí” para que esa relación o interacción no se quiebre tan fácilmente. A pesar de sabernos finitos: reconocer en el exterior la finitud y nuestra incapacidad de acceder a la infinitud, tendemos a esperar siempre que las relaciones humanas duren mucho tiempo. Es, tal vez, en un afán de inmortalidad, de querer postergar la existencia.
Me refiero especialmente a las relaciones amorosas. Aquí se nota más a simple vista la modificación de las conductas en pos de un buen funcionamiento interpersonal. Se reconoce que la otra persona, dueña de nuestras atenciones, algunas  actitudes o rasgos que son afines a nosotros. Se tiende a actuar de alguna forma para ser notados sólo por ella/él. Tal vez sea que, como dice Platón en el Fedro, vemos en el amado una reminiscencia —es claro que este postulado platónico sólo tiene validez con la inmortalidad del alma, la cual es la base de la teoría platónica—de aquello que veíamos en la Llanura de la Verdad (248c). El alma es la que persigue volver a la matriz misma, al lado del Dios con quien pasó tiempo en tal llanura y es ella la que guía al cuerpo para estar cercana a aquello que recuerda. Platón plantea una nueva forma del amor: en este símil, amamos en virtud del Dios que seguíamos, es decir que amamos en virtud de lo que conocemos.
Amaremos según el estado de conciencia que traiga el alma: un alma buena y que más Ideas haya visto, se conducirá de manera más adecuada. El amor es una manía, que aparejada con otros recuerdos, hace que el hombre sepa o pueda conducirse. Así, el amor ya no puede ser ciego, puesto que el alma sabe lo que busca debido a su anterior contemplación. Debido a que el cuerpo es percibido como el vehículo mismo, ya no será la causa de los males del hombre, sino el alma misma será la responsable del bien o del mal que se cause. No se trata de sólo frenar de tajo los deseos y hacer que sólo exista prudencia, sino encontrar el punto de equilibrio para que la prudencia conduzca a los deseos y para que estos deseos muevan a actuar al hombre adecuadamente. El cuerpo es un vehículo de la prudencia y la pasión su agente.
Mientras el alma está en el plano terrenal, tras haber caído de su morada en el cielo, vive dentro del cuerpo y este es su vehículo para conocer en este plano. Así, el alma será la conductora y será ella la que tenga los recuerdos antes vistos. Así, como antes mencioné, al ver al amado recordará al Dios que seguía en la Llanura de la verdad y, no será un mero deseo físico sino uno más allá de lo sensible, más bien un amor inteligible. Mientras se está aquí y tras haber encontrado a ese “alguien” que te recuerda muchas cosas, será comprensible que esta persona enamorada desee quedarse por siempre al lado de su amado, pretendiendo regresar al punto de partida de su felicidad. Estar con su amado equivale a estar con su Dios, es por esto, que pretende satisfacerlo y halagarlo en todo momento para no perder ningún tipo de cercanía con él.

Si atendemos a la teoría erótica del Fedro, tenemos al amor como una manía inmortal y trascendente. No es algo que acabe en este mundo sino que comienza en el mundo suprasensible, continúa en el mundo sensible cuando un alma tiene la suerte (no sé si sea la palabra adecuada para describir este momento) de caer en un cuerpo y luego, al morir, continúa en el plano suprasensible al regresar son el Dios que guía al alma. Y así ocurre en tanto el alma siga cayendo de arriba a algún cuerpo. Seguirá recordando y deseando permanecer cercano a su Dios o a lo más parecido a él que encuentre.

Ixchelt Hernández

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