El
baño es obsceno. El retrete está iluminado como una pieza de museo, como si la
persona que se sienta sobre él fuera de un momento a otro a realizar un performance.
Mi
compañera entra a él del lado izquierdo, yo tengo mi cuarto del lado derecho. La
luz que me queda más cercana es una luz amable, cálida, distante. El cuarto de
baño es un lugar amigable. Pero mi compañera prende, seguramente, la luz que da
directamente al retrete porque le queda más cerca. Y es entonces cuando el
cuarto revela su carácter más morboso. Ven, caga aquí, que quiero verte.
La
luz es ineludible, ciertamente fue puesta ahí por algún ingeniero pretencioso.
O simplemente por un electricista incoherente.
Detrás
del retrete está una ventana. Una ventana absurda, enorme, que si llegas con
sólo la toalla enrollada alrededor de tu cuerpo y esa ventana está abierta, en
el trajín de cerrarla seguramente terminarás mostrando una chichi o los pelos
de lugares recónditos. Cabe decir que la ventana da a la calle. Este baño ha
sido hecho para mostrar.
Además,
si eres descuidado y poco te importa la decencia que raya en lo neurótico,
igual te muestras cada vez que entras. Hay edificios enfrente, altos y bajos.
El paradero del autobús. ¿Cuánta gente te ha conocido, sin que fuese lo que
querías? ¿Habrá videos tuyos en la red? ¿Tendrán muchas visitas? ¿Algún día se
los mostrarán a tu mamá?
Esa
y muchas cosas más puedes pensar de este baño rosa, femenino. Casi romántico.
Pero que en realidad guarda el malévolo propósito de darte a conocer en tus más
magras carnes.
Valencia.
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