La noche desdibuja lo que soy: masa informe disuelta, desvanecida. En el oscuro momento, los límites se desdibujan, mi carne se expande alrededor indefinidamente. Disolución.
Porque aparecer en el mundo, existir, es una coyuntura. Para movernos, necesitamos de un sesgo ideológico- forjarnos una opinión. Que es completamente intercambiable. Que depende de creencias que nos duele soltar pero que son igualmente reformulables. Arbitrariedad es el yo, es la existencia. Como dicen, es insoportablemente leve.
Vomito contradicción. El mundo existe- hay cosas dentro de él. Pero todas las teorizo por arriba o por debajo. Doxa es elegir uno u otro camino. Seguir en la terca discusión de los tiempos, pensando siempre en que la opinión contraria nos es ajena sólo por conveniencia. No darse cuenta de ello es estupidez autoimpuesta- una vez que se es consciente de la arbitrariedad, regresar a la concepción unitaria de lo que soy se percibe como un engaño. Vivir sesgado.
Rasgos de la personalidad: papel insignificante y volátil que se prende con alfileres a la vida. Me gusta esto o lo otro. Soy así o asá. Pretexto sostenido de mi historia para proyectarse en la Historia. Nuevamente, arbitrario.
Y lo arbitrario no se vive como libertad. Si lo es, es asfixiante. Es incoherente. Aferrarse aunque sea un poco a algo ya lleva consigo el signo de lo cambiante.
Conclusión: el yo es una bola de nieve en picada. El abismo es la muerte, y comenzamos a rodar desde el nacer. El tiempo va rápido, muy rápido; tanto como nosotros acumulando experiencia y traumas.
Quizá me he desviado, tengo miedo del abismo. Caeré, tarde o temprano, como todos. Ahí sí que no hay arbitrariedad.
Seguro que más de uno te dijo que no tendrás amor más grande que el de tu madre. A ti, te mentían. O lo decían sin saber tu situación. Cuando estuve contigo, supe que ese amor tú lo deseabas, pero no lo tenías. La razón: no lo sé. Ni tú lo sabías. Creo que no tendrás nunca ese amor. Ojalá me equivoque. No eran agradables esos momentos, el amor que yo te daba no era materno, no es el mismo en especie. A pesar de que te cuidaba de algún modo, de que te brindé cobijo en potencia por si llegase a ser necesario, no se comparaba. No logré entender aquella necesidad que muchos días te hacía llorar. En ocasiones ya no quería escuchar la causa de tu mal,ya la sabía y al no comprenderla me incomodaba. Te pedí silencio. Me diste silencio. No me di cuenta de la tontería que cometí. Hoy sólo sé que mis palabras no fueron las adecuadas. No sé cómo estés, si aún tienes esa necesidad y si aún careces de ese amor. Hoy estamos lejos, tal vez no de distancia, pero sí en el sentido de que -parece- que uno quiere seguir apartado del otro. No escribo para decir que quisiera estar contigo. Lo que sí me gustaría es saber de tu estado, mirarte a los ojos, escuchar los tonos de tu voz mientras me cuentas algo, observar qué tanto dura una de tus sonrisas, apreciar si buscas algo en el espacio con los ojos o si miras concretamente. Dudo que eso pase. Las últimas palabras que surgieron de nosotros no fueron las mejores ni las más deseables, al menos a mi juicio. Volví a dejar que mis palabras fueran afectadas por el coraje, tu silencio, tu brevedad y esa ignorancia mía de no saber qué te ocurre. Tal vez ya jamás te vuelva a ver. Y aquí es cuando me pregunto: ¿por qué tanta importancia? Y no lo sé. Es una perogrullada decir que es porque te quiero. Me gustaría encontrar alguna otra razón, tal vez más convincente para mí y para ti. Ojalá que algún día te tomes el tiempo de pensar en esta situación, en lo que digo, en lo que ocurrió, en lo que hiciste, en tus silencios, en mis ofensas, en tus rechazos, en todo el desastre que no pudimos contener, que no logramos jamás echarlo en cara del otro de manera razonable. Los dos nos amamos, los dos nos herimos, ambos callamos y ambos ofendimos. Tu dejas a un lado y avanzas, no hablas y volteas la mirada. Yo sigo por momentos en el camino y me detengo a pensar, hablo, escribo, canto e intento buscarte con mis ojos. Ya no te puedo ver. Quizá, ya no te veré.
Trato de rememorar aquellas palabras que emití cuando joven. A veces me cuentan lo que dije y no lo creo. No lo rememoro. Pero, como nos decía Hume, hay cuestiones que si las matizan adecuadamente, podemos rememorar. No sé si los compañeros psicólogos vean acerca de leyes de asociación de ideas; hay que darle mucho crédito a Hume. No somos espontáneos.
Alguna vez le dije a una chica que en algún momento amé: tengo problemas si me ven hablando contigo, si yo no te hablo o escribo, no me hables. En realidad ya me había cansado de ser un alma invadida. No hablé, era un chivato, no me juzguen: aún no sabía de ser razonable. Lo cumplió aquella señorita, no me escribía, no me hablaba. Me olvidé de esas palabras. pasaron 2 ó 3 meses. Se me hizo extraño que no me hablara, pero lo dejé así. Hasta que un día ella me habló. Platicamos normal. Hasta que le pregunté por qué no nos habíamos escrito antes o hablado, me contó lo que dije. Creo que ha sido lo más insensato que he dicho, a excepción -claro- de cuando uno se ve obligado a mentir para que lo dejen en paz: te mentí, nunca te quise, todo fue un juego. Déjame.
Deberíamos rememorar las palabras que hemos dicho, seguro algún discurso brillante nos ha salido. Y también una que otra patanería, sea el escenario que sea. Y una vez hecho esto, entender que no deberíamos prostituir palabras, es un enojo -de esos torpes- ver cómo la gente usa palabras con tal de que no haya silencio o con tal de lograr un fin y no necesariamente es retórica.
Sólo hay un riesgo -que creo- que podemos correr si analizamos nuestros discursos: vamos a querer silencio.
cuando trago saliva y sólo hay nudos,
grumos
de versos sin voz.
Qué soledad,
cuando los brazos caen, derrotados,
cansados,
esperando,
la piel cultivada
a deshoras de la noche.
Incauta.
Qué soledad cuando la nube,
gris,
sube,
polvorienta,
y no llora,
no moja,
quema y arrastra,
los pies
lastimados del hombre,
obrero divino
del pueblo,
llanto que alimenta.
Qué soledad cuando el mendrugo de pan
es la riña
del estómago de Dios,
pueblo que arde
y camina,
despojo de carne.
Qué soledad cuando la tierra
seca e infértil,
rechaza a Dios.
Qué soledad cuando la vagina seca se hace nombrar,
flor sin fruto,
despojo unánime de creación.
Qué soledad cuando el pene dura erecto
lo mismo que tarda un pedófilo en decir: "Amén"
Qué soledad,
cuando las personas
sólo: hablan con la boca y cogen con el sexo, ven con los ojos y sienten con la piel. Sordera arraigada.
Absurdo egoísmo vanidoso.
Qué soledad,
cuando la poesía se mide,
tela,
rígida,
tediosa, inamovible, intransmisible.
Qué soledad cuando el agua no calma
y sabe a sed, tierra y vagina seca.
Qué soledad cuando la sonrisa, cansada,
se convierte en mueca
estúpida,
mentirosa
superficial belleza.
Qué soledad cuando la noche nos descubre
y él nos cubre
intruso,
íntimo enemigo
austeridad silenciosa,
omnipresente.
Qué soledad cuando la tarde nos empuja,
a puntapiés,
el orgasmo.
Qué soledad cuando tus nalgas morenas y tibias,
suben,
bajan,
tras el vaivén desconocido.
Qué soledad cuando no estás conmigo.
Qué soledad cuando muero,
despacio
y con cuidado,
pendiente
del desgarro.
Qué soledad cuando miro tu cuerpo, y se disuelve
péndulo de suspiros,
inmaculados,
vagamundos,
como tú,
poeta de la piel nocturna
y húmeda, agresiva.
Qué soledad cuando el uni-verso,
no es verso
y sólo es prisa,
inercia,
Hace unas semanas tuve una plática con un gran amigo. Lo conozco desde secundaria, ya hace varios años. Tocamos diversos temas, cosas como la familia, lo que uno espera de sí, lo que uno quisiera en tanto que circunstancias para algún fin. Cosas así. Por tocar uno de esos temas, señaló que lee -de vez en cuando, o tal vez siempre- nuestras publicaciones aquí en FB o bien en nuestro blog. Le respondí que hace tiempo -cuando aún no me decidía en consultar con mis cómplices si abríamos página de FB- ya me había contado eso, y que mi inquietud era por qué no nos comentaba algo, ya que en diversas ocasiones cuestiona muchas cosas que digo -lo cual siempre me parece agradable, ya que uno requiere de vez en cuando que alguien nos haga dudar-. Me respondió que en diversos momentos desconoce algunos términos que uso -o que usamos aquí- y que no se siente -usaré la expresión- 'verguero' para andarnos criticando o preguntando. Su respuesta es sincera, ojalá muchos que critican sin razones entendieran algo así. Pero, incluso necesitamos al irrazonable. Luego de escuchar su respuesta, le objeté que si escribimos aquí -o al menos esa es mi postura- es para hacer públicas varias cosas que pensamos y por tanto, abrimos la puerta a la crítica, sea alguien que sepa de filosofía moral o política -que son las áreas que me gustan, aunque por ahora no he subido textos con esas temáticas, sólo están en el blog algunos- o sepa de poesía o qué sé yo, intentamos mostrar argumentos -tal vez ocultos entre tanto rodeo- que pueden ser criticados por 'conocedores' -digamos- o no 'conocedores'. Soy de las personas que entienden 'respeto' como algo distinto al dogma. Respetar ideas -ya lo dice un profesor de la FFyL, Muñoz Oliveira- es saber que se pueden discutir de manera razonable. Es absurdo -y da tristeza- que la gente diga "respeto tus ideas y tú respeta las mías". Ese tipo de palabras pertenece al conjunto de proposiciones que un partidario del relativismo cultural diría -me tomaré el tiempo de subir un texto hablando de este tema-. Pero, regresando a la respuesta de este gran amigo, después pensé: ¿y cómo nos verán las demás personas que en ocasiones nos regalan un like o hasta comparten nuestras publicaciones? ¿Por qué no nos comentan algo? ¿Tendrán el mismo sentimiento que mi amigo? ¿Estarán de acuerdo con todo lo que decimos, así sean lloriqueos nada más? No sé cuál sea la respuesta y no quisiera que a raíz de esto surgiera una especie de confesionario. Las preguntas quedan. Es cierto que aquí en FB no hemos publicado tanto como en el blog -en donde hay uno que otro comentario-, a pesar de ello, me sorprende en ocasiones el silencio de la gente. Tal vez somos afortunados al no recibir las ya famosas tormentas de arena que ocurren en FB. O tal vez no lo somos. Ojalá varios de nuestros lectores se animen de vez en cuando en objetarnos cosas o hacernas preguntas -relacionadas con lo que escribimos-. Creo -ojalá no me equivoque- que mis cómplices comparten conmigo la postura de no querer tener la razón. Y si es así, usted, lector, nos haría un gran favor en demostrar que esa creencia está errada. Claro, nosotros también podemos demostrar que no tiene razón. O tal vez no. ¿Qué importa? La vida no se va en tener razón, qué jodidos -aún más- seríamos.
Estás quedando atrás. ¿Cómo es que lo sé? Porque ya no te distingo.
Me sorprende la cantidad de pensamientos que se han ido respecto a ti. Hace tiempo buscaba -como dice una canción- 'no pensar más de un segundo en ti'. Hoy día es distinto. Muy distinto. No diré cómo es -en contenido-.
Sé que estás quedando atrás y eso no sé cómo me pone. A decir verdad, nunca tuve deseos por ti. Tal vez de joven, de chivato, a esa edad es común tener deseos -aunque no para mí-. Hoy día es distinto. Demasiado distinto. Los deseos me aburren. A menos que se trate del deseo de tener una buena bebida, tal vez ginebra o algún otro licor de hierbas. Tal vez absenta.
Me resulta sencillo conocer a la gente -y estoy seguro que todos podríamos conocernos-, somos predecibles. A ti no te pude conocer. Seguro que hay más de cinco hechos que marcaron tu vida. Digo cinco al azar, porque dudo que sean infinitos hechos; seguro se pueden contar, pero yo no quiero contar.
Las personas se aferran a otras personas. En mi caso, quisiera que las personas se alejaran. Que se vayan. Y ahora que te veo lejos, no sé qué se debe hacer, ¿me debo poner triste? ¿debo alegrarme porque consigo lo que otros no? ¿debo lloriquear? ¿debo alegrarme porque hoy no lloriqueo como los demás? No sé, y por eso me cuestiono, sólo me quedo quieto.
Tal vez quien lea esto se desconcierte. Tal vez no. O a caso pensará que es una broma o algo que yo quiero que fuese así. No es ni broma ni es algo que quiero, me pasa. A mí no me enseñaron a tenerle aprecio a los demás. Decía 'gracias' y me preguntaban: ¿por qué gracias? Dudaba unos segundos y luego respondía: así dicen los demás. Tú no eres los demás - me objetaban. Hay una diferencia entre decir algo y que esas palabras intrínsecamente tengan un sentimiento, me decían. Borra el sentimiento- me ordenaban. ¿Y cómo es eso? ¿Cómo sabe lo que siento cuando digo y que siento cuando digo? Se nota - me respondían. Les creía. Así anduve, sin tener problemas. Y cuando llegaba a sentir aprecio, recordaba aquella llamada de atención, cambiaba de actitud, alguna ficción me inventaba para no violar ese principio que me enseñaron.
Tú que te confundes, seguro eres como los demás, como a quienes yo escuchaba de niño. ¿Qué se siente estar atado? ¿Es 'bueno' o es 'malo'? También me enseñaron que los demás dicen: 'tiene su ventaja y desventaja, como todo'. ¿En serio dices eso? ¿Por qué? ¿Por qué las desventajas no son ventajas? ¿Sólo porque ya no serían desventajas? ¿Quieres la vida fácil? ¿Qué se siente?
Me sigue sorprendiendo la cantidad de pensamientos que se van. Alguna vez alguien me increpó: eres como una máquina rara, almacenas memorias pero las vas perdiendo. No son importantes - respondía. ¿Qué es importante? me preguntaban. Les invitaba un refresco o algo. Por qué me preguntan cosas así, seguro no se han visto al espejo.
Lo que me desconcierta es sorprenderme porque te quedas atrás. Y también por la cantidad de pensamientos que se van. Tal vez lograste algo conmigo. Quién sabe. Decidí hacer una excepción a aquel principio que ya conté. Me vi en la necesidad de mirar una foto en la que estamos juntos, prepararme el cóctel que tanto te gustaba, como cuando me hacías preguntas extrañas y mejor te invitaba a tomar algo. Sentí una especie de presión en el cuerpo, seguro que fue el cóctel. Miré la foto, dando un sorbo grande al cóctel, te dije gracias. Con sentimiento.
Eres ínfimo. Desde hace tiempo no me gusta que mis pláticas se centren en ti, a menos que en serio sienta la necesidad de expresar algo que me oprime donde tú seas la causa. Veo que la gente -jóvenes y mayores- te dan mucha importancia. Vas acompañado de detalles, de palabras o de acciones, porque si no te pierdes. Eso dice y cree la gente. Yo no sé, ni quiero saberlo. Te rechazo porque pienso que no eres el fin de mi vida. No eres siquiera motor. El fin de mi vida no sé cuál sea, además de morir. Y el motor, es el impulso de querer tener alguna certeza, de querer dar soluciones, de buscar más preguntas aunque tenga una certeza, de -aunque a veces sin ganas- seguir construyendo algo que también es ínfimo como tú. La diferencia es que esa construcción depende de mí, no de otra persona, no de manera directa. Te rechazo porque he llegado a creer que te vas -y tal vez regresas- con el climax del placer. Además de que -como dice una canción- no soportaría ser un alma invadida. Ese es tu lado primitivo. Aunque pienso similar con tu lado idealizado por la gente. Sí tendemos a estar con alguien por causa tuya, pero ese hecho no implica que deba ser con tus reglas. O mejor dicho, con las reglas que te impone la gente: fidelidad, compromiso, lealtad. Me parece aburido, además de estar sometido. Y sé que las filas de gente, diciendo que no, que no se trata de eso, es larga, pero también sé que esa gente está cegada; ojalá fueran en serio así de razonables y deontológicos -que se rigen siempre por principios sin importar la consecuencia- con esos principios que piensan cuando te mencionan. No son así, dudo que exista alguien así en cuestiones como esta. No sé quién te puso reglas. Y por eso te rechazo. Sin mencionar que no creo necesitarte. Después vendrás -quizás- a verme cuando esté solo y tal vez lloriqueando, la diferencia será que fue mi decisión y como yo soy causa, es cosa mía. Es distinto del lloriqueo de quien te acepta, ellos tienen que intentar olvidar, de arreglárselas para no pensar en quien los defraudó o alguna cosa así. Ellos no son la causa ahí. La solución para evitar la presión de tu lado primitivo es básica, para eso existe el autoplacer. Esa solución es como el remedio final, porque es visible que la solución -como especie de tratamiento- es hacer las cosas a las que uno se dedica. La solución de tu lado idealizado no sé cuál sea. Tal vez enfrentarte con argumentos y dejar de lado esas reglas tuyas, lo cual requiere de más esfuerzo. No sé qué me puedas aportar, eres un estado. Eres ínfimo.
He visto varias imágenes -tipo memes- referentes a la soledad. También he leído de mis amigos algunas líneas respecto a ese estado' -la soledad-. El mensaje que domina ambas cosas que he visto, es que la soledad es algo 'buena onda' -digamos- pero que luego de un tiempo nos daña, nos aprieta; desesperándonos. No estoy de acuerdo. Me doy cuenta que conforme pasa el tiempo, las personas comienzan a desdeñar las relaciones sociales. Y pienso en una particular: el noviazgo. Está de sobra decir que son minoría -quienes desdeñan-, no me importa saber qué tendencia domina, sólo quiero hacer referencia a que cada vez hay quienes prefieren estar solos o, en su defecto, sólo con amigos. Es una decisión el estar solo. No me interesa -al menos no aquí- la gente marginada. Pienso en alguien que tiene la oportunidad de estar con alguien -como novi@- pero es algo que no desea -es un cuestión en exceso trivial a comparación de la marginación-. Ahora bien, cuando desesperas por estar solo, no tener ese cariño que tu pareja -o parejas- puede brindarte -que en ocasiones es en especie distinto al de un amigo-, es porque olvidas la decisión que tomaste. Es decir, estás olvidando tu condición renovada -digamos-. ¿Por qué renovada? Porque muchos de nosotros crecimos estando con alguien y quienes están solos es probable que se la pasen de fiesta en fiesta. Realmente no me gusta escribir de estas cuestiones, porque es como intentar dar reglas del porqué la gente hace 'x' cosa o porqué se siente de 'y' manera y demás. Esa tarea me parece muy compleja y además, no me interesa. Esbozo algunas cosas -tal vez muy simples- para decirle a quienes creen que la soledad aprieta, que cometen un error. No ocurre que la soledad apriete o nos hiera de vez en cuando. Me parece más razonable decir que por momentos rememoramos una condición que decidimos abandonar. Extrañamos o bien, nos dan ganas de tener a alguien, y es ahí cuando vienen los lloriqueos. Pero la soledad no es causa de ese lloriqueo, somos nosotros, son nuestros deseos. Es nuestra debilidad, y es que olvidamos que somos humanos. Dicho lo anterior, quiero concluir que la soledad no nos lastima. Tal vez nos falta mayor determinación. Claro, para quienes ignoramos el noviazgo o alguna tendencia que nos orille a tener responsabilidades con alguien. Sé que se puede decir más, para intentar dejar claro mi punto -por si es que no lo logré-, pero en estos discursos no me gusta extenderme.
En este mundo hay cosas que perjudican el pensamiento de la
gente: el racismo, el fundamentalismo, el esoterismo, etc. Sabemos que estas
cosas carecerían de éxito, si no contaran con promoción. A varios de estos promotores se les conoce comúnmente como "charlatanes". Los ámbitos en los que uno puede ejercer la
charlatanería son varios: el político, el económico, el fraternal, etc. El tipo
de charlatán del que me ocuparé en este tema será el charlatán del crecimiento
espiritual y el pensamiento mágico. Entre esta clase de charlatanes se
encuentran personalidades tales como Charles Manson, Osho, Deepak Chopra,
Alejandro Jodorowsky, Samuel Aun Weor, etc. No es mi interés mostrar la
falsedad o el sinsentido que estos personajes predican, pues creo que sobre ese tema ya se ha dicho bastante. Mi interés es, simple y llanamente, exponer la doble función que abarca la promoción que los lleva a la fama: a) la adquisición de acólitos y b) la defensa de sus fechorías.
Iniciemos con los acólitos. Personajes como los anteriormente mencionados cuentan con una horda de seguidores que los defenderán hasta el último
aliento. A primera vista, eso podrá parecer un simple acto más de fanatismo.
Pero, lo más curioso de todo, es que ellos creen ir en dirección contraria al
fanatismo. Algunos te dirán que las religiones se ocupan de producir fanáticos,
mientras que ellos están desprovistos de dogmas y prejuicios gracias a las enseñanzas de sus
maestros. Comúnmente, esas personas pertenecen al conjunto de aquellos que se auto-denominan
“librepensadores”. ¿Entonces, qué es lo que hace que esas personas sean lo
opuesto a lo que ellos creen que son?
La respuesta no es difícil. De hecho, es más común de lo que
parece. Los personajes anteriormente mencionados han utilizado un recurso que aquí
llamaremos “apelación a la diferencia”. ¿En qué consiste dicho recurso? En
crear un personaje lo suficientemente carismático que le haga creer a la gente dos
cosas: a) que se trata de alguien cuya sabiduría e inteligencia supera, de un
modo u otro, a la del promedio y b) que se trata de alguien que usa su
inteligencia para el bien de los demás. Esto sirve para que la gente crea que
tiene ante sí una especie de doctor y guía espiritual. La admiración que este
personaje suscita en las personas suele confundirse con la visión crítica que, supuestamente,
les brinda. Cuando alguien confunde la admiración a una persona con el estímulo
"crítico" que le produce (que, supuestamente, fue lo que causó la admiración), acepta
incondicionalmente lo que ella le dice. Pero, sin el escepticismo que razonablemente se
puede tener con la postura de cada uno, la visión crítica no existe. De este
modo, los seguidores de estos personajes están aceptando un dogma sin darse
cuenta (muchas personas ignoran sus frivolidades cuando tienen algo
que les permite sentirse sabios [por supuesto, esto no es más que un producto
de la sugestión]).
Uno podría pensar que esta doble dirección en su pensamiento
no podría sostenerse por mucho tiempo. De hecho, nadie podría sostener siempre
una posición dogmática cuando tiene métodos para pensar “correctamente” y “por cuenta propia”. ¿Qué hacen esos
personajes para ganar esa clase de credibilidad? Predicar verdades y reflexiones triviales. Alguien que es “diferente” tiene que ser coherente con su personaje. Tiene que
indicar que cosas que están “mal” en las personas o en la
sociedad (palabras que, usualmente, no parecen poder discernir) para luego hacer una
evaluación genérica del problema. Generalmente,
estas reflexiones vienen en frases (de cereal) como: “En la base, te ves como tus padres te vieron. Y si no te vieron, no te
ves. Tienes que a aprender a mirarte a ti mism@.”; “La multitud te da certidumbre, seguridad, a costa de tu espíritu. Te
esclaviza. Te da unas directrices de cómo vivir: qué hacer, qué no hacer.”
o “Hemos construido un sistema que nos
persuade a gastar el dinero que no tenemos en cosas que no necesitamos para
crear impresiones que no durarán en personas que no nos importan.”.
La entrevista que Carmen Aristegui le hizo a Alejandro
Jodorowsky puede servir como ejemplo para ilustrar este punto.
Podría parecer ridículo que muchas personas sigan a
personajes que predican ideas que a ellas mismas, con media hora de reflexión, se les pudo haber ocurrido. De hecho, lo es. Pero no lo es tanto cuando se toma en
cuenta el truco que hay de por medio (muy usado, por cierto): los adornos.
Muchas personas no saben la diferencia entre un mensaje y su contenido
retórico. Lo que hace el charlatán es embellecer la forma con la que comparte “sus”
reflexiones. Eso le permite encubrir el hecho de que estas ideas pudieron
habérsele ocurrido a cualquiera, además de dar la sensación de que son más grandes y
profundas de lo que realmente son. Dicho sea de paso, eso reafirma la idea de
que el charlatán es alguien que rompe y trasciende varios esquemas establecidos.
¿Nunca se han preguntado por qué la iglesia de Anton LaVey hace tanto teatro
para decir cosas como “piensa por ti mismo” o “el fanatismo cristiano es malo”?
o ¿por qué Osho siempre hablaba como si estuviera teniendo una revelación
divina para decir lo mismo que varios adolescentes de 16 años dicen después de
ver Matrix o Batman?
¿Hay algo malo en expresar ideas que le permite a
la gente tener diez minutos de reflexión? No realmente. Pero sí está mal lucrar con el pensamiento y
las esperanzas de algunas personas con cosas que parecen ser más provechosas de lo que realmente son.
Ésta es una historia que lleva siglos repitiéndose. De hecho, en muchas ocasiones no parece ser un mal mayor. Porque, en efecto, eso no es lo peor que nos ofrecen estas historias. Lo malo viene justo después de las enseñanzas genéricas. Cuando el personaje ha ganado la suficiente fama, tiene la licencia de
crear un nuevo puñado de ideas. Estas ideas están diseñadas específicamente
para promover y estimular la ignorancia de sus seguidores. Para encubrirlo, las
hace pasar como si fueran consecuencia directa de las primeras ideas. Se sabe
que Osho, por ejemplo, usaba la idea de “vida sexual sin tabúes” para que las
mujeres de sus sectas no se negaran a sus peticiones sexuales. La reconstrucción de su argumento va más o menos de la siguiente manera: “tienes un órgano sexual. Este órgano te produce placer. Es ridículo que
quieras negarte al placer natural que éste te otorga. La negación proviene del pudor cristiano. Hay que liberarse de los
prejuicios impuestos por el pudor del cristianismo. Esos prejuicios no hacen
más que reprimir tus deseos. Por eso debes tener sexo conmigo, aunque ‘tus
prejuicios occidentales’ no quieran hacerlo. Tú no eres tus prejuicios” (léase
en tono de Gurú).
Con esto entramos a la segunda función de sus engaños: la defensa de sus fechorías. Después de todo lo anteriormente dicho, no es difícil ver como un Samuel Aun Weor siga conservando a sus acólitos después de ser expuesto como el charlatán que es. Todo lo que tiene que hacer es defender las ideas triviales que
sacó primero a la luz y dar por hecho que las ideas nocivas también fueron
defendidas. Usar la imagen de “ser-diferente”, venga en el formato que venga,
(sanador espiritual, psicomago, revolucionario, maestro, gurú, pensador social,
etc.) ayuda mucho en este proceso. Usualmente, estos personajes suelen victimizarse
comparándose con personajes genuinamente subversivos como Benedictus de Spinoza, Socrátes o Guillermo de Ockham. Su truco es hacerse pasar como un mártir de la sabiduría; como un emisario de la verdad, a quien el "sistema" quiere callar por ser demasiado peligroso. En contraste, sus seguidores suelen pintar a los infieles como como emisarios de una “sociedad opresora” que impedirá, a toda
costa, que la gente “abra los ojos a la verdad y se liberé de sus cadenas”. Si no es eso, entonces son "borregos del vulgo". Supongo que no
hay algo que convenga más para un charlatán que pintar la personalidad de sus
víctimas a su antojo.
Aunque Charles Manson no tuvo tanto éxito como otros
personajes, nótese como usa críticas al “sistema” para defender su tecnofobia,
sus creencias New Age, su arte, etc.
No me sorprendería que muchos seguidores de estos personajes me tachen de demagogo, frívolo o borrego si algún día leen esta entrada. Seguramente dirán que no entendí el verdadero mensaje de su maestro. Cosa que es muy típica de ellos. Pero reitero que siempre es sano poner en duda nuestras propias ideas. No tiene sentido llamarse librepensador, si no existe la disposición de ver con escepticismo las ideas a las que uno está suscrito. Ojalá piensen en eso.
Para la persona, quizás no razonable por excelencia, sí prudente de corazón:
He terminado los dos poemas que estaban pendientes: 'amor' y 'desamor'. Sabes que no me gusta hablar de 'amor' y menos de 'desamor'. También sabes que la única manera en que me salen las palabras referentes a ese tema es cuando me pongo a beber. Me da pereza explicar el porqué, ya te lo he contado en distintas cartas y he escrito respecto a eso en otras líneas. Terminé los poemas y ya casi se termina mi botella de Oporto. Se supone que es una bebida que va bien con el atardecer del portugués, ¿pero, qué? Yo necesitaba escribir respecto al amor. Ahora se me ocurrió una buena: el escribir esos poemas son como esos platillos que no te gustan, ¿qué mejor que estar algo ebrio para que la comida sea degustada sin problemas? y, ¿qué mejor que acompañar esa difícil empresa con música? Así trabajé para terminarlos. Pero, sé que te quedaste con la duda del contenido del poema de amor. No te lo escribiré aquí, si es que crees que eso pasará. Aún así, sigue leyendo. Tuve que mirar una foto de aquella chica, la que pienso que es el paradigma de la preocupación por verse bien. La miré fijamente -sin tocarme-, es una foto en la playa. Vi su ropa ligera -sin imaginarme cosas-, la delicadeza de sus manos, la suavidad de su piel -seguía sin imaginarme y sin tocarme-, la armonía que hay entre su rostro y su pelo, la infinidad de sus piernas. Seguía viendo. Pero no, no se me ocurría nada. Destapé la botella y un trago. Casi siempre me gusta beber al estilo de darle besos a la botella -en tanto que vinos-. Seguí mirando, y no me tocaba. Recordé unas líneas que ella escribió. Unos tragos más. Sonaba 'Habits', esa canción que te pasé. Popperita. Pensé en aquel mar, en las líneas que escribió, y di unos tragos más. Entonces la pluma empezó a caminar. Quedé satisfecho, por escribir, en ningún momento me toqué. Te cuento esto, porque es lo más fresco en mis ideas. No quiero aburrirte con Dworkin o con Hart y cuestiones de filosofía del derecho. Me ponen contento y me emociono, pero esa noche con aquella foto, la música y el Oporto, es algo que pienso vale la pena contar.
Aunque rechazo los temas que involucran cosas como el amor, hoy me siento contento por ustedes, mis amigos. En ocasiones siento que olvidan quién soy, pero me llena mucho saber que intentan ser razonables conmigo. Tú, al igual que las bebidas, le das un matiz a la vida que da un empujón para seguir con nuestros fines. Supongo que yo solo continuaría, sabes bien que no me interesa estar con alguien. Pero si te tengo, y tengo a mis otros amigos, no hay porqué despreciar esta relación. Donde no todo debe ser risa, por esa razón escribí respecto al silencio.
Por ahora tengo que irme. No estoy cansado, pero creo que son suficientes palabras por hoy. Además, quiero disfrutar esos últimos tragos que le puedo dar al oporto.
En una sociedad claramente machista como la mexicana, uno supondría que se tiene bien claro y definido lo que separa a unos de los otros. No obstante al mirar con atención resulta interesante tomarse unos momentos para repasar sobre estos límites en la masculinidad. Muy probablemente uno de los límites que separan a los hombres de los niños en la sociedad mexicana esté estrechamente ligado sin más ni menos que al sexo, más específicamente la vida sexual de los hombres. "Uno es más hombre mientras más mujeres se coja" seguramente esta declaración no les es extraña. Sin embargo reducir la masculinidad a un mero conteo de parejas sexuales implica que todo aquel que desea ser reconocido como un hombre, tenga como primordial objetivo coger y no una vez, ni con una sola pareja sino que para mantener dicho estatus debe coger mucho y con varias parejas, mientras más; mejor.
Si esto es así, todo el país, en especial las zonas marginales están repletas de hombres jóvenes y centrándonos en estas zonas (pero no de manera exclusiva) se aumenta un factor adicional, la popular práctica del sexo sin condón "pa sentir más chido" lo que por supuesto conlleva a una probable paternidad muy precoz en la que más que ver a Hombres guiando niños, vemos a niños jugando a guiar a otros niños. Mucho se puede discutir sobre el tema, pero quizás sea suficiente para buscar la raíz de la hombría en otro lado que no sea el sexo, ni merece la pena tratar de encontrarla en los autos y los músculos, estos no son ni serán nunca la raíz de la hombría.
El sexo, los autos, los músculos y demás pueden ser deseables, pero de ninguna manera son factores decisivos a la hora de hablar de Hombría, hacerlo resulta en una hombría pusilánime y personalmente de guiñapos.
Algo que escuché y que me parece más sensato es "la palabra" en el sentido de cuidar lo que se habla, puesto que emitir un juicio es comprometerse. Sin duda hay una gran diferencia entre un niño que no cumple su palabra y un adulto que tampoco lo hace, salta a la vista que tendemos a ser más indulgentes con los niños y que nos resulta desagradable y francamente desesperante tratar con alguien que no cumple sus acuerdos.
Aquí me parece pertinente hacer notar que con respecto a conseguir sexo, muchos coincidirán en que la manera más popular de hacerlo es por medio de la seducción, atribuyendo otro factor adicional a la hombría. Un hombre tiene que ser seductor. Pero curiosamente la definición de seducir es "engañar con arte y con maña", con frecuencia (si no es que siempre) engañar conlleva prometer algo que no tenemos la intención de cumplir, dar a la mentira apariencia de verdad, "inducir a alguien a tener por cierto lo que no lo es, valiéndose de palabras o de obras aparentes y fingidas". Esto chocaría abiertamente con la visión de que un Hombre es aquél que cumple su palabra si no fuera porque dejamos de lado la maña. Es el arte de la maña lo que permite ser un seductor y un Hombre de palabra al mismo tiempo, o al menos lo que permite presentarse para "efectos prácticos" como ambos.
Proveer de una definición que le de significado a la hombría es una tarea monstruosa para este pequeño artículo, pero si bien el hacer valer la palabra de uno, es un atributo que no excluye de ninguna manera a la feminidad, personalmente pienso que un Hombre (lo que sea que esto signifique) sin palabra no es más que un tipo con pito.
Existir nos viene dado y la forma de la existencia es cuerpo. El cuerpo está sexuado: nos movemos por el mundo en la forma básica de hombre o mujer. ¿Pero hay una esencia de lo masculino y lo femenino que sustente de manera irrevocable el aspecto social de lo que esto implica?
Mi respuesta la doy de antemano: no, y más aún, creer en una sustancia masculina o femenina real es el sustento de relaciones sociales inequitativas. Ya no nos es útil pensar de esa manera.
Judith Butler nos da una teoría que, a continuación, presentaré esbozada. El objetivo de tal teoría es deconstruir el sentido del género que ha posibilitado desde el machismo hasta el feminismo.
El machismo es la perpetuación de un sistema patriarcal, fundamentalmente violento. En nuestro discurso cotidiano, la mayor parte de las personas parece repudiar el machismo, ya sea porque realmente les parece aborrecible o por mero pudor.
El feminismo es la reivindicación de la mujer, un impulso (también con tintes violentos) que históricamente se justificó como el contrapeso de la masculino opresor.
Pero ambas posturas parten de algo fundamental y pocas veces puesto en crítica: existen hombres y mujeres. con características y capacidades emanadas de la masculinidad y la femineidad. Y realmente, ¿podemos afirmar que existe la igualdad de género partiendo de estos supuestos? ¿El feminismo abre posibilidades a la mujer, a la vez que perpetúa el esquema que intenta rebatir?
Pero podríamos pensar de una nueva manera: que los géneros,. el ser hombre o mujer, no son más que constructor sociales cuyo fundamento esencial está hueco-- de la fisonomía pene-vagina (y demás características corporales) no se sigue una sustancialidad.
Pensemos en nuestras propias conductas. Yo soy mujer e intento ser femenina en alguna medida. Uso brassieres, me gusta mi cabello larguito; en ocasiones me pongo blusas coquetas o hasta vestido. ¿esas conductas me son dictadas por la consciencia de lo femenino o por la presencia de mi vagina, mis pechos, caderas y demás?
Quizá hay un intermediario entre mi conducta y aquello que hago para corresponder con lo femenino (cuando me porto masculina, me siento con las piernas abiertas, digo groserías, me pongo ruda, la gente me ve feo. Yo me veo feo. No estoy actuando conforme a mi género).
¿Y cómo conozco eso- lo que me es propio como mujer y aquello que no me corresponde? Siguiendo a Butler, es a través de lo social y, fundamentalmente, en el lenguaje.
Como alguien dijo, lo primero que nos determina en el mundo social es un acto lingüístico (casi siempre por parte del obstetra): "es un niño" o "es una niña". Cuarto azul o cuarto rosa, cobijitas acorde al sexo del bebé. Balones o muñecas en Día de Reyes.
A simple vista nos parecen actos inocentes, naturales. Nenes con cochecitos y nenas con juegos de té. Pero en cada acto social-lingüístico de género reside una historia, un porqué: es el acto de perpetuación de un esquema.
Dicho esquema ha sido útil a la humanidad, como todos los esquemas que hacemos. Tienen un fin de supervivencia. Mas creo que ha llegado el momento de trastocarlo, puesto que ha perpetuado la violencia hacia el género,específicamente a las mujeres, una violencia que se alberga en la misma familia.
Quizá si levantamos el velo de lo que consideramos como hombre y mujer nos demos cuenta de las inconsistencias, de la fragilidad de esas nociones y tal vez no seamos tan severos la próxima vez que una chica tenga una novio o un hombre guste de maquillarse.
Porque todos tratamos de encajar (yo estoy escribiendo acerca de la falta de sustancialidad en el género y que es una suerte de ilusión emanada de un proceso social mientras tengo los ojos delineados y calzones coquetos). Y todos somos violentos cuando alguien rompe las reglas. Quizá, dándole vueltas a este asunto, podamos medir nuestras palabras y actos cuando pensamos acerca del género. Así como qué estamos esperando de una niña cuando le regalamos un nenuco el próximo seis de enero.
¿Para qué negarlo? Me hice esta pregunta hace un momento. En la noche. Frente al escritorio de la computadora, mientras veía una foto que si no me destrozó' el corazón, sí me removió pensamientos y algunos sentires. Es lo más que diré, respecto a mis lloriqueos; me interesa más decir otra cosa.
Se removieron mis pensamientos y ¿de qué sirve poder hablar con uno mismo si somos nosotros? Qué tontería. Me dieron ganas de hablar con un amigo. Pero, ¿qué hacen los amigos? Al final van a emitir un juicio, un 'consejo'. Yo no quiero un 'consejo'. Quiero su silencio. Quiero que me vean a los ojos, se hayan contagiado o no de lo que les cuente, con o sin haberme comprendido, con sentir o sin sentir tristeza por verme mal, por verme herido. Luego de que me miren, que callen, que escuche su respiración, fuerte y lenta, como cuando pensamos: ¿ahora qué hago? ¿aquí qué se hace? Después que ellos decidan, pero que sea en silencio. Como el silencio que debe haber cuando un fin. Cuando luego de acelerarnos, detenemos y cuestionamos ¿ahora qué? ¿es todo? Y frente al inminente fin, callamos. No es mi fin. O tal vez sí. Aún sigo con esa cuestión. Lo que quiero es el silencio del que venga en mi auxilio. Que vea que poco a poco estoy desvaneciendo. Y que entiendan que la ilusión que muestro en distintos momentos, no es eterna. Que no olviden que soy ínfimo. Que hago porque sé que es mejor. Eso es caer, y entender que no es grave. Tampoco es necesario andar de nuevo. Así nos han educado, pero, ¿quiénes nos educan? y además, ¿ellos quiénes son para decirme cómo es el ciclo del andar? ¿Es que hay un ciclo inmutable? Pero ya estoy dando muchos rodeos. Cuando lo que quiero es el silencio. ¿Para qué queremos silencio? Eso ustedes lo pueden responder, al menos los que saben estar consigo mismos. Y por eso quiero que quien venga a socorrerme, guarde silencio. Quiero compartir mi estar conmigo con él, y que él esté conmigo mientras estoy conmigo. Será mejor que un abrazo. Y entenderá que me pienso derrotado. Entenderá que pienso que todos estamos derrotados. Y que no hay un ciclo. Que es posible que todo esto sea un accidente.