sábado, 17 de enero de 2015

Sin ánimos de herir.

Sin ánimo de herir.

Seguro que más de uno te dijo que no tendrás amor más grande que el de tu madre. A ti, te mentían. O lo decían sin saber tu situación. Cuando estuve contigo, supe que ese amor tú lo deseabas, pero no lo tenías. La razón: no lo sé. Ni tú lo sabías. Creo que no tendrás nunca ese amor. Ojalá me equivoque. No eran agradables esos momentos, el amor que yo te daba no era materno, no es el mismo en especie. A pesar de que te cuidaba de algún modo, de que te brindé cobijo en potencia por si llegase a ser necesario, no se comparaba. No logré entender aquella necesidad que muchos días te hacía llorar. En ocasiones ya no quería escuchar la causa de tu mal,ya la sabía y al no comprenderla me incomodaba. Te pedí silencio. Me diste silencio. No me di cuenta de la tontería que cometí. Hoy sólo sé que mis palabras no fueron las adecuadas. No sé cómo estés, si aún tienes esa necesidad y si aún careces de ese amor. Hoy estamos lejos, tal vez no de distancia, pero sí en el sentido de que -parece- que uno quiere seguir apartado del otro. No escribo para decir que quisiera estar contigo. Lo que sí me gustaría es saber de tu estado, mirarte a los ojos, escuchar los tonos de tu voz mientras me cuentas algo, observar qué tanto dura una de tus sonrisas, apreciar si buscas algo en el espacio con los ojos o si miras concretamente. Dudo que eso pase. Las últimas palabras que surgieron de nosotros no fueron las mejores ni las más deseables, al menos a mi juicio. Volví a dejar que mis palabras fueran afectadas por el coraje, tu silencio, tu brevedad y esa ignorancia mía de no saber qué te ocurre. Tal vez ya jamás te vuelva a ver. Y aquí es cuando me pregunto: ¿por qué tanta importancia? Y no lo sé. Es una perogrullada decir que es porque te quiero. Me gustaría encontrar alguna otra razón, tal vez más convincente para mí y para ti. Ojalá que algún día te tomes el tiempo de pensar en esta situación, en lo que digo, en lo que ocurrió, en lo que hiciste, en tus silencios, en mis ofensas, en tus rechazos, en todo el desastre que no pudimos contener, que no logramos jamás echarlo en cara del otro de manera razonable. Los dos nos amamos, los dos nos herimos, ambos callamos y ambos ofendimos. Tu dejas a un lado y avanzas, no hablas y volteas la mirada. Yo sigo por momentos en el camino y me detengo a pensar, hablo, escribo, canto e intento buscarte con mis ojos. Ya no te puedo ver. Quizá, ya no te veré.
 
M. Téllez.

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