miércoles, 7 de enero de 2015

Charlatanes.


En este mundo hay cosas que perjudican el pensamiento de la gente: el racismo, el fundamentalismo, el esoterismo, etc. Sabemos que estas cosas carecerían de éxito, si no contaran con promoción. A varios de estos promotores se les conoce comúnmente como "charlatanes".  Los ámbitos en los que uno puede ejercer la charlatanería son varios: el político, el económico, el fraternal, etc. El tipo de charlatán del que me ocuparé en este tema será el charlatán del crecimiento espiritual y el pensamiento mágico. Entre esta clase de charlatanes se encuentran personalidades tales como Charles Manson, Osho, Deepak Chopra, Alejandro Jodorowsky, Samuel Aun Weor, etc. No es mi interés mostrar la falsedad o el sinsentido que estos personajes predican, pues creo que sobre ese tema ya se ha dicho bastante. Mi interés es, simple y llanamente, exponer la doble función que abarca la promoción que los lleva a la fama: a) la adquisición de acólitos y b) la defensa de sus fechorías.

Iniciemos con los acólitos. Personajes como los anteriormente mencionados cuentan con una horda de seguidores que los defenderán hasta el último aliento. A primera vista, eso podrá parecer un simple acto más de fanatismo. Pero, lo más curioso de todo, es que ellos creen ir en dirección contraria al fanatismo. Algunos te dirán que las religiones se ocupan de producir fanáticos, mientras que ellos están desprovistos de dogmas  y prejuicios gracias a las enseñanzas de sus maestros. Comúnmente, esas personas pertenecen al conjunto de aquellos que se auto-denominan “librepensadores”. ¿Entonces, qué es lo que hace que esas personas sean lo opuesto a lo que ellos creen que son?

La respuesta no es difícil. De hecho, es más común de lo que parece. Los personajes anteriormente mencionados han utilizado un recurso que aquí llamaremos “apelación a la diferencia”. ¿En qué consiste dicho recurso? En crear un personaje lo suficientemente carismático que le haga creer a la gente dos cosas: a) que se trata de alguien cuya sabiduría e inteligencia supera, de un modo u otro, a la del promedio y b) que se trata de alguien que usa su inteligencia para el bien de los demás. Esto sirve para que la gente crea que tiene ante sí una especie de doctor y guía espiritual. La admiración que este personaje suscita en las personas suele confundirse con la visión crítica que, supuestamente, les brinda. Cuando alguien confunde la admiración a una persona con el estímulo "crítico" que le produce (que, supuestamente, fue lo que causó la admiración), acepta incondicionalmente lo que ella le dice. Pero, sin el escepticismo que razonablemente se puede tener con la postura de cada uno, la visión crítica no existe. De este modo, los seguidores de estos personajes están aceptando un dogma sin darse cuenta (muchas personas ignoran sus frivolidades cuando tienen algo que les permite sentirse sabios [por supuesto, esto no es más que un producto de la sugestión]).

Uno podría pensar que esta doble dirección en su pensamiento no podría sostenerse por mucho tiempo. De hecho, nadie podría sostener siempre una posición dogmática  cuando tiene métodos para pensar “correctamente” y “por cuenta propia”. ¿Qué hacen esos personajes para ganar esa clase de credibilidad? Predicar verdades y reflexiones triviales. Alguien que es “diferente” tiene que ser coherente con su personaje. Tiene que indicar que cosas que están “mal” en las personas o en la sociedad (palabras que, usualmente, no parecen poder discernir) para luego hacer una evaluación  genérica del problema. Generalmente, estas reflexiones vienen en frases (de cereal) como: “En la base, te ves como tus padres te vieron. Y si no te vieron, no te ves. Tienes que a aprender a mirarte a ti mism@.”; La multitud te da certidumbre, seguridad, a costa de tu espíritu. Te esclaviza. Te da unas directrices de cómo vivir: qué hacer, qué no hacer.” o “Hemos construido un sistema que nos persuade a gastar el dinero que no tenemos en cosas que no necesitamos para crear impresiones que no durarán en personas que no nos importan.”.

La entrevista que Carmen Aristegui le hizo a Alejandro Jodorowsky puede servir como ejemplo para ilustrar este punto.


Podría parecer ridículo que muchas personas sigan a personajes que predican ideas que a ellas mismas, con media hora de reflexión, se les pudo haber ocurrido. De hecho, lo es. Pero no lo es tanto cuando se toma en cuenta el truco que hay de por medio (muy usado, por cierto): los adornos. Muchas personas no saben la diferencia entre un mensaje y su contenido retórico. Lo que hace el charlatán es embellecer la forma con la que comparte “sus” reflexiones. Eso le permite encubrir el hecho de que estas ideas pudieron habérsele ocurrido a cualquiera, además de dar la sensación de que son más grandes y profundas de lo que realmente son. Dicho sea de paso, eso reafirma la idea de que el charlatán es alguien que rompe y trasciende varios esquemas establecidos. ¿Nunca se han preguntado por qué la iglesia de Anton LaVey hace tanto teatro para decir cosas como “piensa por ti mismo” o “el fanatismo cristiano es malo”? o ¿por qué Osho siempre hablaba como si estuviera teniendo una revelación divina para decir lo mismo que varios adolescentes de 16 años dicen después de ver Matrix o Batman?



¿Hay algo malo en expresar ideas que le permite a la gente tener diez minutos de reflexión? No realmente. Pero sí está mal lucrar con el pensamiento y las esperanzas de algunas personas con cosas que parecen ser más provechosas de lo que realmente son.

Ésta es una historia que lleva siglos repitiéndose. De hecho, en muchas ocasiones no parece ser un mal mayor.  Porque, en efecto, eso no es lo peor que nos ofrecen estas historias. Lo malo viene justo después de las enseñanzas genéricas. Cuando el personaje ha ganado la suficiente fama, tiene la licencia de crear un nuevo puñado de ideas. Estas ideas están diseñadas específicamente para promover y estimular la ignorancia de sus seguidores. Para encubrirlo, las hace pasar como si fueran consecuencia directa de las primeras ideas. Se sabe que Osho, por ejemplo, usaba la idea de “vida sexual sin tabúes” para que las mujeres de sus sectas no se negaran a sus peticiones sexuales. La reconstrucción de su argumento va más o menos de la siguiente manera: “tienes un órgano sexual. Este órgano te produce placer. Es ridículo que quieras negarte al placer natural que éste te otorga. La negación proviene del pudor cristiano. Hay que liberarse de los prejuicios impuestos por el pudor del cristianismo. Esos prejuicios no hacen más que reprimir tus deseos. Por eso debes tener sexo conmigo, aunque ‘tus prejuicios occidentales’ no quieran hacerlo. Tú no eres tus prejuicios” (léase en tono de Gurú).


Con esto entramos a la segunda función de sus engaños: la defensa de sus fechorías. Después de todo lo anteriormente dicho, no es difícil ver como un Samuel Aun Weor siga conservando a sus acólitos después de ser expuesto como el charlatán que es. Todo lo que tiene que hacer es defender las ideas triviales que sacó primero a la luz y dar por hecho que las ideas nocivas también fueron defendidas. Usar la imagen de “ser-diferente”, venga en el formato que venga, (sanador espiritual, psicomago, revolucionario, maestro, gurú, pensador social, etc.) ayuda mucho en este proceso. Usualmente, estos personajes suelen victimizarse comparándose con personajes genuinamente subversivos como Benedictus de Spinoza, Socrátes o Guillermo de Ockham. Su truco es hacerse pasar como un mártir de la sabiduría; como un emisario de la verdad, a quien el "sistema" quiere callar por ser demasiado peligroso. En contraste, sus seguidores suelen pintar a los infieles como como emisarios de una “sociedad opresora” que impedirá, a toda costa, que la gente “abra los ojos a la verdad y se liberé de sus cadenas”. Si no es eso, entonces son "borregos del vulgo". Supongo que no hay algo que convenga más para un charlatán que pintar la personalidad de sus víctimas a su antojo.

Aunque Charles Manson no tuvo tanto éxito como otros personajes, nótese como usa críticas al “sistema” para defender su tecnofobia, sus creencias New Age, su arte, etc. 


No me sorprendería que muchos seguidores de estos personajes me tachen de demagogo, frívolo o borrego si algún día leen esta entrada. Seguramente dirán que no entendí el verdadero mensaje de su maestro. Cosa que es muy típica de ellos. Pero reitero que siempre es sano poner en duda nuestras propias ideas. No tiene sentido llamarse librepensador, si no existe la disposición de ver con escepticismo las ideas a las que uno está suscrito. Ojalá piensen en eso.

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