Qué soledad cuando no me pierdo,
cuando no dudo,
cuando trago saliva y sólo hay nudos,
grumos
de versos sin voz.
Qué soledad,
cuando los brazos caen,
derrotados,
cansados,
esperando,
la piel cultivada
a deshoras de la noche.
Incauta.
Qué soledad cuando la nube,
gris,
sube,
polvorienta,
y no llora,
no moja,
quema y arrastra,
los pies
lastimados del hombre,
obrero divino
del pueblo,
llanto que alimenta.
Qué soledad cuando el mendrugo de pan
es la riña
del estómago de Dios,
pueblo que arde
y camina,
despojo de carne.
Qué soledad cuando la tierra
seca e infértil,
rechaza a Dios.
Qué soledad cuando la vagina seca se hace nombrar,
flor sin fruto,
despojo unánime de creación.
Qué soledad cuando el pene dura erecto
lo mismo que tarda un pedófilo en decir:
"Amén"
Qué soledad,
cuando las personas
sólo:
hablan con la boca
y cogen con el sexo,
ven con los ojos
y sienten con la piel.
Sordera arraigada.
Absurdo egoísmo vanidoso.
Qué soledad,
cuando la poesía se mide,
tela,
rígida,
tediosa,
inamovible,
intransmisible.
Qué soledad cuando el agua no calma
y sabe a sed,
tierra y vagina
seca.
Qué soledad cuando la sonrisa,
cansada,
se convierte en mueca
estúpida,
mentirosa
superficial
belleza.
Qué soledad cuando la noche nos descubre
y él nos cubre
intruso,
íntimo enemigo
austeridad silenciosa,
omnipresente.
Qué soledad cuando la tarde nos empuja,
a puntapiés,
el orgasmo.
Qué soledad cuando tus nalgas morenas y tibias,
suben,
bajan,
tras el vaivén desconocido.
Qué soledad cuando no estás conmigo.
Qué soledad cuando muero,
despacio
y con cuidado,
pendiente
del desgarro.
Qué soledad cuando miro tu cuerpo,
y se disuelve
péndulo de suspiros,
inmaculados,
vagamundos,
como tú,
poeta de la piel nocturna
y húmeda,
agresiva.
Qué soledad cuando el uni-verso,
no es verso
y sólo es prisa,
inercia,
ley.
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