Frase
conocida por muchos estudiantes no sólo de filosofía, sino de letras, artes,
ciencias. Son disciplinas desconocidas por el público.
Se
mueven tangencialmente por el mundo: lo real huele a papel moneda, a mierda, a
concreto, a quirófano.
Hablo
por mí misma, como estudiante de la gran desconocida. De la repudiada y
exaltada. (Quien comparte frases de Nietzsche en su biografía de Facebook no se
ha dignado ni en leer Zaratustra).
En
2009 surgió una propuesta: desaparecer, entre otras materias, a la Filosofía de
la educación media superior. Este hecho escandalizó a un sector específico de
la población. A la mayoría ni le interesó. ¿Por qué habría de hacerlo? Se
rumoró que el siguiente paso sería desaparecerla totalmente de entre las
carreras impartidas en las universidades públicas.
Y
sé que probablemente no le importaría casi a nadie. No nos hagamos ilusiones
con que un pequeño porcentaje de la población, pequeñísimo, lograría hacer
frente al mandato de quien decida hacerlo y a la indiferencia de millones. Dejaré
de pasada los argumentos (desesperados, burdos, a la vez que ciertos) de
quienes defendemos a la Filosofía frente al indiferente: el que se te pegue al menos algo de ella quizá te
ayude a no ser tan pasivo, sino a ser crítico con respecto de tu realidad, ya
sea económica, social y, aún, en tu experiencia de vida en toda su amplitud.
Sí, es desesperado. Sólo por cortesía nos dirán que sí, que luego darán la
leída a algo. La mayoría no lo hará.
A
pesar de ello, me permito decir que no me preocupa que quiten a la Filosofía de
la educación formal. Que lo hagan, si quieren. Si todo marcha como hasta ahora,
sucederá. Tarde o temprano. La institucionalización de la Filosofía no es tan
fuerte como quisiéramos creer.
¿De
qué nació la Filosofía? Del afán de entender. Mientras había quien se dedicaba
a la caza, a la organización de la ciudad, a hacer zapatos, cocinar y todo lo
materialmente necesario para la vida humana, llegó alguien que, como por arte
de magia, quiso comprenderlo todo. No
en su sentido técnico, sino en el más puro. Abrazar la realidad.
Aún
en la actualidad, el Filósofo (tenga su título de Licenciado, Doctor, o nada de
eso) se distingue en el mercado laboral porque no vende salud, zapatos o defensa
legal: vende ideas. Más bien las oferta, porque pocos las compran.
Y
esas ideas son del orden más general posible, abstracto. Aún cuando ya han
surgido diversas ramas de esta disciplina, siguen teniendo esa característica.
Pero
no pensemos que el Filósofo nos vende poco: comprender, o al menos intentar comprender, abarcar todo lo existente y, para hacer de nuestro conocimiento todo
ello, ponerlo en letras y papel, parece suficiente.
El
que la Filosofía esté oculta, los estudiantes de ésta nos tengamos que
enfrentar a cándidas preguntas como la que titula este textito, que quienes la
intenten ejercer no pasen de porros,
mariguanos y demás, es precisamente porque nuestras ideas no le interesan a
nadie por no realizarse en algo concreto.
El día que salgan tortillas de los libros de Filosofía quizá nos hagan algo
de caso.
No
intento hacer una Apología de la Filosofía. Quienes la respetan, cuando menos,
ya conocen su valor. Y mis palabras no son lo suficientemente fuertes para que
quien la desprecia comience a interesarse en ella.
Sólo
quiero exponer que la Filosofía es inherente a la vida humana. (Propongo,
románticamente, que si somos humanos es porque en algún momento, como especie,
queremos abrazarlo todo, comprenderlo, subsumirlo, integrarlo).
Si
desaparecieran todo rastro de la filosofía como institución en todo el mundo;
quemaran desde Parménides hasta Russell y más; rascaran en las mentes de todos
para que nos olvidásemos de ella, la Filosofía subsistiría. Emergería. Pasaría
tiempo, pero siempre surgirá ese afán: primitivo, inherente; la viva
representación de la emoción frente al mundo, queriéndose volver racional.
Por
eso no me asusta que desaparezca. La Filosofía es fuerte. Su manifestación
institucional, al menos en nuestro país, puede ser débil. Pero su aparición es
más que una bella coincidencia.
Valencia.
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