jueves, 16 de enero de 2014

Filosofía o: para qué estudias eso si morirás de hambre.

Frase conocida por muchos estudiantes no sólo de filosofía, sino de letras, artes, ciencias. Son disciplinas desconocidas por el público.
Se mueven tangencialmente por el mundo: lo real huele a papel moneda, a mierda, a concreto, a quirófano.
Hablo por mí misma, como estudiante de la gran desconocida. De la repudiada y exaltada. (Quien comparte frases de Nietzsche en su biografía de Facebook no se ha dignado ni en leer Zaratustra).

En 2009 surgió una propuesta: desaparecer, entre otras materias, a la Filosofía de la educación media superior. Este hecho escandalizó a un sector específico de la población. A la mayoría ni le interesó. ¿Por qué habría de hacerlo? Se rumoró que el siguiente paso sería desaparecerla totalmente de entre las carreras impartidas en las universidades públicas.
Y sé que probablemente no le importaría casi a nadie. No nos hagamos ilusiones con que un pequeño porcentaje de la población, pequeñísimo, lograría hacer frente al mandato de quien decida hacerlo y a la indiferencia de millones. Dejaré de pasada los argumentos (desesperados, burdos, a la vez que ciertos) de quienes defendemos a la Filosofía frente al indiferente: el que se te pegue al menos algo de ella quizá te ayude a no ser tan pasivo, sino a ser crítico con respecto de tu realidad, ya sea económica, social y, aún, en tu experiencia de vida en toda su amplitud. Sí, es desesperado. Sólo por cortesía nos dirán que sí, que luego darán la leída a algo. La mayoría no lo hará.
A pesar de ello, me permito decir que no me preocupa que quiten a la Filosofía de la educación formal. Que lo hagan, si quieren. Si todo marcha como hasta ahora, sucederá. Tarde o temprano. La institucionalización de la Filosofía no es tan fuerte como quisiéramos creer.

¿De qué nació la Filosofía? Del afán de entender. Mientras había quien se dedicaba a la caza, a la organización de la ciudad, a hacer zapatos, cocinar y todo lo materialmente necesario para la vida humana, llegó alguien que, como por arte de magia, quiso comprenderlo todo. No en su sentido técnico, sino en el más puro. Abrazar la realidad.
Aún en la actualidad, el Filósofo (tenga su título de Licenciado, Doctor, o nada de eso) se distingue en el mercado laboral porque no vende salud, zapatos o defensa legal: vende ideas. Más bien las oferta, porque pocos las compran.
Y esas ideas son del orden más general posible, abstracto. Aún cuando ya han surgido diversas ramas de esta disciplina, siguen teniendo esa característica.
Pero no pensemos que el Filósofo nos vende poco: comprender, o al menos intentar comprender, abarcar todo lo existente y, para hacer de nuestro conocimiento todo ello, ponerlo en letras y papel, parece suficiente.
El que la Filosofía esté oculta, los estudiantes de ésta nos tengamos que enfrentar a cándidas preguntas como la que titula este textito, que quienes la intenten ejercer no pasen de porros, mariguanos y demás, es precisamente porque nuestras ideas no le interesan a nadie por no realizarse en algo concreto. El día que salgan tortillas de los libros de Filosofía quizá nos hagan algo de caso.
No intento hacer una Apología de la Filosofía. Quienes la respetan, cuando menos, ya conocen su valor. Y mis palabras no son lo suficientemente fuertes para que quien la desprecia comience a interesarse en ella.
Sólo quiero exponer que la Filosofía es inherente a la vida humana. (Propongo, románticamente, que si somos humanos es porque en algún momento, como especie, queremos abrazarlo todo, comprenderlo, subsumirlo, integrarlo).
Si desaparecieran todo rastro de la filosofía como institución en todo el mundo; quemaran desde Parménides hasta Russell y más; rascaran en las mentes de todos para que nos olvidásemos de ella, la Filosofía subsistiría. Emergería. Pasaría tiempo, pero siempre surgirá ese afán: primitivo, inherente; la viva representación de la emoción frente al mundo, queriéndose volver racional.

Por eso no me asusta que desaparezca. La Filosofía es fuerte. Su manifestación institucional, al menos en nuestro país, puede ser débil. Pero su aparición es más que una bella coincidencia.

Valencia. 

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