viernes, 31 de enero de 2014

La verdad, los amantes y los juegos del lenguaje.

Filósofos como Nietzsche han dejado en claro que la expresión de la verdad (quizá la única verdad existente) ha sido caracterizada a lo largo de la historia del pensamiento como el menor uso posible de los juegos del lenguaje, en oposición a la retórica.
Ahora dudamos del concepto de verdad en muchos de sus ámbitos. Cada vez tenemos menor certeza de que el significado clásico de esta palabra tenga alguna aplicación. Si bien algunos prefieren descartarla de su lenguaje y otros intentan reconfigurar los conceptos contenidos en ella, ahora quiero hablar de lo que significa la verdad en una relación entre amantes.
Cuando nos hemos visto envueltos en una relación amorosa fuerte, y aunque no tengamos aspiraciones metafísicas o dudemos teóricamente de qué es la verdad, lo cierto es que es lo que esperamos del amado de una forma casi pueril, intensa. Quizá en este nivel básico de la vida resulte más evidente la diferencia entre la verdad y la mentira.
Lo que espera el amante es que su congénere le responda sin juegos del lenguaje. Que la realidad coincida con las palabras, que no haya lugar a ambigüedades. Es extraño lo que se pide, cuando vemos que el lenguaje, que ha sido visto durante mucho tiempo como un puente de comunicación, a veces puede ser también un artilugio que disfraza los hechos. Lo que quiere el amante es un lenguaje desnudo.
Empero, como muchos igualmente han notado, el lenguaje tiene límites. La experiencia vivencial no puede ser abarcada completamente por éste. Por ello, los amantes han aprendido a superar esa barrera entre dos experiencias de vida distintas desarrollando diversos modos de comunicarse. Los poetas han hablado tanto de las miradas, los gestos, las palabras mudas. Esto es porque somos como dos recipientes bien distintos que intentan a toda costa vaciarse uno en el otro.
Y creo que es cierto también que la comunicación varía de intensidad según los momentos que se vivan como pareja. Hay ocasiones en que ambos se vuelven máquinas de recepción y emisión: mensajes tenues que desnudan la experiencia del otro. Existen otros momentos en que no ha podido tenderse ese puente de vivencias y, bien sabemos, los conflictos afloran.

He platicado con amigos, y no pocos, quienes me dicen que una preocupación extraña que cargan cuando están en una relación es el no saber qué piensa el otro. Puede decirles su amante muchas cosas pero siempre les angustia no poder abarcar toda la verdad que resguarda. Saben que el lenguaje no es suficiente para expresar todo lo que un ser humano puede contener dentro de sí.
Y esto llama mi atención porque creo que una de las partes básicas del amor es precisamente esta variación entre la búsqueda de la verdad en el otro y los límites de la experiencia individual para hacer partícipe a alguien más.
En este sentido, la hermenéutica permite acercarse a la verdad. Si las palabras concretas no son suficientes, el ejercicio hermenéutico es un acercamiento amoroso con la realidad. Es más que una interpretación: es la búsqueda del qué de algo que se expresa como vaivenes de palabras, que se entrecruzan y forman una imagen.
Así, por ejemplo, cuando leemos poesía, literatura, (al mismo Nietzsche, antes mencionado), no debemos centrarnos en la literalidad, sino en los golpes de sentido, emanados de las palabras, que forjan nuestra idea mental de lo que se nos refiere tal como el cincel del escultor forja la piedra.
Así que recomiendo a los amantes intensos y un poco loquitos, como seguramente son muchos poetas, que no se obsesionen con la perenne duda de saber todo del otro. El ser humano no es un objeto acabado, sino un ser en constante expansión y movimiento. Las palabras que evocan algún momento específico de la vivencia humana pueden ya no ser concordantes con una realidad posterior o anterior y, muchas veces, los gestos más simples pueden decirnos muchas más cosas.




1 comentario: